_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La inmigración, una dimensión nueva del siglo XXI europeo

Día tras día, a propósito del paro, de los despidos, de la delincuencia, de la segregación, de la extensión del derecho al voto, de los atentados a los derechos del hombre, periodistas y políticos hablan de la inmigración. Lo hacen centrados en el momento actual, examinando los problemas heredados del pasado. Pues bien, si existe un campo en el que las reflexiones prospectivas planteen problemas graves a los europeos, ese campo es verdaderamente el de la demografía y los movimientos migratorios. El autor del texto, economista de profesión, acaba de publicar, en colaboración con Michel Godet, la segunda parte de Les mille sentiers de l'avenir. La fin des habitudes (París, Seghers, 1985).

Para interrogarse sobre los temas de demografía y emigración lo mejor es empezar por considerar los hechos antes de examinar y analizar las políticas que pueden concebirse. Pero no resulta inútil recordar previamente, en pocas frases, el último medio siglo demográfico de la Europa occidental.De los años treinta, que marcan el fin de un largo período de emigración europea hacia las Américas, hay que retener el acontecimiento, cargado de consecuencias y de significación, que fue la acogida por parte de las universidades estadounidenses de los sabios alemanes que huían del nacional-socialismo.

En cuanto a la II Guerra Mundial, ha legado a Europa tres herencias demográficas importantes: el genocidio de las poblaciones judías, las graves pérdidas militares y civiles del conflicto (particularmente elevadas en Alemania) y la inmensa migración que desde la Europa oriental ha arrastrado hacia la República Federal de Alemania a todos aquellos -alemanes o no- que huyeron del Ejército soviético o de las democracias populares o han sido expulsados por éstas.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La posguerra conocería el espectacular ascenso de las tasas de fecundidad luego de nuevas migraciones engendradas por las diferentes perspectivas de ingresos y empleos: de España, Portugal y el Magreb hacia Francia, de la Commonwealth hacia el Reino Unido, de Turquía hacia la RFA... mientras que la descolonización haría volver a su país a británicos, franceses, portugueses. Progresivamente, el alza vertiginosa del nivel de vida en la Europa del Sur pararía la emigración italiana, española, portuguesa, convirtiéndose a su vez Italia en país de inmigración, mientras que, por razones diversas, subsistirían las llegadas provenientes del Caribe, del África negra, de las riberas sur y este del Mediterráneo, de la India, de Pakistán y del Vietnam.

LA INVERSIÓN DE LOS SESENTA

Entretanto, en 1964, se produciría en Europa el fenómeno crucial de la inversión de la tasa de fecundidad, no garantizando actualmente las generaciones femeninas su reproducción.

En total, de 1960 a 1984, la población de la Comunidad de 10 miembros pasaría de 241 millones a 274 millones de personas, pudiendo estimarse en una decena de millones (1) el número de extranjeros comprendidos en ese total y que responden a nacionalidades no comunitarias, con un saldo migratorio sensiblemente nulo en el último decenio.

Para Francia, el censo de 1982 estima en 3.680.000 el número total de extranjeros, de los que el 48% es europeo y el 43% africano (argelinos, marroquíes, tunecinos, naturales de los países del sur del Sáhara). Pero ¿qué significa una tal cifra si se tiene conciencia de que 18 millones de franceses son descendientes de inmigrantes de primera, segunda o tercera generación? Y para evaluar la comunidad magrebina, ¿acaso no hay que añadir a los 1.416.000 inmigrantes magrebíes los 500.000 argelinos que adquirieron la ciudadanía francesa inmediatamente después de la guerra de Argelia o los 500.000 descendientes de la segunda generación? Por muy somero que sea, este breve esbozo histórico tiene el mérito de recordar cuatro verdades bien conocidas por los demógrafos:

La primera es que ignoramos en gran medida los determinantes de las tasas de fecundidad en los países que han consumado la transición demográfica provocada por la caída de la. mortalidad inducida por el progreso de la medicina.

