_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Aventura y utopía del radicalismo italiano

En un extenso campo ideológico del centro-izquierda, los radicales italianos, desde su refundación como partido, en los años sesenta, han dado siempre muestras de vitalidad, de imaginación y de aggiornamento. Como partido han roto esquemas tradicionales, y entre ellos, el del frecuente estancamiento u oligarquización partidista, que señalaba Michels: construir mi partido sin disciplina, con heterogeneidad ideológica, sin apenas organización: un partido abierto. Combinando ingenio fértil, exageración lúdica y eficacia insólita, actúan como un movimiento (más un antipartido que un partido) que remueve cotidianamente la sociedad política: revulsivo crítico en donde aventura y utopía se entremezclan como los mosaicos de Ravenna. De esta manera atípica de organización y funcionamiento, los radicales italianos han sido -y siguen siendo- pioneros y anticipadores entusiastas de batallas, globales o sectoriales, contra la atonía, la corrupción, la violación de los derechos civiles. Continúan así una línea que en su día iniciaron dos grandes movimientos, minoritarios pero influyentes, en Italia: Justicia y Libertad y el Partido de Acción. El trasfondo de resistencia contra todo totalitarismo, el compromiso firme: con un desarrollo progresista de los derechos civiles y políticos, la concepción europeísta, universalista y solidaria, su permanente vocación utópica, se siguen percibiendo en este partido italiano, liberal de fondo y radical de forma.En su último congreso, el 34º congreso, celebrado a primeros de enero en Bolonia, los radicales reiteran su labor refundadora, en este caso con una nueva dimensión que pretende innovar el marco convencional de los partidos: la transnacionalidad. Tomando como base unos excelentes informes de distintas asociaciones y comités radicales, el discurso-programa de Giovanni Negri, primer secretario, y las múltiples intervenciones de los congresistas -italianos y no italianos- han girado, de modo concreto, sobre esta nueva orientación, contenido y estrategia: cómo establecer un partido que traspase fronteras, que supere el estricto marco nacional-estatal, que no sea una nueva internacional burocratizada.

Muchos aspectos podían ser objeto de comentarios: me voy a referir a tres que, de alguna manera, por contraste paradójico, por novedad de contenido o por planteamiento sutil estratégico, sorprenden, estimulan o anticipan.

En primer lugar, frente a un lugar común, los radicales italianos son los más conscientes defensores de la legalidad constitucional: el espíritu de la independencia y el de la resistencia (de Garibaldi a Rossi) son los soportes histórico-ideológicos más nítidos. Desde esta perspectiva, el Estado de derecho, concretado en su Constitución, es el punto de partida positivo que hay que desarrollar y ampliar: la defensa de la legalidad pasa por una permanente crítica y vigilancia de la legalidad. Conciencia ética y conciencia política tienden, así, a identificarse con conciencia jurídica. Dicho en otras palabras: los radicales son el partido del preámbulo constitucional, que en este caso, no en el nuestro, coincide con una positividad articulada. Un partido del preámbulo es siempre un partido de la defensa genérica del sistema, pero defensa, aquí, es profundización concreta. En este sentido, la labor durante estos últimos años del Partido Radical ha sido coherente y eficaz: promoción de los derechos humanos, civiles y políticos, en su sentido amplio: divorcio, aborto, referéndum, objeción de conciencia, lucha contra el hambre, desarme, derecho de libre circulación y expresión, etcétera.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En segundo lugar, la búsqueda de una nueva identidad europea. El mensaje radical italiano, a pesar de un voluntarismo universalista (el tercer reino anarquista), es fundamentalmente una reflexión sobre Europa, sobre la Europa actual. Pannella es la continuación de Spineffi: la reactualización del federalismo y su dinamización frente a la Europa mercantilizada de las multinacionales. Por distinto camino, de Bauer a Morin, de Albertini a Spinellí, Pannella y sus amigos llegan al mismo sitio y al mismo objetivo: construir un contrapeso político a los grandes poderes transaccionales (económicos, energéticos, militares, de la información); es decir, construir o intentar construir una Europa multiétnica, una Europa de las personas y de los proyectos, casi una Europa fabiana. Conseguir la utopía europea -paz, libertad, bienestar- es la gran aventura concreta radical. Para ello hay que refundar Europa, movilizar la conciencia cívica (peticiones populares), transformar las clases políticas dirigentes, reactivar el estancamiento gubernamental e intergubernamental que hoy caracteriza a la Comunidad, potenciar el Parlamento Europeo. Pannella lanzará una buena idea: un Senado europeo.

