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Tribuna:EL DEBATE SOBRE EL SOCIALISMO
Tribuna
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¿Por que negarse a 'lo existente'?

La historia del hombre -la historia de la Humanidad- está repleta de contradicciones y paradojas, de las que aquí, entre nosotros los españoles, no podemos considerarnos ajenos. Por ejemplo, precisamente un Gobierno socialista ha sido el encargado de enterrar el socialismo. Como precisamente en los países occidentales de tradición cristiana fue donde se impuso el lucro -el interés o ganancia- como motor de sus economías. Y mientras que la codicia y el egoísmo se estigmatizaban desde los púlpitos, en la vida económica se constituyeron éstos como los incentivos más fuertes, incluso imprescindibles, para que el capitalismo bien funcionase. Contradicciones, insisto, de la historia, por otra parte muy numerosas.Lo cierto es que en sólo cinco años, contra reloj, el Gobierno PSOE nos ha puesto al día, a la hora de Europa y Occidente: se han desmantelado todas las utopías, y nos han quitado de la cabeza todos los proyectos de una sociedad ideal, en la que la solidaridad fuese el motor dominante. Nos han convencido de que esto es imposible. Cualquier otra alternativa global, es más, incluso puede ser peligrosa. Hemos asistido a una conversión acelerada al más crudo de los realismos, al más humilde de los pragmatismos. Nada de grandes, proyectos o sueños irrealizables. Ha tenido que ser un partido socialista y obrero el que venga a hacernos aceptar el orden económico vigente -el capitalismo- como el menos malo, el mejor posible, y reconocerlo con caracteres de necesidad natural y casi ineluctable. Y no hago con esto un juicio de valor, sino una constatación histórica.

A partir de esta aceptación, el país se ha vuelto alegre y confiado. Se ha despojado de mitos -el hombre nuevo, la sociedad socialista- y se ha entregado abiertamente a disfrutar de las nuevas posibilidades que la sociedad consumista le ofrece. El neocapitalismo occidental no necesita ninguna legitimación religiosa, ni siquiera ideológica, sino que se basta con una legitimación indirecta, subterránea al mismo, mediante la interiorización personal, subjetiva, de una serie de valores hedonistas que aseguran la supervivencia del modelo. Y viene la crisis de la militancia, la crisis de compromiso político. Ya no importa que el país funcione mal, que la Administración pública sea un desastre, que la sanidad, la justicia o la educación se deterioren más y más. Ya no importa que se produzca un despotismo político exagerado, y que desde el poder se actúe con una flagrante impunidad. No pasa nada. Nadie dimite ni es cesado. ¿Qué más da si todos son iguales? Lo importante es ganar dinero, mientras más mejor, por supuesto, y saber gastarlo en las miles de oportunidades que la sociedad pone a nuestro alcance.

Hoy el relativismo radical en que cada individuo se mueve, su escepticismo, si bien por una parte desvertebra y desconexiona, por otra impide la posibilidad de antagonismos globales entre dos grandes grupos sociales. Hoy, por identificación con un proyecto, y fidelidad al grupo social que lo promueve, nadie está dispuesto a jugársela y, por supuesto menos, a dar la vida. Vivimos, pues, en una sociedad española bastante estabilizada, que no quiere decir cohesionada. Y los mecanismos de control social, de estabilización, no tienen por qué ser las ideologías legitimadoras, incluidas las religiosas, en otros tiempos tan importantes. Son muy distintos, y podríamos clasificarlos en varios grupos.

a) Unos, constituidos por la enorme influencia de los medios de comunicación de masas, sobre todo los visuales, que trivializan y convierten en espectáculo a la vida pública. La política es hoy espectáculo e imagen. El ciudadano se reduce a espectador pasivo de la misma, y se interesa, comenta, se irrita o se divierte con ella, pero no participa. El ciudadano no se siente protagonista de la política. Asiste a las mascaradas de las campañas electorales durante unos días, y decide su voto por unos extrapolíticos mecanismos subliminares. Ante la pequeña pantalla presencia el desfile, muy consciente, en el fondo, de que se trata de una comedia. Su pasividad y su relativismo quitan agudeza a la vida política, despojándola del dramatismo que en otros tiempos tuvo. Factor, pues, de estabilización. Y la televisión ha sido, y es, fundamental en este sentido.