La segunda es que la esperanza de escapar a la miseria o al miedo constituye siempre, hoy como ayer, un poderoso factor de migración.

La tercera es que a las migraciones de masas se superpone un brain drain que atrae a los creadores hacia los lugares donde les sea posible alcanzar su plenitud.

La cuarta, por último, es que el concepto mismo de población extranjera no es simple más que para los juristas y para los racistas; tan infinitamente más compleja es la realidad de la sociología humana.

Estas verdades de hoy van a seguir siendo válidas mañana. Pero se aplicarán a un contexto trastornado.

DE 1985 A 2025

En torno al año 2025 la población de África del Norte, comprendido Sudán, agruparía de 260 millones a 300 millones de personas, y la de Oriente Próximo, desde Estambul a Bagdad y a Aden (2), de 234 millones a 300 millones de seres humanos. Más al Sur, la población de África occidental, que actualmente se estima en unos 165 millones, se encontraría en la gama de los 336 millones a 625 millones de habitantes, procediendo la inmensa diferencia entre las dos cifras de la incertidumbre sobre la evolución de las tasas de fecundidad. Para el África oriental la evaluación nos lleva a los 155 millones para 1985 y a la zona de los 323-765 millones para el año 2025.

Tal es en su aridez el mensaje de la demografía, pero para apreciar por completo su significación es preciso completarlo en varios puntos:

- Para los países del perímetros sur y este del Mediterráneo, desde Marruecos a Turquía, se estima que en el año 2020 los menores de 15 años constituirán un tercio de la población, y los mayores de 65, solamente un 6%. Una juventud demográfica que se vuelve a encontrar en el África negra.

- Una parte creciente de la población futura va a concentrarse en las grandes metrópolis. Para limitarnos a tres ejemplos, ¿no es de temer que la población de El Cairo alcance en el año 2000 los 17 millones de habitantes, la de Trípoli los cuatro millones, la de Lagos los nueve millones?

- El mundo árabe y el África negra están obsesionados con el espectro del déficit alimentario. Desde ahora, "el mundo árabe importa más de la mitad de sus necesidades de cereales -de éstos, dos tercios de su consumo de trigo-, tres cuartas partes de sus necesidades de azúcar, el tercio de su consumo de carne y la mitad de sus necesidades de productos lácteos. El único producto que todavía engendra un excedente -por otra parte en regresión- es el algodón" (3). En cuanto al África, al sur del Sáhara, la producción alimenticia por habitante está allí en constante regresión desde el inicio de los años sesenta, y ¿quién de nosotros puede olvidar las atroces imágenes de las hambres del Sahel y de Etiopía?

A pesar de esas similitudes económicas y demográficas, el mundo árabe y el África negra no dejan de ser unos universos profundamente diferentes: por la cultura, por las estructuras familiares, por el nivel de vida de 2.000 dólares per cápita en Argelia a 233 en Mali y, sobre todo, por el nivel de alfabetización.

Volvamos ahora hacia la Europa comunitaria. Mes tras mes, los comentaristas llaman la atención sobre su caída demográfica. La población de la CEE de 10 miembros (sin contar España) podría pasar, de acuerdo con determinadas proyecciones, de 270 millones en 1983 a 260 millones en el año 2020, después de llegar a un máximo de alrededor de 284 millones en el año 2000 (4), siendo la evolución más preocupante la de la RFA, que podría perder 10 millones de habitantes en 40 años.

Para los países desarrollados hay que guardarse, sin embargo, de atribuir demasiada importancia al volumen absoluto de la población, porque el indicador crucial sigue siendo el de la distribución por edad. Nadie ignora que si las tasas de fecundidad permanecen en sus niveles actuales la consecuencia preocupante sería el crecimiento rápido, a partir del año 2000, de la proporción de los mayores de 60 años y, entre éstos, de los mayores de 75.

