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Tribuna:LA DISTENSIÓN, EN ENTREDICHO
Tribuna
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La crisis de las armas

El poder explosivo nuclear vigente equivale, según expertos de Naciones Unidas, a un millón de bombas como la de Hiroshima. Convertido a explosivos convencionales, resulta un per cápita de tres toneladas en la cuenta de cada habitante del planeta. De otro lado, sólo el 5% de los 500.000 millones de dólares que se gastan anualmente en armamentos -según cálculos de comienzos de década- bastaría para lograr el objetivo de asistencia al desarrollo establecido en la Estrategia Internacional del Desarrollo del organismo mundial.Quizá lo más dramático es que hasta los países más pobres del mundo contribuyen a estructurar este trágico desbalance. Por éstas y otras muchas cifras, el problema del desarme ha dejado de ser una materia circunscrita a normas de seguridad apreciadas con criterio castrense. Sus profundas implicancias económicosociales, en el actual marco de relaciones internacionales globalizadas, reducen cada vez más el espacio para las políticas nacionales autárquicas. Algo que ya estaba implícito en la aguda observación de Henry Kissinger, a fines de los años sesenta: "La seguridad absoluta para un país significa inseguridad absoluta para todos los demás".

Las armas de la deuda

En los países menos desarrollados, el fenómeno armamentista ha contribuido a romper cualquier intento de equilibrio entre la seguridad y el desarrollo. Al mantener equipos, sistemnas y dotaciones que exceden sus posibilidades reales de financiamiento, se ha tergiversado allí la finalidad de la seguridad, aislándola del conjunto de las demandas sociales.

Esto es particularmente aplicable a los países de América Latina, que, hasta fines de la década pasada, contribuían con cerca de un 11 % al gasto militar del llamado Tercer Mundo, detrás de Oriente Próximo y de Asia (excepto China) y algo delante de África. Y no tanto porque ese porcentaje siga creciendo y sea de por sí elevado (si se compara el estado de paz internacional casi absoluta de América Latina con la variedad de conflictos externos en las otras regiones), sino por la dinámica interna que se congela en esa cifra. En efecto, la tendencia al incremento acelerado que expresa es más propia de una región que se prepara acuciosamente para la guerra que de un continente donde las actividades castrenses han sido, por lo general, de índole contrainsurgente. Puede verificarse que mientras en la década de 1954-1964 el gasto militar en América del Sur tuvo un aumento del 18,7%, en la década siguiente -de auge de Gobiernos castrenses- el alza llegó a un 60,9%.

Tal proceso revela por qué vía el escurridizo equilibrio entre seguridad y desarrollo se ha convertido en una relación circularmente viciosa, que opera en dos momentos de concreción:

Primero. Como una demanda de mayor seguridad militar, que implica un mayor nivel de armamentismo, lo cual, a su vez, implica una mejor disponibilidad de recursos para el desarrollo y -de acuerdo con una premisa base- una menor oferta de seguridad global.

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Segundo. Como una estructura de deuda externa cuyo servicio obliga a reducir importaciones esenciales para una industria frágil, lo cual restringe las posibilidades de desarrollo, afecta la base social de la estabilidad política, dificulta la consolidación de los procesos democráticos y allana el camino a las soluciones de fuerza. Y éstas, como lo demuestra la experiencia latinoamericana, parten privilegiando fuertemente el armamentismo... En buenas cuentas, ha operado en la región una clara perversión de los medios, funcional al mantenimiento y/o incremento del subdesarrollo y a la consolidación de una inseguridad esencial. Cabe advertir que hoy, en esta etapa de esperanzador auge democrático, el fenómeno ha sido asumido por los líderes de la región. El presidente peruano, Alan García ha justificado una reducción importante en la compra de aviones Mirage, vinculándola con su conocida posición sobre un pago limitado de la deuda externa. De otro lado, ha vinculado su posición sobre la deuda externa con la consolidación del proceso democrático en Perú. Desarme, renegociación política de la deuda y democracia aparecen así como un novedoso triángulo latinoamericano, que se proyecta mucho más allá de la región.

Bases de la reconversión

Por éstas y otras razones, una estrategia internacional para el desarme es indisociable de una estrategia internacional para el desarrollo. En cuanto a la primera, su viabilidad depende de un realismo que se exprese en:

- La adopción de actitudes más pragmáticas que ideológicas.

