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Etiopía, un país que lucha por escapar a la espiral del hambre

En los tiempos de la antigua Grecia, Etiopía era conocido como un país de tierra generosa en el que se creía que habían crecido por primera vez el olivo y el trigo antes de extenderse por el mundo. Hoy día este país de 42 millones de habitantes lucha contra los factores que han convertido la sequía y el hambre en un fenómeno cíclico. El flujo de muertes, que el pasado noviembre adquirió un ritmo vertiginoso de centenares de personas cada día, se ha detenido por el momento gracias a la ayuda internacional. Pero la situación límite en la que se halla la economía etíope constituye una bomba que puede estallar al menor traspié meteorológico. Una enviada especial de EL PAIS visitó recientemente Etiopía.

Las esperanzas de los etíopes están puestas en el meher, el período de lluvias largas que generalmente comienza en junio y se prolonga hasta septiembre y del que depende la cosecha principal del año, que suele recogerse a partir de diciembre.Hasta entonces, los alimentos recibidos del extranjero, junto a los frutos de la cosecha producida por el belch -las lluvias cortas que comienzan en enero-, asegurarán las necesidades de los ocho millones de personas afectadas por la sequía. Pero si las lluvias no caen en los próximos meses, Etiopía se enfrentará a una tragedia de inayores proporciones que la del pasado invierno, ya que esta vez la población ha agotado todas sus reservas -incluidas las semillas el ganado- y se estima que necesitará un envío de entre cuatro y siete millones de toneladas de alimentos para salir del paso.

Las lluvias del belch -a pesar de caer con un mes de retrasohan puesto en marcha a los Carnpesinos y dado a la tierra la fuerza suficiente para cubrir el abrupto paisaje etíope con una ligera capa de verdor. El maíz, en algunas zonas, como la provincia de Wollo, ya está alto, pero ello sólo constituye una victoria parcial. Como en la mayor parte del altiplano, la tierra cada vez produce menos.

Rendimiento de la tierra

Años y años de cultivos intensivos que no se han compensado con la aplicación de abonos -procedimiento no practicado por la prirnitiva agricultura etíope, anclada en el buey y en los anticuados aperos de labranza- y los efectos de los tres últimos años de sequía han condenado la tierra a un progresivo empobrecimiento. El resultado es que, aunque se den unas condiciones óptimas para la próxima siembra, la cosecha será un 10% inferior a la de años normales.

Etiopía se ha convertido en un país dependiente de la ayuda exte rior. La falta de recursos -que se centra principalmente en la incapacidad de aumentar la produc ción agrícola- ha convertido este país en un blanco cada vez más vulnerable de las sequías que se repiten con un ciclo de unos 10 años. El resultado es una espiral que debilita cada vez más los escasos recursos del país y le impide superar los niveles de subsistencia de su economía que, con una renta per cápita de 120 dólares (una 21.000 pesetas) al año, se sitúa en tre las cuatro más pobres del mundo.

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El gran problema de Etiopía no es la falta de agua, sino la inexistencia de una apropiada red de distribución hidrográfica que la condena a la dependencia del ciclo de las lluvias. La accidentada geografía del país dificulta el aprovechamiento de importantes reservas hidráulicas, como la constituida por el Nilo Azul, que recoge en Etiopía el 80% del caudal de agua con el que cuenta hasta su llegada a Jartum. El aprovechamiento de este río -que se dirige hacia territorio sudanés a través de angostas gargantas sin apenas haber mojado el territorio etíope- o el de lagos como el de Tana depende de unos complicados y costosos medios tecnológicos de los que el país no puede disponer.

La escasez de agua, en otros casos, va ligada al desconocimiento por parte de los campesinos de técnicas como la construcción de diques y pozos para sacar a la superficie el agua, que en algunos casos abunda en el subsuelo. Es el caso de Eritrea, una de las provincias más afectadas por la sequía, donde siete técnicos italianos están recorriendo la zona para desarrollar un programa que prevé la construcción de unos 20 diques de arena y ladrillo de 6,30 metros de altura y unos 160 pozos de hasta 60 metros de profundidad.

La operación se desarrolla en un territorio que desde hace unos 20 años vive en conflicto permanente debido a las acciones de la guerrilla independentista. A lo largo de la tortuosa carretera que desde Asmara baja, bordeando es peluznantes precipicios, desde 2.400 metros al nivel del mar en Massaua, los camiones que tfans portan la ayuda se alternan con los convoyes militares. Los estrictos controles que salpican constantemente el recorrido, los puestos de vigilancia en cada cima estratégica o los soldados emboscados entre los espinosos matorrales de la seca sierra eritrea son los signos más evidentes de que la militarización se ha convertido en un elemento de la vida cotidiana etíope.