En tercer lugar, los radicales italianos proponen un proyecto novedoso, y no fácil, de articulación partidista: la transnacionalidad. En esta idea hay un consenso generalizado, pero con matices importantes y con explicaciones varias. Aspectos de política interna italiana y aspectos de estrategia europea se antagonizan o se diferencian. Como es sabido, el radicalismo italiano es un pequeño partido (2%-3%), aunque eficiente y con iniciativas que llegan a grandes sectores populares y se concretan en leyes más o menos concertadas. La dificultad en superar este techo electoral lleva a un amplio sector del partido a defender, y así se ha aprobado, a inhibirse electoralmente, pero no políticamente, de la escena italiana. La transnacionalidad podía coexistir con la presencia interna o radicalizar el proyecto en su dimensión preferentemente europea. Y esta última es, en principio, la tesis que ha triunfado.

¿En qué consiste la transnacionalidad? Se ha acusado a los radicales de que esta iniciativa es una fuga, una evasión demagógica y calculada. Dada la historia del partido, sus componentes ideológicos, sus compromisos ético-políticos, no creo que conscientemente haya una huida hacia adelante (Europa

Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior

como pretexto). Es cierto que en todo organismo con incrustaciones ácratas o semiácratas la crítica se solapa, a veces, con la autodestrucción: y en los radicales italianos es un componente, aunque sea diluido, con el que hay que contar. Sin embargo, me inclino a pensar que la motivación preferente es otra: reconstruir la sociedad política europea como objetivo, relanzando un esquema que coadyuve a avanzar en la unidad política de Europa y homogeneizando un derecho positivo europeo progresista. En el fondo, la exageración simula una estrategia operativa y consciente. El caso del espisodio Cicciolina ilustra esta manera italiana de plantear un tema: como diría Tierno, la trivialización del erotismo mediante el escándalo. Pero al menos en Roma pueden convivir -separadamente, desde luego- Marcinkus y Cicciofina: lo dramático o cómico se transforma en lúdico. De alguna manera, iconográficamente, Cicciolina ha secularizado el erotismo místico ofreciendo al pueblo-niño el seno izquierdo, que es más radical.

La transnacionalización partidista es la respuesta, ardua come sembra, a la multinacionalización económica, militar, informativa. No se trata de crear una nueva internacional de partidos, sino un nuevo partido no nacional. El marco europeo, sin ser exclusivo, es el que, como punto de salida, tendrá más significación: ya hay instituciones y proyectos sobre los que se puede influir. No pretende, por otra parte, sustituir a los partidos nacionales, sino complementar acciones: lucharán así por la doble militancia, aspecto que tendrá sus dificultades por razones estatutarias internas de algunos partidos nacionales. Es decir, se configura como un segundo partido dentro de un espectro amplio y abierto. Finalmente, siguiendo la constante radical, será un partido sin disciplina y con una organización burocrática mínima. La nueva aventura radical, de revulsivo y crítica, de reflexión y horizonte utópico, tendrá, sin duda, dificultades: remover mentes e instituciones es siempre una tarea dura. Toda perestroika tiene obstáculos. Habrá que ver también cómo concretizan ideas y desarrollan el proyecto. En todo caso, a los amigos italianos hay que desearles suerte: la identidad europea, la unidad europea, se hará como resultado de muchas iniciativas y, desde luego, desde la imaginación liberal y desde la solidaridad social.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_