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La dialéctica de las hipocresías

En noviembre se cumplieron 10 años de la visita del presidente Anuar el Sadat a Jerusalén. Con motivo del aniversario, el general Ezer Weizman -organizador de la Fuerza Aérea israelí en 1948, jefe de la campaña política que llevó a Menájem Beguin al Gobierno, ministro de varios Gabinetes, incluido el actual-, declaró: "Vivimos en un mundo predominantemente islámico, y es tiempo que en Israel hagamos conciencia de ello".Es increíble que a más de 100 años de la colonización judía en Palestina, a casi 40 años del establecimiento del Estado de Israel, los israelíes todavía no logren admitir la existencia del otro.

En aquella ocasión, hace una década, Jean Paul Sartre percibía la relación con el otro como el punto esencial del conflicto y el hecho relevante de la visita de Sadat. En una carta a mis amigos israelíes, el filósofo francés escribió: "Cada ser humano es responsable por el holocausto del cual ustedes son los sobrevivientes. Al llegar hasta el Yad Vashem, el memorial a los mártires del nazismo, para expresar su tributo, el presidente Sadat reconoció al otro. El árabe reconoció al judío, al israelí. Para los israelíes, el otro es el palestino. Ahora que ustedes han sido reconocidos por el otro, no pueden dejar de reconocerlo a su vez. Aceptar él establecimiento de un Estado palestino en las condiciones políticas del mundo actual es permitir que el pueblo palestino viva. Significa rechazar la muerte del otro".

La gran hipocresía israelí consiste en disfrazar su política de ocupación con argumentos de seguridad similares a los esgrimidos por los generales argentinos para justificar su sangrienta dictadura. El objetivo real de la política israelí es expulsar a todos los palestinos y apoderarse de sus tierras. No reconocer la existencia del otro ni su derecho a existir.

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Una segunda hipocresía es de una obscenidad exasperante. La utilización del tema del holocausto para justificar los aparentes temores israelíes a un nuevo exterminio. Sirve para pasar por alto la política de exterminio de la identidad palestina que aplica Israel desde hace 20 años, como si un peligro futuro, indemostrable, fuera razón suficiente para cometer hoy crímenes contra un pueblo indefenso. Esta utilización de los mártires judíos asesinados por el nazismo calma la mala conciencia de intelectuales y políticos, una abigarrada galería que va de Saúl Bellow a Camilo José Cela, de Connor Cruise O'Brien a Michael Walzer, a Bernard Heriry Levy, y les permite encontrar explicaciones sutiles y complacientes a una represión idéntica a la que rechazan cuando es ejercida por Augusto Pinochet o Fidel Castro. Increíble fenómeno espiritual: intelectuales que se esfuerzan en comprender y racionalizar la psicología de los victimarios, pero no oyen los lamentos de las víctimas.

La hipocresía de la seguridad va más lejos todavía. En el matutino israelí Haaretz, de tendencia centrista moderada, el periodista Dan Margalit escribe: "Lo que lleva a Israel a negar la autonomía a Gaza no son consideraciones de seguridad, sino los beneficios financieros que resultan para la economía israelí de la mano de obra barata que cada mañana llega hasta nuestra puerta. En la franja de Gaza se ha creado una situación idéntica a la de Suráfrica".La hipocresía de los sentimientos de piedad hacia la pequeña democracia de Oriente Próximo es la más utilizada por los comités de amistad con Israel que existen en las naciones occidentales. En verdad, Israel es una fortaleza militar, una de las más poderosas del mundo actual, gran productor y exportador de armas avanzadas, único país de Oriente Próximo con capacidad de llevar a cabo ataques nucleares. La invasión de Líbano en 1982 -a la cual dediqué mi libro La guerra más larga- fue un acto de rapiña sin ningún justificativo de seguridad. En cuanto al sistema democrático israelí, funcíona sólo para los judíos, del mismo modo que en Suráfrica lo que ha.y de democracia sólo funciona para los blancos. Pero, más que el sistema, lo que preocupa es la sociedad: la sociedad israelí es totalitaria. Al invadir Líbano, las encuestas indicaban un, 89% de apoyo. El resto éramos los ciudadanos israelíes despreciados por esa abrumadora mayoría, apenas un 10%, a quienes nadie escuchaba.