Como escribe Gérard Calot (5), ["las consecuencias del envejecimiento van, evidentemente, mucho más allá de los problemas del equilibrio de las cajas de pensiones. Es en realidad el dinamismo global de la sociedad el que modela la distribución por edades]. En el plano económico, pero también en el psicológico y en el social, una población envejecida es una población friolera, más preocupada por conservarse que por innovar, más vuelta hacia el pasado que orientada hacia el futuro. Pues bien, el futuro de Francia, lo mismo que el de Europa, estará esencialmente fundado en la capacidad de sus hombres para organizar su vida colectiva, para promover la investigación, para imaginar y desarrollar nuevas técnicas. En un mundo en el que están llamadas a aparecer nuevas potencias políticas y económicas, fundadas en unos recursos naturales importantes y en una población numerosa y joven, los privilegios de Europa se verán cuestionados.

Para la terminación de este cuadro es necesario un último elemento: la toma de conciencia de las diferencias de renta per cápita entre la Europa industrial, el perímetro del Mediterráneo y África. Algunas cifras bastan para fijar los órdenes de magnitud, aun cuando la renta per cápita convertida en dólares constituye un indicador de los más toscos: en 1983, el PNB por habitante era del orden de 12.000 dólares para Francia y la RFA; 5.400, para España; 4.300, para Grecia; 2.300, para Argelia; 1.400, para Turquía y Túnez; 900, para Marruecos, Nigeria, Camerún, Costa de Marfil; 600, para Egipto; 500, para Senegali; 400, para Kenia; 200, para Mali y Alto Volta.

Tales son los hechos y las previsiones que se pueden considerar como razonablemente seguros. A partir de esta frontera comienzan las conjeturas de la prospectiva.

TRES CONJETURAS

Una primera conjetura: la diferencia de renta media entre la CEE por una parte y Turquía y el mundo árabe por otra sólo se reducirá de manera muy lenta, porque ningún país de las riberas sur y este del Mediterráneo pertenece al club de los nuevos países industriales ni parece dispuesto a entrar en él. En cuanto al África negra, ésta constituye la región del mundo en la que las perspectivas de aumento de la renta per cápita son más modestas: entre el 0% y el 0,5% en los 15 próximos años.

Se reúnen, pues, todas las condiciones para la permanencia de fuertes presiones económicas que impulsen las migraciones del Asia occidental y del África hacia Europa. La existencia en el seno de la CEE de núcleos de poblaciones procedentes de esas regiones no puede, evidentemente, hacer otra cosa que reforzar las intenciones de partida, ofreciendo a los nuevos inmigrados unas estructuras de acogida.

En cambio, y ésta será mi segunda conjetura, el paro seguirá siendo todavía elevado en Europa occidental durante el próximo decenio. Un paro que en gran medida será el resultado del coste del trabajo, limitando las empresas el reclutamiento porque consideran, habida cuenta de las reglamentaciones relativas a los salarios, a las; cargas sociales y al empleo, que los gastos; presentes y futuros engendrados por un trabajador adicional amenazan con dejar atrás las esperanzas de economías o de ingresos correspondientes. La opinión pública debería continuar, por consiguiente,. presionando sobre los Gobiernos para que: adopten políticas de mimigración restrictivas. En esas condiciones, buen número de candidatos a la emigración corren peligro, de dudar ante los riesgos de una inmigración clandestina. Pero con el envejecimiento de la población europea esta situación se volverá del revés. Vendrá el tiempo en que los europeos tendrán necesidad de jóvenes adultos para que cuiden de sus octogenarios.

Además -tercera conjetura- son grandes las posibilidades de que las presiones venzan a las resistencias. Entonces se verificará en una cierta medida la antigua previsión de Huari Bumedian: "Un día, millones de hombres abandonarán las partes meridionales pobres del mundo para irrumpir en los espacios relativamente accesibles del hemisferio Norte en búsqueda de su propia supervivencia".

