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Tribuna
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El genio brasileño

Ha muerto el gran Gilberto Freyre. Una de las grandes mentes del genio brasileño. Cuando estuvo en Madrid, al despedirse, me dijo: "Le espero en mi casa de Agipucos, en Recife". Y allí fui a verle en su casa pernambucana, otero verdeante, abajo el río, jardín tropical: flores moradas, casona de altas alas: luces cernidas y un huertecillo interior. Por una ventana pasaba el paisaje del atardecer nordestino, de equilibrio entre la selva, el mar y el Sertao. Y ese equilibrio también en la etnia que me rodeaba para tomar el té: vieja sangre holandesa de los Van der Le¡ en el padre de Gilberto, que parecía un Franz Hals. Gilberto: un portugués del Políptico de Nuno Gonçalves. Una chilena acompañaba mi hispanidad. Lo moro estaba infiltrado por Enrique López Martínez, granadino, perfil de alfaquí. El Sertao era María Teresa, su mujer, de Paraiba adentro. Fervor indio y africano se asomaba a las ojeras de Elena, dama de la ciudad. Gracia rifeña, la dueña de casa. Y nos servían criados negros.-Esto es Brasil -reiteraba Freyre, con delicia-, mezcla, fusión, combinación ("mixtura, fusão, combinasão").

Entonces le insinué mi creencia de que ello se debía gracias a Don Juan, que se hizo brasilero al escapar de España, condenado. Pues la raíz más honda, la gallega, la de los Tenorios de Pontevedra, le impulsaba como a una tierra de promisión a esta tierra portugalaizada.

Freyre, se sorprendió mucho con esta revelación mía, cuando basaba mis evidencias sobre sus propios textos de Casa Grande e Senzala, Sobrados y Mocambos, interpretados a esta nueva luz.

A Freyre se debe esta frase genial: "Españoles y portugueses cayeron sobre América como garañones desbragados".

Y bajo tal sensación me llevó a una churrasquería hasta más de medianoche. Noche densa, tibia, suavizada de lluvia y luces de canales como en una Venecia que parece Holanda y resulta Pernambuco.

Corrección de clásico

Miré con atención el rostro de Freyre sobre el fondo de su ciudad en la noche de faroles y sin estrellas. Correcto, correcto como el de un clásico. Pero teñido de muchos soles tropicanos. Rostro si universal también localizado. Como sus ideas. Por una parte, Freyre era el bandeirante de la catolicidad racial de su Brasil en el mundo. El brasileño que más convencía sobre un Brasil donde la democracia étnica originada, según él, por la miscigenación de las Casas Grandes y Senzales, y según yo por el poder de Don Juan.

En el alma de Freyre había ese batir de espuma y sangre contra el arrecife de su propio perfil rockero... Por lo que le incitaba a seguirme abasteciendo de singularidades y genuinidades pernambucanas.

-¿Qué inspiración aconseja usted a la arquitectura de aquí?

-La del Mocambo, la Casa del Caboclo, la de paja pesquera en las playas. Reminiscencias africanas y orientales. Verdes, bermejos vivos amarillos, azules, de los sobrados de las propias iglesias, armonizando con los cocoteros y los mangos.

-Usted ha inventado el concepto de lo "rurbano", la integración de lo rural con la urbe.

-Nuestro carácter tiende siempre a ese placer por lo armónico. Naturaleza y ciudad.

-¿Le gustan las calles viejas de su ciudad?

-Hasta la apología. Por su recato moro. Como esa rúa estrecha del Rosario o callejones como el de Cirigado... Calles con soportales, casas con rótulos y ventanas en ajedrez, encelosadas... Rúa de Sol, Boca de Peixe Frito, Rúa de Saudade, Chera Menino, Sete Pecados Mortais, Encanta Moca... Y barrios de San Jorge, La Torre, Casa Amarela, El Pozo, donde aún se siente el olor a munguca e incienso.

-¿,Qué árboles son los más propios para Recife?

-Palo de Arce, mango, palmera, jacarandá, gameleira, jambeire...

-¿Y el color más pernambucano?

-El bermejo, llamado por los pintores antiguos color pernambuco... Color sexual, mágico.

Secretos

-Dígame más secretos nordestinos, Gilberto.

-¿Secretos? La navaja o faca de penta de Pesmado u Olinda, la hanlaca de Cearé, la guayabada de Pesqueira, el fervor católico de Don Vital, las piñas de Goiana, las alpargatas sertanejas, las calabazas de miel en los ingenios, las muñecas de barro, la tintura de Preciosa, las telas de Ribeiro, la literatura de Joaquín Nabuce... Pero sobre todo la dulcería de este reino del azúcar.

-Ayer tomé en casa de mi amigo el cónsul alemán alguno de los dulces por usted contados.

-Los auténticos sólo se hacen o se hacían en los monasterios o por negreas de tabuleiro, las quituteiras. ¿Qué eran esos dulces, acaso castañas de cajú confitadas? ¿Rapaduras? ¿Sequillos?.

-Pues no lo sé bien, Gilberto... Eso de sequillos me suena a dulce toledano. Sólo sé que el dulzor de su golosina me estallaba en la boca como un beso.

También tomé cascos de cangrejo, fritada de gusiamú, empanadas de sirí y arroz dulce y buen cafezinhe y buen azúcar.

-Es la golosinería de que habla Alencar en sus viejas novelas. La gula -dice- se va perdiendo. Hoy impera la lata, la conserva. La industria no nos ha invadido y aplastado aún.

Éstas y muchas otras palabras fueron nuestra conversación con Gilberto Freyre hace unos años en Recife, capital del Estado de Pernambuco.

Ahora, hace tan sólo unos días, ha muerto, y a mí me surgen imágenes y sensaciones acerca de Freyre y su Pernambuco, imágenes teñidas de bermejo, de morado, de verde, de azul, pregnadas de infinitos aromas de dulcerías, de golosinas, muchos voceríos, todos originados por la caña de azúcar, mis recuerdos de la tierra donde Freyre reposa se desvanecen entre relámpagos de canales de Venecia como si estuviéramos en Holanda, pero estábamos en Pernambuco.

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