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Leo Castelli: "Los coleccionistas hacen la moda"

El galerista más famoso de Nueva York sigue una importante regla: lo nuevo, siempre lo nuevo

Leo Castelli no se parece a su mito. El marchante de arte contemporáneo más importante y el más conocido de Nueva York -por tanto, del mundo- no se parece en nada a la caricatura de un capitalista, pero se parece al retrato que de él ha hecho Andy Warhol: un sexagenario más bien delgado al que le gusta seducir, viste con elegancia un abrigo de marta cebellina -de Bergdorf Goodman, naturalmente-, traje azul oscuro, que le da un cierto aire entre padrino y aristócrata italiano, origen obliga.

La galería del 420 West Broadway se ha convertido en un monumento de Nueva York. Uno sube la escalera que conduce a ella con la sensación de visitar uno de los teatros de la historia contemporánea. En ella han expuesto a partir de 1957 casi todos los artistas americanos cuyas obras llenan los museos y las mejores colecciones privadas. Castelli recuerda que en los 15 años desde la fundación de su galería, hasta 1972, llevó a cabo grandes descubrimientos."Todo empezó con Rauschenberg, Johns y Twombly; después continuó con Frank Stella; vinieron luego los artistas minimalistas, los artistas conceptuales, y a comienzos de los setenta, Nauman y Serra". En cada una de estas ocasiones el descubrimiento ha tenido como objetivo encontrar nuevos artistas, encontrar artistas pop en plena moda del expresionismo abstracto, o minimalistas en pleno pop art. Castelli es el típico personaje que ama la novedad, sin importarle los riesgos. Así fue como inventó la que sería una de sus estrellas más importantes: Jasper Johns.

"Yo conocía a Rauschenberg desde hacía muchos años, pero no conocía a Johns. En cierta ocasión pude ver un Johns en una exposición colectiva. Era verde y había utilizado una extraña materia de encáustico, con un blanco casi invisible por encima, algo completamente diferente del resto. Dos días después me acerqué al estudio de Rauschenberg y éste me contó que Jasper Johns vivía en el piso de abajo. Bajé rápidamente y me encontré con un extraño espectáculo: banderas, blancos, alfabetos, cifras. Fue toda una revelación. Comprendí que estaba ante la obra de un gran artista".

Uno creería estar escuchando el relato de la primera visita de Kahnweiler al estudio de Picasso. Castelli, como Kahnweiler, acababa de unir su nombre a un nuevo movimiento artístico, y es a ese movimiento, el pop-art, en el sentido más amplio de la palabra, al que debe su gloria y su fortuna, algo que no llegó rápidamente, según dice. "Fue muy difícil al principio. Los cuadros que se venden por millones se vendían por 500 a 1.000 dólares. Ha sido preciso", explica, "esperar para que la galería se convierta en una empresa respetable".

Comenzó a funcionar hacia 1965, y a sacar realmente beneficios hace tan sólo cinco años, al aumentar considerablemente los precios de Rauschenberg, de Lichtenstein y de Johns. Los precios de estos últimos han crecido de forma casi milagrosa a causa de la oferta y la demanda: ahora, para un solo cuadro tengo 10 compradores.

A todo esto hay que añadir el efecto de las ventas públicas. Cuando un cuadro de Johns de 1959, Out of the window, se vendió en 3.630.000 dólares en Sotheby's, aumentamos, naturalmente, un poco nuestros precios. Es preciso seguir el alza".

A diferencia de muchos marchantes franceses, Leo Castelli no rehúye hablar sobre el tema económico en el arte, siempre con una idea básica: "Los coleccionistas dominan completamente el mercado, completamente. Hacen y deshacen las modas en una carrera desesperada hacia lo nuevo, siempre a la busca de nuevos artistas, que compran justo en sus comienzos y evitan así pagar el precio que tendrán dos o tres años más tarde, cuando todo el mundo los quiera y ya no tengan nada que vender".

Especulación

Es inútil, pues, hablar de idealismo: el arte también es especulación. Es problema del artista el defenderse de la "presión del mercado" y caer por debilidad en una producción excesiva. El problema de los marchantes es el de retenerlos. "Yo nunca tengo stock. Hay que esperar a que lleguen los cuadros. Con Johns, por ejemplo, se puede tardar muchos años. Los cuadros se compran de antemano, naturalmente". También es su problema el organizar y crear las vanguardias. "Hoy no se le quita un artista a una galería pequeña tal y como se hacía antes, hoy uno se asocia con ella".Castelli no quiere ser tan sólo el hombre del pop. Tiene que continuar inventando e innovando. "A mediados de los setenta se produjo un vacío en Estados Unidos, el arte venía de Italia, de Alemania y también de Francia. Nueva York lo absorbió. Ahora, Estados Unidos parte con los jóvenes artistas geométricos". Castelli los ha encontrado en las nuevas galerías del East Village, antes de ser descubiertos por los coleccionistas. Con ellos se terminó la incertidumbre de la importación; es más fácil ofrecer la obra de un artista norteamericano que la de un europeo, incluso mejor. En este sistema comercial de renovación permanente hay poco sitio para el juicio histórico.

Sobre sus preferencias personales, Leo Castelli es menos reservado. ¿Quiénes dominan en este período? Tenemos a Jasper Johns para empezar, a Stella y a Roy Lichtenstein. Rauschenberg es algo diferente, trabaja mucho y produce cuadros difíciles. Es más empresario que artista... También está Richard Serra, que es bueno, sin olvidar a los viejos, como Oldenburg o Rosenquist, que ha tenido un momento bajo, pero ha vuelto con gran fuerza. En mi cuadra hay muchos y realmente fuertes".

Copyright Le Monde.

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