Pero las migraciones de origen económico no son más que una de las formas de migraciones probables. Si, como piensa Enimanuel Todd (6), el período en el que el 70% de los jóvenes adultos masculinos accede a la alfabetización es favorable a los grandes accesos ideológicos y a los movimientos revolucionarios, el próximo medio siglo de un mundo árabe corre el riesgo de verse marcado por las guerras, el terrorismo y las revoluciones. Que en esas ocasiones millones de personas, minorías étnicas o disidentes políticos, se vean obligados, como los boatpeople de los mares de China o algunos habitantes de Líbano, a encontrar refugio en la Europa occidental es una posibilidad que no puede ser excluida.

En un contexto así, el que en el año 2025, a los 312 millones de descendientes de los habitantes actuales de la Comunidad de 12 núembros se añadan de 20 a 50 millones de musulmanes venidos de la media luna mediterránea, de Marraquech a Estambul, resulta una hipótesis plausible. La cifra más alta no correspondería, después de todo, más que al 10% a lo sumo de la población potencial de los países de origen, y a menos del 20%, del crecimiento de la población de esos países a partir de 1985. Podría fácilmente añadirse

La inmigración, una dimensión nueva del siglo XXI europeo

una cifra comprendida entre 5 y 15 millones para los africanos del sur del Sáhara. Henos aquí conducidos así a dos escenarios extremos:

- Un escenario de migración lenta, pasando en 40 años la población de la CEE de 322 a 337 millones de habitantes, con un flujo migratorio de 25 millones de personas procedentes de las regiones mediterráneas y de África. Teniendo en cuenta los extranjeros que viven ya en la Comunidad. un europeo de cada 10, inmigrante o hijo de inmigrante, procedería de esas partes del mundo.

Un escenario de migración rápida, acrecentándose la población de la CEE de 322 a 377 millones gracias a un flujo migratorio de 65 millones de personas. En este caso, un europeo de cada cinco procedería del perímetro mediterráneo o de África.

Pero hay que llegar más lejos de donde llegan estas escuetas valoraciones numéricas. Hay que interrogarse sobre el abanico de posibilidades culturales. Yo mencionaría tres, a riesgo de parecer un poco primario: la asimilación, la diversidad y la confrontación de las culturas.

¿La asimilación? Nada la simboliza mejor que esa célebre imagen de la película de Elia Kazan en la que el inmigrante que desembarca besa la tierra americana. Voluntad del que llega de contribuir a la creación de una nueva cultura. Voluntad de la sociedad que lo acoge de reconocerlo como un miembro de esa sociedad. En un mundo en el que la posición relativa no podrá hacer otra cosa. que degradarse, y en el que la relatividad de las culturas se admitirá como algo inevitable, esta eventualidad no parece la más verosímil. Además, el contraste entre las estructuras familiares dominantes en Europa, en el mundo árabe y en África negra es posible que la modere. En efecto, adoptando, para simplificar, la terminología de Emmanuel Todd (7), Europa sigue siendo el territorio de la familia autoritaria germano-escandinava, de la familia nuclear absoluta anglosajona, de la familia nuclear igualitaria de las regiones de la Europa del Sur; estructuras fuertemente exógamas y que, en grados diversos, parecen facilitar todas el desarrollo económico y técnico. El mundo árabe, por el contrario, se caracteriza por una familia comunitaria endógama, en la que el vínculo de fraternidad prevalece sobre todos los demás y, en particular, sobre el de la paternidad, teniendo, como consecuencia de ello, un status de la mujer profundamente distinto y unos frenos mucho más fuertes para el desarrollo técnico-económico. En cuanto a las muy distintas estructuras familiares de África, éstas son, sin lugar a dudas, más susceptibles de ser influidas en profundidad por el entorno europeo, pero, como ya he dicho, apenas parecen favorables para el desarrollo de la educación. Conclusión: esta primera posibilidad cultural no es probable que se realice más que en el escenario de la migración lenta, e, incluso en este caso, no hay que sobrestimar su probabilidad. Naturalmente, tales juicios deben ser matizados al ser tan complejas las evoluciones y tan cambiantes en función de la duración y de la velocidad.

