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EN EL CAMINO HACIA LA PAZ

La comunión de un líder rebelde

Antonio Caño

A. C.En una catedral a medio construir, en cuyas lámparas anidan las palomas -la Iglesia salvadoreña cree que el dinero tiene otros usos mejores-, Rubén Zamora recibió ayer la comunión de manos del arzobispo Arturo Rivera y Damas y oró de rodillas unos segundos ante la tumba de monseñor Arnulfo Romero, asesinado ante el altar de ese mismo templo en marzo de 1980.

Con el rostro descompuesto y rodeado por decenas de cámaras de televisión, Rubén Zamora depositó a las nueve de la mañana un ramo de flores blancas y amarillas sobre los restos del reconocido mártir en la lucha por los derechos humanos en El Salvador. "Me siento emocionado y :reconfortado", dijo instantes después. "Durante estos casi ocho años de exilio siempre había pensado que la primera cosa que haría a mi regreso sena orar ante la tumba de monseñor Romero, cuya figura constituye un ejemplo de coraje para el piieblo".

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Durante la misa, Zamora compartió asiento hacia la mitad de la iglesia con un sacerdote norteamericano que le acompañó desde México y con algunos miembros de su partido. Mantuvo durante los más de 60 minutos de celebración un gesto concentrado, sin hablar con nadie ni, responder con sonrisas a la provocación de los objetivos de las cámaras. Repitió cada uno de los cánticos y oraciones de la liturgia y dejó un billete de un dólar en el cestillo que le pasaron durante la ceremonia. Fue, desde luego, el más solicitado a la hora de estrechar manos para desear la paz durante la eucaristía. Se acercaron a él viejas enlutadas y jóvenes admirados.

En la homilía, dedicada a explicar la festividad de Cristo Rey, Rivera y Damas recordó a Ezequiel, "el profeta del exilio", y deseó que "la presencia de Zarnora suponga una contribución para el diálogo y la paz". Estas palabras fueron recibidas con aplausos, que se repitieron cuando el arzobispo dijo: "Tenemos que hacer todo para acabar con la guerra y vivir como herrnanos". Zamora comulgó entre un mar de fotógrafos que habían tomado por asalto el altar, y se arrodilló al final de la misa para recibir la bendición del arzobispo.

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