- El rechazo de la tentación de subordinar lo estratégico a lo táctico.

- La asunción de la lógica militar.

La primera premisa del realismo implica alejarse de las percepciones excesivamente simplificadas del cuadro mundial de fuerzas. Las visiones ideologizadas llevan a respuestas perfectas e infalibles -por tanto, negativamente utópicas- o a identificar la solución del problema con una paz equivalente a la victoria total de un sistema sobre otro, que es lo que se quería obtener con la carrera armamentista.

La segunda premisa supone el rechazo de la guerra concebida como último recurso de una política fundada en el equilibrio de poderes, según la ortodoxia prenuclear de Von Klausewitz. Tal concepción, que está en la base de las tesis de la disuasión, menosprecia la potencialidad devastadora del armamento actual. Por ello, privilegiar lo estratégico significa aceptar que el desarme trasciende todos los otros aspectos de las relaciones internacionales, desde que comprende el destino mismo de la humanidad.

La tercera premisa -la necesidad de asumir la lógica militar- significa reconocer el hecho de que el sector castrense es parte de la estructura de los poderes que tienen que negociar el desarme. Y que, por lo mismo, resulta inadecuado partir conceptualizándolo como el adversario que hay que convencer. Como la parte negativa de una dicotomía maniquea, que distingue entre civiles siempre sensatos y militares siempre irrazonables.

En cuanto a la estrategia internacional para el desarrollo, tendría que empezar por reconocer la estructura socio-económico-tecnológica que ha conseguido levantar la industria de armamentos, para que la empresa de desmontarla y redestinar sus recursos tenga bases serias y plausibles.

La profundización en el estudio de esta temática debe llevar a la conclusión de que la industria de armamentos, en Oriente u Occidente, depende decisivamente de los Gobiernos, más allá del controlismo o proteccionismo en una economía liberal o de las normas de una economía centralmente planificada. Esto podría tener, a su turno, una consecuencia teórica de la mayor importancia: la inaceptabilidad de intereses individuales o nacionales que prevalezcan sobre un consenso superior orientado hacia el desarme, la conversión de la industria armamentista y la reasignación de recursos para el desarrollo.

El aparato burocrático

En otras palabras, y para usar un término muy español, sería impresentable dejar esos objetivos abandonados a las fuerzas del mercado o a la simple rectificación de un aparato burocrático.

Lo expresado permite ser estratégicamente optimista respecto a la viabilidad de algunas proposiciones o de algunas definiciones programáticas que surgen desde los dos polos militares del mundo contemporáneo. Vale la pena recordar que la URSS de Leonid Breznev llegó a plantear que el 10% de los gastos en armamentos de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad se dedicaran a fines de desarrollo. Poco antes, la Administración del presidente norteamericano Jimmy Carter había vinculado "el nuevo orden internacional" con la necesidad de limitar la transferencia de armas convencionales. Su asesor, Zbignew Brzezinski, aludió, en la materia, a esa "ironía trágica" según la cual "los recursos que se desvían del desarrollo social y económico socavan la misma seguridad que los armamentos procuran comprar".

Sin embargo, tácticamente causa desazón lo poco que se avanza -si se avanza- en el camino del desarme. "No se ha alcanzado ningún progreso significativo en la empresa de controlar la carrera de armamentos", verificaba el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, en su mensaje del 16 de septiembre, Día Internacional de la Paz. Y esto cuando la crónica diaria, a horcajadas entre Chernobil y el Challenger, se esmera en producir severas advertencias para quienes se justifican en tecnologías infalibles o cultivan el sueño del arma de primer golpe, inmune a las represalias, aséptica y confiable.

Por eso, en su mensaje, Pérez de Cuéllar reiteraba que "el peligro de una catástrofe nuclear se cierne como una sombra amenazante sobre la existencia humana" y que "la seguridad sigue siendo una meta cada vez más lejana ( ... ) en la medida en que se la visualiza únicamente en función militar".

En definitiva, si económicamente puede hablarse de las armas de la crisis, también debe reconocerse, abiertamente, la crisis de las armas como factor de seguridad. Entenderlo así implica mirar al desarme no como una simple -aunque noble- utopía, sino como un objetivo dramáticamente postergado de toda la humanidad.

Como una tarea para ayer.

José Rodríguez EIizondo es director del Centro de Información de la ONU en España.

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