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Crítica:TEATRO / 'LA HISTORIA TERRIBLE...'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un monumento fatigoso

Las posibilidades de aburrimiento y cansancio que ofrece esta larga pieza son muchas y muy variadas. La historia de Camboya -hoy, Kampuchea- desde que abdicó Norodom Sihanuk (para aparecer como candidato en las elecciones nacionales) hasta nuestros días de tragedia continua es compleja, está implicada en todo el entorno asiático y en la polémica de bloques, al mismo tiempo que en las conspiraciones de corte y los problemas tribales; una crónica escénica que requiere no sólo un esfuerzo del autor sino mucho por parte del espectador.Se desarrolla en nueve horas de espectáculo continuado o en dos jornadas de casi cinco horas cada una, pero quizá la palabra espectáculo esté exageradamente empleada en este caso: Ariane Mnouchkine prefiere la sobriedad, incluso la austeridad, para la presentación: una gran plataforma de carpintería y un trío de músicos que intercambian una diversidad de instrumentos, preferentemente de percusión. Pone el acento exclusivamente en el texto y en los actores. Los textos de Hélène Cixous mezclan con sabiduría los datos de la crónica histórica, una cierta poesía orientalista y la caracterización de los personajes. En todo ello, como en la interpretación, hay una cierta distancia superior, una manera casi paternal de contemplar un pueblo infantilizado y un orientalismo de imitación.

La historia terrible pero inacabada de Norodom Sihanuk, rey de Camboya

Autor: Héléne Cixous. Creación colectiva del Théâtre du Soleil, dirigido por Ariane Mnouchkine. Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Estreno (primera parte): Museo Nacional Ferroviario, 24 de septiembre.

La dicción de los actores, asiáticos o asiatizados, está forzada a tonos agudos y emisiones de voz casi monosilábicas decoradas por movimientos característicos de la imaginería local: esta manera de hablar y moverse llega a hacerse enormemente monótona y molesta para el oído.

Se exagera cuando se trata al protagonista. Norodom Sihamik aparece como lo que en efecto puede ser una interpretación histórica de su figura aún no extinguida: una mezcla de ingenuidad, de soberbia, de inmadurez política, de tesón y al mismo tiempo de manipulación por parte de las grandes fuerzas que actúan sobre su desgraciado país, a las que puede confundirse, si desea, con el destino. Se le puede ver como una figura de Shakespeare -un Ricardo III, un Enrique IV- pero convertido en caricatura; en lo que en el lenguaje teatral español se llama figurón, a los excesos de la tragicomedia.

George Bigot, el actor que interpreta su papel, es indudablemente extraordinario: compone el tipo sin fisuras ni descanso en cada uno de sus pintorescos movimientos, en cada emisión de voz, en el flexible y sugestivo rostro. Ver al fantoche humano es una fascinación; pero no dura el tiempo necesario para sostenerse. Termina también por fatigar. Y la mayoría de los actores está lejos de esa calidad.

Se va viendo con todo esto que hay una cuestión de medida, muy sensible ya en sólo la primera parte. Pero no cabe ninguna duda de que la medida larga es una deliberación del espectáculo. Está en la línea de una monumentalidad con la que el teatro especial busca salidas y espectadores también especiales. Pero lo que en Peter Brook o en Bob Wilson -tan distintos- parece natural y está sabiamente calculado para ir ofreciendo algo nuevo, o sugerente, o divertido, en la obra de Ariane Mnouchkine da la sensación de imitación de una moda, de soberbia creación. El larguisimo Mahabharata, de Brook, parece irreductible: es así porque los creadores nos convencen de que su naturaleza es ésa. En esta Historia terrible... se piensa más bien que se han forzado, los recursos del arte dramático que hubiera conseguido meter, historia, personajes y situaciones, con los apócopes y abreviaturas que son la virtud esencial del género, en una obra de duración normal mucho más eficaz y mucho más intensa.

Ariane Mnouchkine ha demostrado su capacidad en grandes y bellos espectáculos anteriores; ha creado su propia estética y aquí parece haberla renegado. En sus creaciones anteriores el Théâtre du Soleil contaba también, para la ruptura que quería hacer, con tiempos y espacios no habituales, con una requisitoria al público para que él mismo no fuese habitual o perdiera sus hábitos de lo parisiense -lo burgués, lo cómodo- e hiciese un esfuerzo para ir al teatro en otras condiciones. La fuerza que tuvieron sus grandes frescos de la revolución francesa en sus hangares de La Cartoucherie, en 1970, no es la misma que tiene esta historia, y la dureza del asiento improvisado y el frío, que va creciendo en la antigua estación de Delicias a medida que se ve cómo las situaciones no avanzan, raramente compensan al espectador en el sentido de imbuirle su condición de persona especial que escapa de los hechos corrientes del teatro para ir a un nivel superior. Simplemente al cabo de un tiempo nota que le duelen los riñones, que tiene frío y hambre y que se aburre.

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