b) Ya he señalado anteriormente la interiorización personal de los valores capitalistas. Pero en su peor versión. Y me refiero a la mentalización depredadora, personal, individualizada, que se ha generalizado en todos los estratos de nuestra sociedad. Hoy lo que priva es el afán o el deseo de aprovecharse y sacar tajada de toda oportunidad que se presente. No predomina la actividad creadora, productiva; ni muchos menos, el trabajo honesto, ajustado a unas normas éticas y fiel cumplidor de sus deberes. Quien cumpla con la ley, quien se ajuste a las normas, difícilmente puede abrirse camino y prosperar. Desde la picaresca fácil, la triquiñuela al alcance de la mano, hasta unas prácticas francamente piratas o gansteriles, hay una amplia gama de conductas en las que, en su inmensa mayoría, están hoy incluidos todos los españoles. La corrupción abarca todos los campos y admite infinitos matices. Yo diría que difícilmente pueden encontrarse algunos españoles con autoridad moral como para tirar la primera piedra. Pocos, muy pocos, son los que aspiran a implantar el reino de la solidaridad y la justicia, y muchos, casi todos, los que pretenden participar y beneficiarse de las ventajas de la insolidaridad y la injusticia. Ya nadie habla de transformar, mejorándolos, los mecanismos de un sistema; ya todos se ocupan de sacar provecho individual de las posibilidades de depredación que pueden ofrecérsele. Y esto, en definitiva, procura estabilización al sistema, puesto que, como hemos dicho, han desaparecido los que en conjunto, formando extensos y bien compactados grupos sociales, ponían en entredicho, frontalmente, la estructura del mismo e intentaban sustituirla por otra muy distinta, montada sobre diferentes mecanismos.

c) Hay un tercer factor de estabilización: el ansia de consumo, la diversión y el ocio. Nunca como hasta ahora los españoles, en general, han consumido y disfrutado tanto. Restaurantes, bares, pubs, coches, vacaciones, etcétera son unos objetivos a los que los españoles nos hemos entregado con verdadera fruición. Unos, para que los ahorros no se los lleve Hacienda; otros, imitando a los primeros, porque tienen asegurados unos sueldos, unas pensiones de enfermedad, vejez o invalidez, o un paro retribuido, que le eliminan toda preocupación por el futuro. En la medida en que faltan otros valores más trascendentes, todo se concentra en pasarlo bien en el seno de unos microgrupos de amigos o familiares. Lo demás, las miles y miles de corruptelas de nuestro sistema social, hay que aceptarlo pasiva y resignadamente, porque, aparte de que no tienen arreglo -no hay recambio-, también es cierto que, más o menos abiertamente -la mayoría de las veces abiertamente-, suelen favorecerle individualmente. Pasarlo bien, y así intentarlo, entre la consumición y el ocio, no deja de ser un factor de estabilización social, al eliminar cualquier loco proyecto utópico, incluso revolucionario, de subvertir el actual orden establecido.

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Alegre y confiado

Vivimos en un país alegre y confiado. No importa que estemos en almoneda, vendidos cada día más al capital extranjero; no importa que el déficit público adquiera caracteres alarmantes (15 billones de pesetas, un 47,8% del valor de la producción total, 1,3 billones de intereses anuales. Fuentes Quintana); no importa que nuestra competitividad exterior sea cada día peor; no importa el número de los que no rinden nada. Hay que gastar más, comprar más coches, pasarlo bien en vacaciones. No importa que la ética cívica esté por los suelos, se ensucien las calles, se rompan las cabinas de teléfonos o se habiliten mecanismos para que el contador de la luz marque menos, etcétera. No importa el neodarwinismo social salvaje en que vivimos ni la mediocridad colectiva que se ha impuesto, como tampoco los atracos, los tirones, las drogas, si hay permisibilidad sexual y se sigue uno divirtiendo al máximo. Por lo que si, para terminar, tuviese que definir en pocas palabras la situación del país, diría que funciona mal, pero se vive bien, exultantemente bien. Se está perdiendo el futuro, pero se ha ganado el presente. ¿Hasta cuándo? He aquí el interrogante.

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