A pesar del desastre de Líbano, ¿qué cambió? Una reciente encuesta publicada por el semanarío Newsweek dice que el 69% de los israelíes exige que la represión a los palestinos sea más dura de lo que es, y el 80% aprueba la expulsión de los activistas. ¿Qué dictadura totalita ria hubiera aspirado a más?

Hasta qué punto esta democracia política se ha convertido en una sociedad totalitaria se revela en la casi nula influencia de los movimientos pacifistas y de amistad con los palestinos. Sus sacrificados activistas poco o riada han podido obtener en largos años de lucha. Hace más de cinco años participé en la fundación, en Tel Aviv, del Centro Internacional para la Paz en Oriente Próximo. Se han sucedido y repetido seminarios y reumones, pero hasta ahora fue imposible impedir una sola de las tropelías que los Gobiernos israelíes, de cualquier signo político, han cometido contra los palestinos.La justicia israelí, cuando es aplicada a los palestínos, es otro ejercicio de hipocresía. Una acusación del Shit Bet (Servicio de Seguridad Interna) es automátícamente admitida por los jueces. Se ha comprobado que desde 1971 el Shit Bet ha mentido sistemáticamente, inventando acciones inexistentes, y que miles de palestinos pasaron años en las cárceles sentenciados por jueces corruptos. Pero la hipocresía mayor es que la justicia israelí considera legal la tortura moderada en los interrogatorios a los palestinos. Habiendo sido torturado por los militares argentinos en diversas cárceles de Buenos Aires, he tratado de imaginar qué es una tortura moderada, y sólo pude ver en este método la repetición del trágico mundo de terror y dolor que enloquece a los presos políticos ya sea con las palizas, el solitario, las duchas heladas en invierno, la manipulacíón psicológica, las descargas eléctricas sobre la carne mojada, la exacerbación del miedo a lo que puede traer la próxima sesión de preguntas, las largas horas de hambre, sed y presiones para impedir que duerma el torturado.

Los amigos de Israel, los numerosos miembros de los comités de amistad, tienen siempre a mano la larga lista de errores cometidos por los palestinos. Cuando la ONU creó un Estado israelí y un Estado palestino, dividiendo la tierra hace 40 años, los judíos proclamaron su Estado; los palestinos, no. Los palestinos creyeron en las promesas de países árabes sobre la inminente destrucción de Israel. Los palestinos creyeron en el terrorismo. Pero nadie puede afirmar civilizadamente que la suma de todos estos errores justifique la negación de derechos que son inalienables. El territorio de CisJordania y Gaza sigue siendo palestino. Los palestinos tienen derecho a su identidad nacional; si debiéramos juzgar a las naciones y los pueblos por sus errores pasados, habría que borrar del mapa a Alemania.

El argumento de los errores es una hipocresía más.

En 1937, a los 14 años, yo militaba en el Movimiento Sionista- Socialista que propugnaba en Palestina un Estado binacional para judíos y árabes, un Estado secular. A partir de 1948 apoyé la existencia de dos Estados, aceptando la inevitable partición de Palestina. Un Estado judío y uno palestino, viviendo en paz y armonía. Cincuenta años de mi vida han sido una larga y patética historia de frustraciones. Por fin ahora, viendo a los palestinos combatir por sus derechos en su propia tierra, como debe luchar todo pueblo colonizado, como se luchó en Argelia y en Vietnam, sin actos de terrorismo en aeropuertos lejanos, siento que se han terminado las frustraciones y las hipocresías.

Se ha terminado también el elitismo. No seremos los judíos democráticos y progresistas quienes daremos la independencia a los palestinos. Serán ellos mismos quienes la conquistarán. Lo que podemos hacer, quizá lo único, es demostrarles nuestra solidaridad, nuestro respeto, desearles éxito y denunciar a los hipócritas. Como quería Sartre, es el momento de amar al otro, al palestino.

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