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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Romanticismo homosexual

La última luna menguante (As is)William M. Hoffman. Adaptación de Antonio Larreta. Intérpretes: José Pedro Carrión, Juan Gea, Amparo Valle, Salomé Guerrero, Mauro Muñiz, Paco Plaza, Luis Merio, Manuel de Blas. Decorados: Alfonso L. Barajas. Dirección: Manuel Collado. Estreno, teatro Pavón. Madrid, 22 de agosto.

Hace siglo y medio la enfermedad incurable y contagiosa era la tuberculosis; su mezcla con la promiscuidad sexual y con el amor sincero proporcionaban escenas como la de Mimi muriendo en la buhardilla de la vida bohemia. 0 La dama de las camelias en colchón de plumas. París era entonces la capital de esa fiebre; Nueva York lo es ahora del SIDA; y el profundo amor entre Saúl y Rich hasta la cama terminal tiene esa emoción morbosa, ese calor romántico en La última luna menguante, de Hoffman, traducción de Antonio Larreta.

La construcción del drama tiene una forma frecuente en el teatro norteamericano del último medio siglo: en torno a la acción central, a la historia de la pareja a lo largo del tiempo -momentos felices, o amargos; rupturas, reencuentros: saltos atrás, saltos adelante- hay una multitud de personajes que se adelantan desde los laterales y relatan; a veces, el documento del SIDA -el teléfono de la salud, las reuniones de afectados, la ex monja que hace chistes macabros y cuenta casos-; a veces, la reacción de la sociedad -la histeria, el miedo, la repulsión; la justificación de su segregación de la homosexualidad-; a veces, el ambiente de la promiscuidad -el bar gay, los camellos de la droga, la prostitución, la fiesta- Son como pequeñas ilustraciones.

En síntesis, este gran amor homosexual no aparece de manera distinta a lo que podría ser una historia de hombre y mujer en un ambiente parecido en relación con lo que fueron las enfermedades venéreas. Su romanticismo de más allá del miedo a la muerte no excede del romanticismo en sentido estricto del siglo pasado: de Manon Lescaut, de Dumás o de Murger, pero tampoco se rebaja.

Éste es uno de los valores éticos de la obra: amor, enfermedad, muerte, compraventa de sexo, explotación, rechazo social, aparecen con toda igualdad en situaciones parecidas: no hay clases sexuales, no hay mejores ni peores, ni distinción en lo sublime.

Es cierto que muchos amores homosexuales en las épocas de restricción, o en situaciones de segregación social .-que no han desaparecido enteramente han tenido que refugiarse en una clandestinidad y han sido víctimas de un hampa; pero también la literatura -y, por tanto, la vida- está repleta de situaciones heterosexuales clandestinas sometidas a la misma victimización.

Sea o no ésta la tesis buscada por Hoffman o por su adaptador, está latente en la obra y es válida. La emoción del amor entre estos dos hombres, Saúl y Rich, sale del escenario. Gracias, en gran parte, a la interpretación de José Pedro Carrión y de Juan Gea, que es excelente y de una delicadeza simétrica.

Difícil equilibrio

Camión, manteniendo un dificil equilibrio en el que los rasgos de la homosexualidad no pierden nunca la dignidad; Juan Gea, en un tipo en el que la homosexualidad no tiene señas físicas, pero que informa todos los actos de su vida.

Interesa menos, quizá por demasiado sabido por toda la abundancia de información que se ha producido en los últimos tiempos, la documentación sobre el SIDA.

La brevedad de las escenas las hace muchas veces esquemáticas y hasta de efecto contrario, como la supuesta comicidad de los consultores del teléfono rojo, verdaderas locas; culpa del autor o del director de escena español -no se sabe-, porque los mismos actores -Manuel de Blas y Mauro Muñiz- cumplen otros papeles con seriedad. La necesidad de ellos y de otros actores -Salomé Guerrero, Paco Plaza, Luis Merlo, Amparo Valle- de aparecer continuamente con distintos trajes y situaciones les impide trabajar más la interpretación. Y lo narrativo hace perder muchas veces la esencia de lo teatral.

La ambientación es fea. Los muebles detestables, las luces de neón que aparecen en algunas escenas, la busca de lo fantasmagórico en un contexto naturalista, la acentuación lírica de la imagen, se producen contra el texto, bien escrito y bien construido por su autor original, Hoffman, y bien dado en castellano por Antonio Larreta.

La representación del sábado por la tarde, con medio teatro -más hombres que mujeres y en general público joven-, la obra gustó y fue seguida con atención a veces rota por comicidades extemporáneas.

La naturalización del amor homosexual, la llamada de atención sobre un grupo social que sufre de una situación de miedo, la repulsa de las personas que aprovechan esta enfermedad para regresar a su actitud segregatoria, son valores muy apreciables que fueron bien recibidos.

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