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Apolo, en el museo de la democracia

La raíz de los conflictos que ha suscitado tan inusitada campaña hacia estos centros supera sin duda el hecho de que tales conflictos puedan subsanarse sólo por la corrección de actuaciones personales o los deseos de amortiguar los efectos de una burocracia sofocante, y que estas actitudes puedan dar solución a los problemas. La crítica esbozada apunta hacia prerrogativas más sustanciales: ¿hacia qué instituciones museísticas nos orientamos para poder experimentar y difundir la creación artística?, ¿qué actitud debe tomar el Estado a partir de los rasgos que ofrece esta incipiente pero manifiesta nueva sensibilidad?

La crisis profunda que padecen, en general, los museos de España surge de una falsa interpretación de la función del Estado. Una concepción pragmática del poder político frente a la autonomía, al que son solidarios los cambios artísticos, induce a considerar el arte como símbolo y representación de una política de gestos, frente a la visión tradicional del arte como reflexión y transformación de la sensibilidad de una época.

Perspectiva actual

Planteado el debate sobre las finalidades de estas instituciones desde una perspectiva contemporánea, nos lleva a situar el museo-moderno como un lugar de experiencias desde donde hacer posible la construcción del ambiente cultural que reclama esta nueva actitud. Este esquema implica una libertad que excluye la dependencia administrativa. Se hace necesario, por tanto, romper con las situaciones ligadas a una organización heredada, que dificulta una gestión abierta con la creación artística.

El museo contemporáneo obedece a una organización ligada a situaciones culturales muy globales, atentas al desarrollo de la producción y creación artística más significativa, proceso que vincula el proyecto de museo a una intencionalidad filosófica e ideológica manifiesta: promover y experimentar nuevas ideas; asumir y manifestar las experiencias realizadas en el campo general de la cultura.

Resulta elocuente que el museo hoy no puede estar al margen de un análisis entre los tres factores del flujo artístico en los que se produce y se intercambia la obra de arte: administración, profesionalidad artística y relaciones económicas. No debe olvidarse que el museo ha dejado de ser catacumba-académica y se ha transformado en contenedor de experiencias, lugar de disidencias y acontecimientos. ¿Cómo entender desde la Administración, las contradicciones reveladas por una cultura con aceleraciones históricas tan dinámicas como las del arte de esta época? ¿Qué sentido puede tener la nada con la que a veces se manifiesta el lienzo del artista joven ante la nómina burocrática?

Interrogantes concretos que se desarrollan ante los muros del museo envejecido. La misión que reclamó la vieja Academia para el museo fue la de configurarse como lugar para la memoria, pero el artista de hoy intenta plasmar la memoria formalizando sus ideas en armonía con los sentimientos que padece y no con los recuerdos que no acepta, y es por medio de esta dialéctica como se refleja la vigencia de una cultura determinada.

Basta acercarse al epicentro de esta nueva sensibilidad para poder comprender que en el seno de estas instituciones que soportan al museo actual no pueden desarrollarse los mínimos de la creatividad contemporánea.

Organizaciones sectoriales reemplazan las funciones del museo moderno, con evidentes desviaciones culturales que controlan la producción plástica y condicionan a veces la norma creativa en un espectro donde la obra de arte recorre los episodios más diversos dentro del mercado que sancionan sus intereses. En muchas circunstancias estas instituciones representan un papel mediador, a veces positivo, frente al vacío que deja el Estado.

Vacío elocuente

Para salvar este vacío elocuente, el museo actual debe transformarse en unos sistemas de organizaciones mixtas de carácter autónomo donde la gestión política y la actividad creadora no se vean coartadas por el espectro burocrático, por naturaleza antagónico con las demandas del arte.

Resulta imprescindible, por tanto, un apoyo social por el poder político para comprender que el marco del trabajo del artista responde a un componente ideal y a unas leyes de mercado, aleatorias, incluso ilógicas y diferenciadas de las pautas convencionales.

La sociedad del tiempo libre, hacia la que nos encaminamos, tiende al desarrollo de una productividad creativa inusitada en cuanto a sus resultados, y el museo-moderno se configura como un instrumento decisivo, como un laboratorio del arte y como un Jugar donde confrontar los problemas específicos de la actividad creadora, que en términos históricos representa una exigencia prioritaria, la de "reivindicar las libertades fundamentales del espíritu".

Para poder iniciar el proyecto de este museo y los medios de su construcción se hace necesario que desde las instituciones del Estado se asuman las prerrogativas del proceso creador, potenciando los nuevos valores, acogiéndolos en nuevos espacios, planificando en el ámbito metropolitano nuevos lugares donde el artista pueda desarrollar de manera autónoma su capacidad expresiva y su función mediadora en una sociedad de automatización progresiva, en la convicción profunda que una sociedad culta puede resolver mejor los problemas y necesidades de la convivencia humana.

, arquitecto, es presidente del patronato del Museo Español de Arte Contemporáneo y director del Instituto Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales.

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