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Tribuna:LA MATERNIDAD COMO DERECHO
Tribuna
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Peligrosa galantería del ministro

El Día Internacional de la Mujer Trabajadora el ministro de Trabajo anunció en las Cortes una reforma de la normativa laboral para proteger la maternidad tan básica y elemental (16 semanas de descanso retribuido y derecho de excedencia por un año ampliable a tres y posibilidad alternativa de ser solicitada por el marido) que no debería suscitar más comentario que el asombro por su tardanza. Pero la coyuntura demográfica en que este ajuste se produce obliga a un examen detenido.Sabido es que la persistente caída de la tasa de natalidad ha ido sensibilizando (y asustando) a los políticos europeos por el envejecimiento de la población que conlleva. Y aunque las voces de los expertos no siempre son alarmistas al respecto -por muy umbilical que sea la mira europea, difícilmente se oculta que lo verdaderamente alarmante es la superpoblación del globo-, lo cierto es que el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la CE, reunido el mes pasado, aprobó una propuesta encaminada a corregir esta tendencia poblacional.

España, que ha podido vivir algo al margen de este problema al poseer una población joven debido al boom demográfico de los sesenta, ha alcanzado ya la baja fecundidad europea y de hecho nuestros políticos han manifestado haber tomado conciencia del tema, aunque no se puede decir que la sensibilidad hacia él les honre. Jordi Pujol, con ocasión de las Jornadas de Población celebradas en Barcelona en 1985, pedía a las catalanas "buscar el tercer hijo", aunque se vio obligado a escudarse en Mitterrand para que nadie dudara de su progresismo. Por otra parte, me contaron "fuentes bien informadas" que el ministro Almunia se mostró molesto por la campaña de planificación que bajo su mandato hizo el Instituto de la Mujer, por considerarla inadecuada a nuestra realidad demográfica.

Confusión

Por su lado, el CDS arrambló también con la baja natalidad para lanzarla como argumento contra la propuesta de Izquierda Unida para ampliar la ley de Aborto. Confundir tan lamentablemente el problema demográfico con el derecho inalienable de las mujeres a acceder libremente a la maternidad nada bueno prevé para la política pronatalista que presumiblemente comienza.

Por eso es necesario recordar que cualquier medida poblacional se articula sobre la fecundidad femenina y que, históricamente, la ocultación de este hecho ha sido el mejor modo de desvalorizar socialmente la maternidad. Desde la primera premisa considero correctas las medidas anunciadas por el ministro Chaves. Pero desde la segunda me parece peligroso que estas medidas no vayan precedidas de la formulación de una política poblacional con métodos y metas claros.

En cualquier caso, esta carencia nos obliga a hacer conjeturas. Si con la nueva protección a la maternidad se logra una reactivación que garantice el relevo generacional, no se pasará a medidas más contundentes. Pero, si la tendencia negativa continúa -y los expertos dicen que la tendencia a la baja aún no ha tocado fondo-, la política pronatalista se endurecerá con incentivos económicos. Estos incentivos han pasado a ser en Europa el nudo gordiano del pronatalismo. Desde finales de 1986 las francesas que se deciden a poner un tercer hijo en el mundo cobran el equivalente a 48.000 pesetas al mes durante tres años, cifra suficientemente tentadora para la clase económicamente débil y suficientemente ridícula para los pudientes. A éstas hay que añadir otras ventajas, como las fiscales, que no hacen más que ahondar el carácter clasista de estas medidas.

No obstante, el punto crucial que nos debe de poner en guardia hacia estas medidas europeas es el engaño que supone valorar económicamente a un niño. Por supuesto que el hijo, al que hay que alimentar, vestir, escolarizar, es un reto económico.

Dinero

Pero ningún parangón cabe entre estos costes y las exigencias no materiales que conlleva atender al proceso de maduración de ese ser tan complejo y desvalido que es la cría humana. Más aún, los conocimientos que hoy poseemos sobre este proceso evidencian que el señuelo del dinero es el menos indicado para reconducir hacia estas tareas de fuste tan alejado, si no opuesto, a la rentabilidad económica.

Además, las increíbles cifras de niños maltratados por sus padres hace tiempo que desvanecieron la esperanza de que el cariño y la dedicación de los progenitores vayan indeleblemente ligados a esta función. De ahí lo injustificable de abrir posibilidades a tener hijos deseados por cuestiones crematísticas, cuando los indicadores sociales sobre la situación de la infancia están clamando justamente lo contrario. Claro que hablar de estos incentivos cuando en España nadie los ha mencionado puede merecer aquello de aún no asamos y ya pringamos, y sin embargo, precisamente porque no existe una política demográfica explícita que se haya depurado por los filtros naturales del sistema democrático es lícito pensar que cualquier día podemos amanecer con el chocolate del premio a la natalidad como desayuno.

En cualquier caso, habría que preguntarse a quién favorece esa falta de pronunciamiento. Desde luego, a las mujeres no. Para empezar, cualquier modo de política pronatalista encubierta va dirigida a manipular al sector femenino más débil. En segundo lugar, es desaprovechar la forma más consecuente de informar y formar sobre esta cuestión. Y, por último, es negar a priori la capacidad de las personas a ajustar sus apetencias personales a las necesidades sociales. Y no deberían ser precisamente los administradores del poder los que cerraran las puertas de la solidaridad y el altruismo.

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