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RELIGIÓN

El Papa inaugura el sínodo con un discurso basado en la Iglesia "triunfante" de Cristo Rey.

Juan Arias

Juan Pablo II celebró ayer por la mañana la apertura del sínodo extraordinario de obispos, convocado para celebrar el 201 aniversario de la clausura del Concibo Vaticano II y para hacer un examen de conciencia de la Iglesia en estos 20 años de posconcilio, que para algunos han sido esperanzadores y para otros ruinosos dentro y fuera de la Iglesia. La ceremonia fue imponente. El discurso del Papa a los padres sinodales -basado en el concepto de Iglesia "triunfante" que correspondía a la festividad litúrgica de Cristo Rey- estuvo repleto de referencias al "poder", la "soberanía", el "domínio" y el "desafío".

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Con el Papa concelebraron en la basílica de San Pedro, sobre la tumba del primero de los apóstoles, más de 400 entre padres sinodales, invitados al sínodo por el Papa, observadores y miembros de la curia romana. La gran procesión salió desde la puerta de bronce, atravesó las columnas de Bernini y, pasando por la plaza, entró en la basílica. En la sala deprensa vaticana, como en los tiempos del concilio, sé apiñaban cientos de enviados especiales llegados de medio mundo. Esta vez se ha acreditado como enviado de una revista inglesa hasta un obispo, de 80 años, Richard Lester Guilly, que había dirigido la diócesis de Georgetown (Guyana).Existía ayer mucha expectación por el discurso de apertura del sínodo que debía pronunciar Juan Pablo II, recordando lo que había sido el famoso discurso de apertura del concilio de Juan XXIII, hace ahora 25 años, y los también famosos discursos de Pablo VI en la apertura de las tres sesiones conciliares que él presidió como Papa. Pero la verdad es que el discurso de Karol Wojtyla supuso una cierta desilusión, aunque no dio normas concretas de actuación a los padres sinodales, dejándoles en este punto con plena libertad de acción. Y esto ha sido considerado como positivo.

Pero, por otro lado, su discurso de ayer, basado en la fiesta litúrgica de Cristo Rey, podía muy bien haberlo pronunciado el propio Pío XII antes del concilio. Todo él estuvo fundado en un concepto de Iglesia "triunfante", manejando mucho los símbolos de la "regalidad", de la "soberanía", del "poder". Hablando del "misterio del reino de Dios" citó el salmo: "Firme tu trono desde el principio". Recordando al profeta Daniel habló de "un dominio que es eterno, y su imperio, que nunca acabará". Jesucristo, "príncipe de los reyes" fue presentado por el Papa como el que "nos ha absuelto de nuestros pecados".

Citando el Apocalipsis, el Papa recordó al Dios "imponente", que es "alfa y omega de todas las cosas", y con san Pablo advirtió, como un desafío, que "sólo a Cristo están sometidas todas las cosas". Juan Pablo II dijo también a los padres sinodales que "sólo Jesucristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre".

La sacralidad del poder

Y aunque es verdad que el Papa ayer no dio pautas concretas a los obispos y cardenales sobre cómo deberán actuar en este sínodo, en realidad sí lo hizo indirectamente, recordándoles algunas cosas muy significativas. Por ejemplo, que el concilio ha servido para renovar "la vocación cristiana", que los "valores de la solemnidad de Cristo Rey" pueden convertirse "en inspiración profunda para los trabajos del sínodo" y que los padres conciliares habían visto a la Iglesia "como un sacramento o un signo, o instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano". Una de las cosas más revolucionarias del concilio Vaticano II fue la incorporación a la imagen de la Iglesia"como pueblo de Dios" en el que todos sus miembrospaticipan de la triple misión de Cristo: profética, sacerdotal y dignidad fundamental.

No hablé el Papa de los problemas que agitan a los hombres de hoy y que, según algunos obispos, exigirían un nuevo concilio. Pero sí ha remachado ayer una idea suya, clave de su pontificado: que sin la Iglesia el hombre no podrá nunca conocer su verdadero destino. Lo dijo con estas palabras, que en realidad fueron como un programa para el sínodo: "En nuestro tiempo, en el que desde diversas partes a la primacía de Dios se contrapone la primacía del hombre, el concilio, de manera convincente, hace a todos conscientes de que el 'reino del hombre' puede encontrar su justa dimensión solamente en el reino de Dios".

Es la imagen de "Iglesia del desafio" lanzada por Juan Pablo II al gran mundo de los no creyentes, a quienes considera incapaces de descubrirse ni como hombres sin la ayuda de la Iglesia. Se queda así muy lejos, exactamente a 20 años de distancia, aquella otra imagen de la Iglesia del "diálogo", de la "búsqueda" en común de creyentes y no creyentes de una razón de esperanza que pudiera ser compartida por todos los hombres de buena voluntad. Es la imagen que había presentado Juan XXIII cuando decía: "En mi ventana está siempre una luz encendida, y la puerta de mi casa abierta. A quien me busque y entre en ella no le preguntaré quién es ni en qué cree. Lo recibiré con los brazos abiertos, como a un hermano que busca compañía". El obispo auxiliar de Roma, Clemente Riva, ha escrito a los padres del sínodo solicitando que se pida públicamente perdón, en nombre de la Iglesia, por "la enseñanza del desprecio que con demasiada frecuencia mancha nuestra catequesis".

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