En el otro extremo, la confrontación de las culturas constituye una hipótesis plausible. La mezquita al lado de la iglesia. Los inmigrantes defendiendo su cultura, conservando su modo de vida y su estructura familiar, manteniendo estrechos vínculos con sus países de origen, reuniéndose en torno a unas asociaciones representativas, constituyendo grupos de presión en política extranjera y no estableciendo con su entorno más que las relaciones necesarias para la vida económica y política. Sobre el suelo europeo se constituirían una sociedad magrebí y una sociedad turca. Con sus implantaciones geográficas, su derecho consuetudinario, sus tribunales ocultos, sus escuelas coránicas, sus solidaridades, su ley del silencio, sus obstáculos para los matrimonios mixtos. Sin embargo, una fracción importante de sus miembros habría adquirido la nacionalidad de un país europeo. A partir de ese momento, el menor conflicto diplomático mediterráneo -por ejemplo, entre Francia y Argelia desencadenaría una crisis de política interior, haciendo o deshaciendo el voto árabe las mayorías, al igual que el lobby judío en Estados Unidos. Frente a esta evolución que habrían reforzado con sus actitudes, las poblaciones autóctonas se dividirían; algunos grupos aceptarían la presencia de varias culturas en el suelo europeo, otros la rechazarían, a menudo incluso con violencia. El odio racial se desarrollaría en una Comunidad Europea desgarrada por el terrorismo y el contraterrorismo. Un escenario así sería un escenario de coexistencia cultural, pero no de coexistencia pacífica. Es forzoso admitir que su probabilidad de aparición dista mucho de ser desdeñable en la hipótesis de una migración rápida. ¿Cómo no inquietarse por ello?

Queda una tercera eventualidad: la de la diversidad. Con la aceptación recíproca de las minorías por la mayoría y de la mayoría por las minorías. Las diferentes culturas subsisten, pero se comunican entre sí y se influyen mutuamente, hasta el punto de que surge lo que podría denominarse una cultura islámico-europea. Se incrementan los matrimonios mixtos, los hijos o los nietos de los inmigrantes se sienten herederos de dos culturas, y constituyen los relevos que dan su cohesión al tejido social. Los inmigrantes no se contentan con insertarse pasivamente en la economía europea. Desempeñan un papel activo y creador, especialmente en las actividades de servicio y en los pequeños y medianos empresarios (PME). Constituyen la arquitectura humana de determinados servicio públicos. Una evolución que, en beneficio de Europa, se ve reforzada por un brain drain de las elites del mundo árabe-turco (8).

ORIENTACIONES POSIBLES

"Detened definitivamente la inmigración", se lee cotidianamente en ciertos periódicos. Pero si los análisis precedentes son exactos, una política de ese tipo tiene todas las posibilidades a largo plazo de ser a la vez ilusoria y nefasta.

De manera simétrica, apenas es concebible abrir libremente las fronteras -salvo con ocasión de crisis excepcionales que pongan en juego la vida de refugiados-, porque la intensidad del flujo migratorio podría engendrar entonces verdaderas explosiones sociales.

Una política razonable podría ser, por el contrario, la de facilitar el surgimiento del escenario de la diversidad, siendo modulada la amplitud de los flujos. migratorios para evitar el deslizamiento hacia el escenario conflictivo. Un enfoque de este tipo supone unas medidas coordinadas en unos dominios muy distintos en apariencia:

1. Ayuda a la natalidad, porque unas poblaciones autóctonas más jóvenes tendrán una actitud más abierta respecto al Tercer Mundo en general y a los inmigrantes en particular. Una política demográfica coherente es, pues, el complemento indispensable de una política de inmigración constructiva. Ahora bien, aun cuando se conocen mal los determinantes de las tasas de fecundidad, diversos ejemplos, especialmente el de la República Democrática Alemana (RDA), muestiran que una asistencia financiera sustancial a las familias tiene un efecto significativo sobre el volumen de nacimientos. En la actuialidad se ha hecho indispensable en numerosos. países de Europa occidental un, crecimiento masivo de los subsidios familiares.

