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Retratos con sentimiento

Sentir la impersonalidad y la iluminación, sea natural o artificial de un personaje, refleja la personalidad de este retratista. Alejar del medio al sujeto, verle en su estudio entre un sillón cubierto por una -manta vieja o bien en ese maravilloso ángulo de paredes oscuras. Sin adornos, lisas, llenas de sobriedad, nos vuelven a demostrar el talento de Irving Penn. Sus muestras son tan reales como sus personajes. Plasma con su cámara lo que él y sólo él ve por el visor. Sin florituras. Sobrias, reales, llenas de vida y descaradamente desafiantes. La mayoría de sus retratados miran fijamente, al objetivo de la cámara.Penn consigue en sus fotografías lo más dificil en este arte: la sencillez.Esas imágenes tienen el atractivo de estar vivas, hablan, desprenden sentimientos. Te hacen conocer al personaje fotografiado. Sólo tenemos que estudiar el retrato de Truman Capote (1948, Nueva York). Una silla, Capote, una postura o forzada pero sencilla, relajado, con las manos en los bolsillos y ese maravilloso ángulo de paredes que sólo Penn combinaba a la perfección con el personaje. Solemne el retrato de Picasso, cubriéndose la cabeza con un sombrero cordobés, tapándose parte de la cara con una capa española. Resaltando lo que él quería expresar con su mirada.La serie de retratos que Penn hizo en el mismo sitio en el que fotografió a Capote revela su imaginación, gusto, manejo de luces y contornos visuales para que toda la fotografía no tenga ningún vacío que pierda interés. Resaltando exclusivamente al personaje. Retratos de George Grosz (1948), Jean Cocteau, Cecil Beaton, son una muestra de lo que es capaz de hacer un fotógrafo con sensibilidad, gusto y conocedor de todas las técnicas del arte de la _fotografía.

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Exposición de las mejores fotografías de Irving Penn

Otra faceta de indudable saber y ver a su personaje: los cortes en sus fotografías, cortes perfectos en los planos medios de retratos (véase la foto de Richard Burton). Su original.corte sobre la copia resalta los ojos de Burton sin preocuparle otras cosas triviales. Armonía perfecta en el retrato de Tennesse Williams (Nueva York, 1951). Corta no sólo la cabeza a la altura de la cejas, además mutila el brazo derecho a la altura de la muñeca. ¿Qué quiere resaltar? La mano engolada con la boquilla, el cinismo en su rostro. Estamos seguros que este retrato de composición sumamente sencilla permite tener un juicio propio de la personalidad de Tennesse Williams.

"Trabaja para publicar. Es un periodista gráfico... Para el fotógrafo moderno, el producto final de su esfuerzo es la página impresa, no la copia fotográfica", dijo Penn en el simposio What is modern photography?, celebrado en The Museum of de Modern Art (Nueva York, 1950).

Años después, en otro coloquio, Penn se manifestó de distinta manera. Lógico: Penn era un retratista artesano, independiente en sus distintas facetas. Anárquico en sus planteamientos. Normal que rectificara esas palabras que pronunció en el Museo de Arte Moderno de Nueva York años atrás. Su creación no podía estar supeditada a las páginas de una revista. Él era mucho más que esto, o al menos así lo entendía. Lamentó la desaparición del tragaluz, luz natural. Supo acomodarse a la otra luz: la artificial. La asimiló a la perfección (véase su obra Still life with food).

Con su creación de la serie de fotografías de marzo de 1948, en Cuzco, no se puede pedir más. Su realismo llegó al sumo de la interpretación gráfica. La sencillez de los fondos, una tela gris, el suelo sucio, frío, agrietado, un apoyo: silla, mesa, y los personajes. ¿Su gran mérito? Saber moverlos, situarlos en escena, ponerlos dentro del visor de su cámara, enciladrándolos y dándoles vida. Penn se compró su primera cámara fotográfica Rolleiflex con el dinero que ganó dibujando zapatos.

Gracias, Penn, por tener esa gran idea.

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