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Thatcher cree en Reagan

La primera ministra británica hace una profesión de fe en el presidente de EE UU

Francisco G. Basterra

Margaret Thatcher hizo el viernes en la Casa Blanca una declaración de fe en Ronald Reagan. "Se están produciendo cambios históricos en la URSS. Hoy, más que nunca, la alianza occidental necesita el liderazgo de EE UU. Este presidente está capacitado como nadie para ejercerlo y lo va a hacer", afirmó la primera ministra británica, llegada aquí en una escala de 24 horas de apuntalamiento de una presidencia maltrecha por el Irangate.

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El 'Gobierno paralelo' de North y Poindexter

Poco después, Reagan, como todos los viernes, embarcaba en el helicóptero Marine One con tres o cuatro películas de sus viejos amigos de Hollywood, Nancy y su perrito, para descansar en la residencia de fin de semana de Camp David, en las montañas de Marryland, a cubierto del calor pegajoso de Washington y lejos del desastre Irán-contra.Pero el escándalo no le abandona fácilmente, aunque la Casa Blanca explicara esta semana que Poindexter "ha absuelto" a Reagan de una implicación directa, y la destrucción masiva de pistas llevada a cabo por sus fieles fontaneros se haya llevado por delante la esperada prueba concluyente.

Los sondeos, el verdadero termómetro por el que se guía esta Administración, insisten tercamente en que ni Reagan ni el ex consejero de Seguridad Nacional, John Poindexter, están diciendo la verdad.

"Esto ha destruido la credibilidad de Reagan en la política mundial. No hay un solo jefe de Estado informado capaz de fiarse ahora de una declaración pública de este presidente", dice David Barber, profesor de Políticas de la universidad Duke y autor de varios libros sobre la presidencia.

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La primera ministra británica, el líder más fuerte de la OTAN y la auténtica encarnación del reaganismo de los mejores tiempos, quería saber sobre todo si el daño en política interna causado a la Administración por este escándalo es irreparable y hay que esperar a otra presidencia, o si, por el contrario, el gran comunicador será aún capaz, aunque sea por su propia supervivencia histórica, de anudar un acuerdo de armamentos con Mijail Gorbachov antes de dejar la Casa Blanca. Margaret Thatcher, antes de volar a Jamaica, afirmó que "confía plenamente" en su amigo Ron.

Al otro extremo de la avenida Pennsylvania, en el Congreso y ante los focos de la televisión, el almirante John Poindexter luchaba por hacer verosímil la historia de que Reagan no sabía nada del desvío de fondos a la contra, pero que daba igual, "sólo era un detalle y el presidente lo hubiera aprobado".

Al final de otra larga semana de intensos interrogatorios, crece el escepticismo sobre la credibilidad de esta historia y aumenta el número de los que creen que se trata de una gigantesca operación de encubrimiento de una operación con ribetes de criminalidad.

Lo que para el equipo de patriotas encabezado por el teniente coronel Oliver North -ya hay hamburguesas y helados Ollie, y las camisetas con su efigie desafiante del Congreso hacen furor a 10 dólares (1.260 pesetas) la pieza- fue una operación "legal, que la historia juzgará favorablemente", constituye para Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que reveló el Watergate, la demostración de que la Administración de Reagan ha vivido durante años en la ilegalidad.

Con independencia de la investigación del Irangate, esta semana hicieron definitivamente agua dos casos de corrupción que afectan a íntimos colaboradores del presidente. Se abrió el juicio por perjurio y tráfico de influencias contra Michael Deaver, el creador de la imagen de Reagan desde la Casa Blanca hasta hace 16 meses. Y Lyn Nofziger, un ex asesor político del presidente, fue procesado por presunta violación de la ley de ética en el Gobierno.

También abusó de su influencia en la Casa Blanca para conseguir contratos militares para una empresa privada, Wedtech. Un fiscal especial está investigando, por la misma causa, al ministro de Justicia, Edwin Meese. Éste declarará esta semana ante el Congreso.

Pero la situación de Reagan no es ni mucho menos desesperada. Ha desaparecido prácticamente la remota posibilidad que podía existir de que fuera procesado. Situándose en la estela de popularidad de North, el presidente se prepara para contraatacar con una nueva defensa, en un discurso al país en agosto, de la ayuda a la contra. Pedirá más dinero y para 18 meses en vez de para un año.

"El testimonio del teniente coronel North ha sido muy beneficioso para los rebeldes", asegura el ex dirigente de la contra Arturo Cruz.

Mayor popularidad

Aunque todavía no es una política popular en Estados Unidos, en dos semanas el apoyo a los antisandinistas ha ganado 14 puntos. Es ya del 43%, y en junio estaba en el 29%.

Estos datos provocan cierto optimismo en la Casa Blanca, que cree que puede ganar de nuevo la batalla de la ayuda en otoño, demostrando que se equivocaban quienes creían que el Irangate enterraría la guerra sucia de Nicaragua.

Durante muchos meses, la política exterior de EE UU, por negligencia del presidente, fue llevada por un ex comandante de destructores, graduado en física nuclear, sin ninguna experiencia internacional, y por un oficial de marines que "se sentaría cabeza abajo si se lo ordenara su comandante en jefe" y que creía actuar con la autoridad del presidente.

Ronald Reagan no recuerda siquiera si aprobó el primer envío de armas al ayatolá Jomeini, en noviembre de 1985, una decisión que hacía añicos la política de la Administración de no tratar con terroristas. Y en la importante decisión de financiar a los antisandinistas con los residuos de la operación iraní, Poindexter interpretó los deseos del presidente y dio la luz verde, sin consultárselo.

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