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CINE

Helicopteritis

Los sistemas de realización de las grandes series de telefilmes-salchicha -que son la médula de la actual producción de Hollywood- se caracterizan por la dictadura histérica de la velocidad: hay, si las prisas aprietan y no guardan los almacenes de los estudios suficientes episodios de reserva que tranquilicen a los despachos de venta, que hacer uno cada semana, como sea, al precio que sea. Esto provoca no sólo un alza en las cuentas corrientes de los psiquiatras que pastorean los nervios de los miembros de los equipos de rodaje, sino también un cambio sustancial en la propia metodología de estos rodajes.En efecto, la dictadura de la velocidad obliga a los realizado res de telefilmes a buscar, con habilidad depredadora propia de colilleros, maneras de sintetizar planos y ahorrar tiempo de trabajo en las escenas de exteriores, que son las que más horas devoran habitualmente en los sistemas de rodaje convencionales de cine. Una de estas formas de ahorro de tiempo es el empleo a destajo de helicópteros para engarces de escena con escena y para sustituir, en la realización de algunas de éstas, la morosa sutileza de las grúas y los travelines -con vías o con dollys- por la tosca rapidez de la vista de pájaro de uno de estos aparatos, que han sido imaginados para trasladar magnates del petróleo o para acribillar vietnamitas y no para crear imágenes dramáticas o tocadas de belleza o expresividad. Contadas veces se puede hacer buen cine desde la chata visión marciana de un helicóptero. Las excepciones, como por ejemplo el soberbio plano inicial del filme de Robert Wise West Side Story o la escena wagneriana de Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, confirman como de costumbre la regla, y ésta es que el socorrido helicóptero es útil como manera rápida de rodaje, pero no como forma de penetrar con la cámara en la hondura de un paisaje o una situación.

Jugar duro

Director: Burt Reynolds. Intérpretes: Burt Reynolds, George Segal, Candice Bergen. Estreno en Madrid: cines Arlequín y Palafox.

Superficies

Desde un helicóptero todo es superficie y, vistos desde la obligatoria superficialidad de sus encuadres, Enrico Caruso y Julio Iglesias pueden parecer el mismo cantante. Pero las cuentas mandan y la enfermedad de la helicopteritis no solo mina la salud de la televisión, sino que contagia al cine. Jugar duro, filme realizado e interpretado por Burt Reynolds, es un buen ejemplo de la capacidad devastadora de este desafuero.Jugar duro padece, en efecto, helicopteritis aguda, lo que deteriora toda la secuencialidad del filme y hace de su continuidad un asalto a mano armada a la búsqueda de verosimitud por parte del espectador, que se ve obligado a participar en una historia en la que le es imposible identificar sus puntos de vista con los de la cámara. Ésta, desde la vista de pájaro sólo enuncia, jamás analiza; resbala, no penetra en lo que captura. Si García Lorca hubiera escrito desde un helicóptero La casada infiel, el poema se hubiera reducido a un "forniqué el día 25 de julio con una señorita que no me dijo que estaba unida en santo y legítimo matrimonio con otro hombre".

Acción y humor

Jugar duro lleva dentro una historia negra bastante atractiva. Cuando Burt Reynolds baja con su cámara a tierra, sin hacer la competencia a Murnau o Welles, no hace mal cine. Pero cuando se sube a las nubes aquello sabe al peor capítulo de Dallas o salchichas similares. Reynolds ha aprendido a hacer cine de la mano de Robert Aldrich y esta buena escuela se le nota en los aspectos positivos, que los tiene, su filme. Y éste oscila malamente entre la excelencias del buen cine policiaco norteamericano tradicional y las basuras del negocio televisivo de salchichas.Hay en el filme buenos momentos, que demuestran que Reynolds sabe de qué va su nuevo oficio de director, y en especial merece la pena recordar el excelente ritmo de la acción y algullos instantes de juego de actores, resuelto con humor. En este sentido, George Segal hace, aunque un poco pasado de gesto, una buena creación. Reynolds y Candice Bergen dan el tipo con comodidad, y basta.

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