"Algunas veces hemos sentido miedo porque hemos tenido que actuar en terrenos donde existía el peligro de minas", afirma uno de los técnicos italianos.

El coste del programa, que está financiado por Cáritas italiana, será de unos 600 millones de pesetas y se efectúa con personal etíope por medio de la fórmula food for work (comida a cambio de trabajo), es decir, afectados por la sequía que ofrecen su mano de obra ocho horas al día a cambio de seis sacos de harina.

"El agua no falta. El problema es que, además de no tener los medios, no saben cómo sacarla", afirma otro de los miembros del grupo. El objetivo del programa es que, tras la vuelta a su país de los técnicos, el personal etíope continúe por su cuenta esta obra con la maquinaria que quedará a su disposición.

"La experiencia está siendo positiva", asegura, "porque, a pesar de que aquí el factor tiempo tiene un valor distinto que en Europa, la gente tiene buena voluntad para aprender y ganas de trabajar. En mi opinión, el problema que se planteará tras nuestra marcha es el del mantenimiento de las máquinas, debido al desconocimiento que los etíopes tienen de los más elementales principios de la mecánica y la falta de piezas de repuesto".

El aprendizaje de nuevas técnicas de cultivo, la construcción de silos, escuelas y hospitales es el contenido de numerosos programas desarrollados con el asesoramiento de técnicos occidentales por medio del food for work.

En la provincia de Massaua los nómadas que han perdido con el ganado su fuente de subsistencia están aprendiendo a cultivar con la azada -sería demasiado costoso importar tractores y enseñarles a utilizarlos- una tierra que en apariencia poco se diferencia de la arena del desierto.

En un paisaje de geograria lunar, sin embargo, han logrado hacer crecer maíz, sandías y tomates. Mientras los hombres trabajan en los campos los niños se reúnen a la hora de comer en los centros de alimentación donde, antes de recibir sus papillas hiperproteicas, entonan alegres cantos en los que enumeran normas elementales de higiene que les ayudarán a evitar los procesos infecciosos, que son el principal factor de la mortalidad infantil.

"Ayer terminamos la zanja, ¿qué le parece?", pregunta un campesino vestido con harapos en una margen del polvoriento tramo de una carretera de Wollo con evidentes muestras de satisfacción por la obra acabada, que llevará las escasas aguas de un riachuelo a un pequeño campo de maíz. "Diga en su periódico que estamos trabajando duro para poner nuestro país en marcha".

El largo caminar hacia las tierras vírgenes

La sequía y la hambruna no son sólo cuestión de lluvias. En los últimos 30 años, se ha pasado de un 40% de bosques en el conjunto del país a tan sólo un 4%. La tierra se agota y no da fruto. Todo ello ha hecho posible el avance de la desertización y el descenso de la humedad.El desequilibrio existente entre la alta densidad de población en las empobrecidas tierras del altiplano -donde se concentra el 70% de los habitantes- frente a la despoblación de las fértiles provincias situadas en las proximidades de la frontera con Sudán ha estimulado al Gobierno de Addis Abeba a promover una política de reasentamientos en las provincias de Kafa, Ilulabor y Gojjam.

Los puntos débiles de este programa -que en principio afectaba a unos dos millones de personasson los altos costes económicos que, según sus detractores, podrían emplearse en otro tipo de programas dirigidos a rehabilitar las zonas afectadas. Se acusa también al Gobierno etíope de haber atropellado los derechos de los desplazados, que en algunos casos fueron obligados a integrarse en el programa que también tiene un interés político al privar de base logística a la guerrilla de Eritrea y Tigre.

Se calcula que miles de personas han muerto en el largo camino a pie, o en burros alquilados por el Gobierno, hacia las tierras vírgenes. Un camino que cubre distancias de entre 600 y 1.200 kilómetros a lo largo de los cuales los desplazados tienen que hacer frente a las enfermedades, el agotamiento y los ataques de las fieras.

La gran incógnita de este proyecto, sin embargo, se refiere a las perspectivas de los reasentados de salir adelante en unas zonas que carecen de medios y estructuras sanitarias.

El hecho de que las condiciones impuestas por el Gobierno hagan casi imposible la visita de los periodistas a los reasentamientos aumenta las sospechas sobre el dudoso funcionamiento de estos campos.

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