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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Homenajes al director Ayestarán

Las últimas actuaciones madrileñas del Orfeón Donostiarra han constituido un hondo homenaje a quien fuera su director, el infatigable y humanísimo Antxon Ayestarán. No sólo los cantores y los directivos del coro de San Sebastián; no sólo el maestro invitado, Vladimir Spivakov, o el tan ligado a la vida orfeonística Rafael Frühbeck de Burgos. El público en masa, aquí, en Barcelona o en Bilbao, se ha sumado esta vez, a un sentimiento en el que la evocación fue unida a la tristeza. Ayestarán tenía una manera de ser y comportarse que, como sucede con todos los grandes, se advierte más el vacío que dejan que la presencia que disimulaban. Pero la verdadera presencia era la obra, el canto bien acordado de las cien voces donostiarras para La Pasión o los Requiem (Fauré, Verdi, Donostia), para el estreno (Vivir en mí, de Lladó) o la redescubierta de músicas casi olvidadas: Guercoeur, de Magnard; Evocations, de Roussel. "Hacemos un monumento de honor a Antxon con nuestras actuaciones...", se advierte en Do-mi-sol-do, acorde perfecto en forma de hoja volandera que edita el Orfeón. Así ha sido exactamente.Cuando Vladimir Spivakov, con los Virtuosos de Moscú y el Orfeón, terminó la Misa de la coronación, después de la entonación por la soprano del hermoso Agnus Dei, sentimos que el homenaje se cumplía y el monumento sonoro estaba alzado. No menos ante la increíble versión del Concierto número 12 de Mozart por esa genial pianista que es la portuguesa María Joao Pires, intimizadora de cuanto toca, creadora de un sonido más que transparente, transfigurado, serena en la dicción, graciosa en el allegretto final, conmovedora en el andante. La música en manos de la Pires no suena ante nosotros, sino dentro de nosotros en todo su poder afectivo.

Los Virtuosos de Moscú (Spivakov)

Orquesta Nacional (Frühbeck) y de RTVE (Víctor Pablo Pérez), Orfeón Donostiarra (José Antonio Sainz), Coro de RTVE (Jordi Casas). Solistas: María Joao Pires, piano; Jesús Corral, oboe; Araes Daytijan, Jill Gómez y Alison Harca, sopranos; Larisa Piatigoskaya, Jadwiga Rappé y Carmen Sinovas, mezzosopranos. Obras de Mozart, Bach, Mahler, Prokofiev y Prieto. Teatro Real: del 21 al 28 de febrero.

Praderas musicales

Con Frühbeck de Burgos, la Nacional, la soprano Jill Gómez (sustituida el domingo por Alison Harca) y la mezzo Jadwiga Rappé, el recuerdo y la dedicación cobraron dimensiones desusadas. Estábamos, de nuevo, con Gustav Mahler, sus largas praderas musicales, su lírico cantar a partir de músicas pobres, su original mixtura de ambiente local y trascendentalismo, su narración dramática y su cosmogonía espiritual, sus energéticos allegros y sus lentos misteriosos que nos llevan de la vida sencilla a la muerte con promesa de resurrección. Estos 90 minutos de música turbadora y ensimismada encontraron en el Orfeón Donostiarra y, en su director en funciones, José Antonio Sainz, intérpretes de excepción. Seguidores fieles de la batuta firmísima de Frühbeck, el curso de la segunda sinfonía fue un proceso ascensional, de incesante impulso y fuertes coloraciones: como un Greco. Antes de la obra mahleriana, Frühbeck, el Orfeón y la Nacional rezaron conmovedoramente el coral O Haupt voll Blut und Wunden, basado en Hasler, cuyas distintas estrofas emplea Bach por cuatro veces en La Pasión (números 21, 23, 63 y 72).La presencia coral decidió también el programa de la Sinfónica y Coro de RTVE, dirigidos por Víctor Pablo Pérez. Brillante, musical y ricamente plástica su versión de la cantata Alexander Nevsky, de Prokofiev (con solo muy bien dicho por Carmen Sinovas), sucedió a la actuación, superexpresiva, de Jesús Corral en el Concierto para oboe, de Bach (BWV 1.055). Antes, el Fandango de Soler, en la visión instrumental de Claudio Prieto, revalidó los triunfos de Santander, Helsinki o Chicago. Se trata, como comentamos en su día, de una traslación formidable que acusa una nueva dimensión del talento característico de Claudio Prieto. Éste partió del original de Soler publicado por Samuel Rubio para transfigurar la materia sonora con una imaginación y una fantasía casi pictóricas.

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