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Tribuna
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Un sabio atento al porvenir de la lengua vasca

"Videbatur Omnino Mori non Debuisse". El verso de Horacio es lo primero que a uno le viene a la mente apenas colgado el teléfono. Ha muerto Mitxelena, y de verdad parecía que no debía en modo alguno morir. Tan colosal es su obra y tanto el anhelo con que esperábamos más frutos. La imagen del maestro no se borrará nunca, con su cuerpo encorvado y el hablar rápido, con multitud de cortes y digresiones, mientras manejaba entre los dedos el sucedáneo plástico de cigarro.Nacido en Rentería (Guipúzccia) en 1915, hijo de un cestero, Koldo Mitxelena ya despuntaba desde joven, leyendo de todo y observando todo. Pero la guerra llegó. Alistado en el Ejército vasco, combatió hasta caer preso en la raya de Santander. Con varias penas de muerte encima, Mitxelena tuvo una estancia total de siete años en la cárcel, estancia repartida en dos veces, porque la primera, la más larga, no había demado en absoluto al rebelde.

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Iniciados sus estudios superiores en la cárcel, empezó a ser conocído en el campo vasco allá por 1949, en San Sebastián, al lado de Julio de Urquijo, y trataba a otro gigante, Azkue, presidente de la Academia vasca, entonces catacumbaria.

Burlar los 'penales'

Mitxelena tardaría unos años en ingresar en la enseñanza como funcionario, después de burlarlo; requisitos de los penales por el prúcedimiento de pedirlos dos veces en el espacio de una semana: la segunda vez cabía la posibilidad de que su ficha estuviera ya sacada, y coló. De la mano del rector Tovar, aquel catedrático que enseñaba latín en institutos cernenzó a dar conferencias y seminarios en Salamanca, en un camino que le llevaría a ganar la cátedra de indoeuropeo de esa universidad. He recordado en otra ocasión lo que nos dijo Sánchez Ruipérez al día siguiente al eripezar su clase de griego en Salamanca: "Acabamos de examinar a un hombre que nos da cincuenta mil vueltas a todo el tribunal junto".Entre tanto, la lista de los libros y artículos de Mitxelena no dejaba de engrosar. Citemos aquí, por traer algunos, éstos: Fonética histórica vasca, Historia de la literatura vasca, Textos arcaicos vascos, hasta Lengua e historia, el último de éstos, recopilación de trabajos sobre linguística, campo que había casi dejado últimamente para dedicarse a la filología vasca, y ante todo a la confección del Diccionario general de la lengua vasca, cuyo primer tomo estaba a punto de publicarse.

Mitxelena ha sido, sin duda alguna, el mayor de los vascóloges, fiel deudor de Bonaparte, Schuchardt, Azkue, Urquijo, Uhlenbeck y demás, pero al tiempo crítico riguroso de ellos, cemo escribió Corominas en el prólogo de su diccionario catalán. Sus armas eran una formación lingüística nada común, un conocimiento profundo de la lengua vasca y una inteligencia brillante, junto con una curiosidad intelectual que le hacía leer prácticamente todo, incluyendo mucha literatura, desde la novela negra hasta el teatro romano.

Modelo de hombre comprometido con su país, Mitxelena pasó de Salamanca a la universidad del País Vasco al crearse ésta, en 1977. Se abría para todos, y también para él, la deseada universidad pública vasca, con unos principios como todos los principios, pero acaso más precarios, y Koldo, que había rechazado amable pero firmemente una anterior propuesta para entrar en la universidad de Navarra, quiso ser consecuente.

Pero este sabio no era distraído en la cuestión del porvenir de la lengua. Mitxelena es el autor del largo y certero informe-base de la unificación del euskera, en 1968, y salta a la vista el éxito de la propuesta. Euskal Herría le gustaba con pasión; también le hacía rabiar, sobre todo por los pistoleros del tiro en la nuca y las gentes de la periferia violenta. Y, como muchos otros, pensaba que la mejor contribución de los vascos a la humanidad es la que está aún por llegar.

Enrique Kenërr es profesor de la universidad del País Vasco.

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