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Los esqueletos del estalinismo

Nuevas cotas en la URSS sobre la descripción de los horrores de la colectivización campesina forzosa

Pilar Bonet

Los esqueletos tenían la piel arrugada y flácida sobre los huesos deformes; los elefantes, el cuerpo hinchado y la piel azulada. Ambos grupos, esqueletos y elefantes, se arrastraban por el suelo con sus últimas fuerzas para alcanzar un mendrugo de pan o un desperdicio. Todos, sin embargo, acababan muriendo de desnutrición junto a los abedules de la plaza, ante un público infantil curioso. Los niños dividían en diferentes categorías -según la forma de morir- a los campesinos agonizantes que habían sido condenados por kulaks (demasiado ricos) y por enemigos del pueblo.

Este macabro relato, perteneciente a las memorias del escritor soviético VIadímir Tendriakov, ha sido publicado recientemente en la revista literaria Novi Mir, que alcanza así nuevas cotas en al descripción de los horrores del estalinismo y la colectivización agraria realizada a principios de los años treinta.Tendriakov, hijo de un funcionario rural, había nacido en la región rusa de Vologda en 1923, y dejó, al morir en 1984, varías obras inéditas, entre ellas cuatro relatos aparecidos en Novi Mir y una novela -Atentado contra un espejismo- publicada por la misma revista en 1987. Según un portavoz de Novi Mir, Tendriakov no llegó "siquiera a proponer la publicación de sus relatos", que han dejado sin aliento a muchos lectores por su tratamiento de la colectivización o política de "intensificación de la lucha de clases en el campo" iniciada por Stalin en 1929 paralelamente a la industrialización forzada.

Coincidiendo con el congreso estatal de las granjas colectivas (koljoses), celebrado a fin de marzo en Moscú, los medios de comunicación soviéticos han dedicado mayor atención al análisis de la colectivización agrícola, la arbitraria ofensiva contra los kulaks (campesinos ricos), desposeídos de sus bienes y deportados. Más de 10 millones de campesinos fueron represaliados en la colectivización, según manifestaba Vladimir Tijonov, miembro de la Academia Soviética de Agricultura. Esta cifra, publicada en Argumenti i Fakti, es la estimación más alta dada hasta ahora en la URSS sobre las víctimas de la colectivización.

Un niño acomodado

Pan para el perro es el relato posiblemente más impresionante de Tendriakov en Novi Mir. En forma autobiográfica, el autor recuerda como en 1933 los campesinos afectados por la expropiación de los kulaks (raskulachivania) llegaban al pueblo donde él era un niño acomodado."Ya no se comportaban como personas. Algunos roían con aire pensativo la corteza de un tronco de abedul y contemplaban el espacio con ojos enormes e inhumanos que apenas ardían", escribe Tendriakov, "otros, que yacían en el polvo envueltos en el tufo pestilento de sus trapos semipodridos, se limpiaban los dedos con asco y con tal energía y tozudez que parecían dispuestos a despellejarlos. Los terceros, extendidos como gelatina sobre el suelo, no se movían y sólo gorjeaban y borbollaban como una olla de agua hirviendo. Los cuartos se embutían tristemente en la boca algún desperdicio recogido del piso de la estación. Los que más se parecían a las personas eran los que habían conseguido morirse. Estos yacían plácidamente. Dormían".

"Entre los moribundos mansos que roían cortezas y se comían la basura en silencio, había quien se amotinaba, se levantaba cuan largo era, abrazaba con sus frágiles y astillosos brazos el tronco liso y poderoso del abedul, apretaba contra él la mejilla angulosa, abría la boca, espaciosamente negra y deslumbrantemente dentada, intentaba tal vez una maldición desollándose la mejilla huesosa, el amotinado se deslizaba hasta el suelo a lo largo del tronco... y se callaba para siempre".

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'Petrificados de horror'

Tendriakov era entonces uno de los niños petrificados de horror que contemplaba la muerte de los enemigos a quienes el policía del pueblo vigilaba par que no fueran a morirse a la vía de tren o al camino. El protagonista de Pan para el perro comienza a compartir con uno de los elefantes su comida. El resultado de tal compasión es el asedio de la casa familiar por un enjambre de hambrientos que esperan pacientemente a que les echen una patata o un hueso por la ventana."Me esperaban. Todos los que yacían se habían levantado solemnemente. Eran un aluvión de remiendos por cuyos desgarrones surgíe el color cobre de la piel. Eran siniestros rictus de serviciales sonrisas, ardientes ojos, rostros sin mirada que hacían Hegar hasta mí sus brazos; descarnados como garras de pájaro y redondos como pelotas, y sus cascadas y ásperas voces: 'muchachito, un mendrugo'.

El encuentro causó una impresión tan fuerte en el protagonista que éste, presa de la histeria, interrumpe sus relaciones con los moribundos y se dedica a alimentar a un perro callejero. Tendriakov describre una conversación entre el jefe local del partido y uno de los agonizantes represaliados por tener dos caballos. El moribundo se resistía a admitir la fría lógica que le cerraba las puertas del koljos y le conducía de la expropiación al exterminio: "¿Y tú nos ibas a perdonar a nosotros que te quitáramos los caballos? ¿Acaso no ibas a afilar el cuchillo a nuestras espaldas?".

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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