2. La institución de una política demográfica comunitaria. El libre establecimiento de los ciudadanos de los países miembros en el interior de la Comunidad que prevé el Tratado de Roma no se hará realidad en un cierto plazo si los distintos Estados no elaboran una política demográfica común, especialmente con respecto a la inmigración.

3. La lucha contra las rigideces generadoras de desempleo. En efecto, cuanto más alta sea la tasa de paro europea, más agudos serán los conflictos en tomo a la inmigración. Ahora bien, el nivel del coste: real del trabajo y la intensidad de las rigideces son unas de las causas principales del de sempleo europeo: el salario mínimo inter profesional garantizado (SMIG) y las cargas sociales establecidas sobre el salario eliminan del mercado a los menos aptos y frenan la creación de empleos en los servicios; los obstáculos a los despidos retardan la adaptación del sistema productivo y desvían las ayudas del Estado de las inversiones con futuro. Por muchas razones -que no tienen nada que ver con la imigración-, es preciso atacar estas causas, pero hay que darse cuenta también de que cuan to menos pueda Europa superar sus rigide ces más se adentrará en unas dificultades insolubles en materia de inmigración.

4. La asistencia al desarrollo económico de los países de origen de las migraciones. De nuevo, algo evidente: cuanto más armonioso sea el crecimiento económico de Turquía, Egipto y el Magreb, menos serán los habitantes de esos países candidatos a la emigración. Existen incluso serias razones para pensar que el alza de las rentas en dichos países facilitaría la baja de las tasas de fecundidad. Europa, que ya tiene una política de asistencia con respecto al África negra, debería examinar, pues, cómo facilitar, en particular gracias a un incremento de los intercambios y de las inversiones, el desarrollo de los países sumamente poblados de la cuenca mediterránea.

5. La aceptación de un flujo migratorio controlado pero positivo. En una óptica a largo plazo, la política actual de las primas al retorno, por muy comprensible que sea, se presenta como un expediente sin duda útil, pero provisional y que no va a tardar en alcanzar sus límites. Además, mejor que adoptar sucesivamente unas políticas contradictorias de aceptación y luego rechazo de la inmigración sería orientarse progresivamente, conforme a la recuperación del crecimiento y a la desaceleración del alza, del paro, hacia una política de cuotas que se corresponda con un flujo migratorio positivo pero moderado y que dé todas sus oportunidades al escenario de la diversidad.

6. Medidas susceptibles de facilitar la aparición de una diversidad cultural no conflictiva. El tema es inmenso y difícil. Cubre campos diversos y numerosos: la acogida, la educación, la formación, la ayuda a las actividades culturales, la información de las poblaciones europeas, las condiciones de naturalización, el enunciado de los derechos y deberes de los inmigrantes no naturalizados... Por no citar más que algunos títulos de capítulos.

Estas sugerencias se limitan a ser un esbozo. Pero parten de una convicción: en el dominio de la inmigración, al igual que en tantos otros, la sociedad francesa sólo tiene posibilidad de resolver sus conflictos presentes si toma conciencia de los problemas a largo, plazo y si una mayoría de franceses aporta su apoyo a unas políticas que, en lugar de interesarse por la escoria de las cosas, se atreva con los verdaderos desafíos con los que vamos a vemos enfrentados.

Notas.

1. Emploi et chomage (Eurostat, 1985). Según los países, las cifras se refieren a 1981, 1982 o 1983.

2. Excluido Irán.

3. G. Salarné, Le monde arabe, terre defeux. "En J. Lesourne y M. Godet, La fin des habitudes (París, Seghers, 1985).

4. Citado por M. Richonnier, Les métamorphoses de I'Europe (París, Flammarion, 1985).

5. G. Calot, Les perspectives démographique françaises, Futuribles, junio de 1983.

6. E. Todd, obra citada.

7. E. Todd, La troisième planète (París, Éd. du Seuil, 1983), y L'enfance du monde, obra citada.

8. Una situación de este tipo sería evidenternente perjudicial para los países de origen.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_