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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Para la reflexión

HOY ES el día que el calendario electoral marca para la reflexión sobre el voto del referéndum de mañana. Se cumplen así dos semanas de campaña oficial y varios meses en los que la vida social y política española apenas ha podido desprenderse de la obsesionante cuestión de esta consulta, y en los que la nota dominante ha sido, sin lugar a dudas, la confusión. Parece, por eso, muy poco probable que un lapso de 24 horas sirva para metabolizar serenamente el poblado guiso que ha suscitado la convocatoria, su oportunidad, su forma, su contenido y el surtido de jugadas políticas que se han agregado.En medio de todo el pasado y ya irremediable enredo en que nos hemos visto metidos, ni siquiera parece haber quedado claro el valor objetivo del referéndum: éste plantea no sólo, ni primordialmente, un problema doméstico, sino un asunto de envergadura internacional. Pero la verdad es que el debate ha cobrado, con demasiada frecuencia, los tintes de una confrontación electoral interna.

Ponerse a discutir ahora sobre la oportunidad de haber celebrado o no esta consulta -que la Constitución define como no vinculante, pero que el Gobierno ha decidido, con coherencia que le honra, que sí lo sea- no tiene caso. Demasiado se ha escrito ya, por una y otra parte, también de los defectos de la pregunta y de los alineamientos dudosos de los diversos sectores políticos. La realidad es que el referéndum ofrece a los españoles la oportunidad, escasa incluso en las democracias de mayor tradición y más estables, de pronunciarse por cuestiones que afectan a la política exterior y a la defensa, y esa oportunidad no puede ser desaprovechada de ninguna manera por quienes valoren el sistema democrático y confíen en las urnas. El mayor fracaso de este pueblo, el por ejemplo que podría dar a sus aliados de la Europa democrática sobre cuya alianza se va a pronunciar mañana, sería precisamente un alto grado de abstención o de desinterés. En esta convocatoria se está dilucidando, más allá de las ventajas del PSOE o de Coalición Popular, el porvenir de la política exterior española y la clase de relación que los españoles establecerán con sus socios europeos. Es un asunto de Estado, pero también una cuestión del pueblo, ante lo que mañana se enfrenta el ciudadano. Por eso escribíamos hace días, y nos reiteramos hoy en la idea, que la abstención, predicada por la derecha conservadora, es de quienes no creen en las urnas. Subjetivamente considerada, la abstención es un derecho legítimo de cada ciudadano. Pero, como programa político de una facción, es toda una agresión al edificio democrático.

Las razones por las que la derecha ha insistido una y otra vez en predicar la abstención, pese a ser partidaria de la permanencia en la OTAN, son obvias: nada tiene que perder ante unas elecciones en las que ya se da por derrotada. Cualquier sensación de vacío o de inestabilidad política que pueda crearse si el Gobierno pierde el referéndum, sólo puede beneficiarle a ella, siempre dispuesta en la historia de España a buscar todo tipo de salida, dentro o fuera de los cauces establecidos. Pero, para los ciudadanos, inhibirse ante esta oferta de ejercer el derecho al voto es ignorar o menospreciar tanto la entidad de la consulta como el valor democrático de su celebración.

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Por lo demás, cualquier pronóstico sobre la victoria o derrota del Gobierno es hoy aventurado. Lo mismo que sobre las consecuencias de uno u otro resultado. Si gana el sí, lo lógico es que el presidente cumpla su promesa de apurar la legislatura y no convoque elecciones legislativas hasta el otoño. Aunque habrá que dedicarse a restañar algunas heridas abiertas en el electorado -a uno y otro lado del espectro-, probablemente sea la figura de Fraga la que salga más dañada, externa e internamente, de una situación semejante, abandonado y criticado como ha sido por sus aliados de fuera y de dentro, dada su insistente llamada a la abstención, que pone en peligro la permanencia de España en la OTAN. Si gana el no, el escenario es mucho más complejo de prever. Felipe González ha explicado en los días recientes que el problema más concreto es la inexistencia de una articulación política de ese no. Es la ausencia de un aparato partidario y de un liderazgo representativo capaz de llevar a cabo una política consecuente con algo que él no cree bueno para España. La prudencia y el buen sentido le han llevado a guardar silencio sobre la eventualidad de su dimisión, y tampoco está clara la disolución anticipada de las Cortes. Mucho menos clara es cuál puede ser la reacción de los aliados, tanto europeos como americanos, ante esa victoria del no. Y de esa reacción depende, como es evidente, mucho de lo que pase después.

Precisamente, la variedad de escenarios posibles en caso de un resultado adverso al Gobierno -escenarios en los que lo único que no cambia es la alineación militar de España con el bloque occidental, a través, en todo caso, de los acuerdos bilaterales con Estados Unidos, Como parecen preferir quienes predican el voto negativo- es uno de los motivos que más pueden mover al voto indeciso. Si el Ejecutivo pierde la consulta y, las abstenciones no son muchas, según predicen los sondeos, sería éste un caso extraño en el que una votación es a la vez perdida por el Gobierno y por la oposición parlamentaria. Con ello se produciría una fisura de tal calibre entre los resultados de la llamada democracia directa y la representativa que es difícil suponer que no se suscitaran tensiones institucionales. Eso explica -al margen de algunos nacionalismos patrioteros- por qué un sector de la derecha y toda la ultraderecha están dispuestos a ir del brazo de los comunistas, los pacifistas y los socialistas antiatlantistas en el voto negativo.

Una reflexión final: durante esta campaña se han producido numerosas descalificaciones personales; se han secuestrado, por algunos términos que son de todos, como la paz -virtud que no pertenece a ninguna de las papeletas en específico-, y han abundado las demagogias, los nerviosismos y hasta la histeria. Sea cual sea el resultado, el Gobierno socialista, con una amplia mayoría en las Cortes, tiene la responsabilidad de administrarlo con prudencia y con paciencia, procurando que la sociedad española supere estos días de crispación y se reencuentre a sí misma en la voluntad democrática de construir entre todos un país libre y solidario. Y en el que el gran proyecto de Europa y el horizonte de la paz sigan siendo sus principales metas.

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