Viceteoría del centro político
La actividad política es menester poco dado a invenciones, improvisaciones y otras suertes mágicas, quizá por lo arriesgado que pudieran resultar los experimentos, y de ahí que las verdaderas revoluciones en materia de ofertas teóricas y al margen de sus derivadas convulsiones prácticas, sigan caminando por donde quizá continúen haciéndolo hasta la consumación de los siglos: por los senderos de la utopía. El proclamar alternativas utópicas, por disparatadas que hayan de parecernos, siempre tiene la ventaja de las apuestas por el j amelgo sotreta o el penco matalón, que en ellas no existe el riesgo de perder, porque la derrota cierta no puede ni considerarse ni definirse como riesgo, mientras que, si por casualidad se gana, se gana de verdad.Pero las opciones políticas condenadas al riesgo de una posible pérdida, esto es, abocadas a resultados, electorales aún un poco peores que los de la última vez, han ido consagrando el principio contrario, quizá sin darse cuenta e incluso a su pesar. Lo importante ahora no es tanto el dar con una fórmula mágica y novedosa y eficaz, sino simplemente el mantener el tipo. Es obvio que esa estrategia de apuesta al caballo favorito queda mal compensada por la ley de las. probabilidades, pero los políticos en activo saben muy bien cuáles son las consecuencias de las jugadas de azar. En consecuencia, las novedades que puede ofercernos hasta el momento la sin duda joven práctica de los usos democráticos en España se reducen a una sola, aunque generalmente apreciada: la de la viceteoría del centro político.
El centro es un seguro a todo riesgo o, al menos, lo finge y hasta parece serlo. El centro como hipótesis política consiste en elegir siempre y en cualquier alternativa aquella opción que teóricamente deje menos votantes desengañados. Como las preferencias de los vecinos con derecho a voto suelen seguir en casi todas las circunstancias una curva en forma de campana de Gauss, es decir, una ley que acumula los votos alrededor de los valores medios y los dispersa a medida que nos vamos alejando hacia los extremos, la decisión segura en tales términos es siempre aquella que huye de los compromisos límite.
A poco que se medite sobre la reciente historia española, la teoría del centro político se hacecada día que pasa más evidente. Las posibles opciones radicalmente enfrentadas entre sí que hubieran podido corresponder a las llamadas posturas de izquierda y de derecha o, si prefiere, nacionales o facciosas y rojas o republicanas, en la visión sin duda pobre y reduccionista pero tan generalizada como evidente del campo político en los momentos de la guerra civil, han ido dando paso a fórmulas mucho más eclécticas en las que las propuestas pragmáticas se confunden y los contenidos ideológicos se diluyen. En los actuales momentos pueden oírse, incluso con facilidad, voces que reclaman posturas de izquierda a un Gobierno que presume de tal talante y que refleja el triunfo en las urnas de un partido socialista. Pero se trata de protestas aisladas frente a un ejercicio de la política que sigue paso a paso y puntualmente las enseñanzas de la viceteoría del centro. En el otro bando, en el de la autollamada alternativa real, las cosas ya no son tan claras, y es probable que esto sea así porque las apuestas al caballo ganador no resultan tan evidentes si hay que mantener un talante o, al menos, un sesgo conservador.
¿Qué es lo que puede ganarse ofreciendo fórmulas políticas más radicales hacia la derecha o hacia la izquierda? Mientras se siga
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manteniendo un reflejo del comportamiento electoral en forma de campana de Gauss, absolutamente nada. Alejarse del centro es alejarse de un sumando creciente, y de ahí que, mientras tales comportamientos electorales no cambien, vayamos a seguir contemplando, sin duda alguna, el triunfo de la fórmula magistral que Aristóteles hizo ya famosa: la de la virtud del medio geométrico.
Nótese, no obstante, que tan magnífica patente de triundo electoral cuenta con dos talones de Aquiles, quizá como homenaje a los dos férreos pilares que la sustentan. La teoría del centro político puede derrumbarse a poco que los máximos de la curva de preferencias se desplacen hacia una u otra banda. La virtud del medio geométrico como propuesta política puede confundirse con la del medio geométrico como respuesta electoral (quizá debiera haber entrecomillado los sustantivos "propuesta" y "respuesta"). Esa confusión es lamentable porque no siempre las curvas de preferencias tienen por qué enseñarse simétricamente armoniosas. Una opción híbrida puede, al fin y a la postre, no ser tan atractiva como otra dictada por consideraciones menos prudentes.
Por lo común no es así -y las simetrías de propuesta y respuesta siguen muy estrechas semejanzas-, pero no hay duda de que puede saltar la sorpresa porque la virtud o, si se prefiere, el olfato, se apoya también en las intuiciones.
La segunda posible quiebra de una viceteoría perfecta del centro político es la que supone la traslación de la curva de preferencia de forma voluntaria y consciente, que no azarosa y dada a la veleidad. El Gobierno acaba de dar una perfecta muestra de cómo tal cosa se hace; para verlo con claridad sobrada, basta con comparar las encuestas de ahora y las de hace un año sobre el referéndum conducente a decidir nuestra permanencia en la OTAN o nuestra retirada de ella. Fue una labor consciente y planificada la que escoró la curva de las preferencias hacia el lado en el que el propio Gobierno había colocado los máximos de su particular oferta.
Si la viceteoría del centro político se une, pues, a ciertas adecuadas dosis de intuición y a un acertado uso de las ascendencias sobre el ciudadano, va a resultar muy difícil el hallar alternativas políticas diferentes a la que se ofrece desde el poder. Llegados a tal extremo, la única amenaza capaz de enturbiar el esplendoroso futuro del político hábil es el del cansancio electoral y la abstención como respuesta. Las abstenciones modifican lo bastante a cualquiera de las campanas de Gauss que distribuyen preferencias y tendencias. Quizá sea esa la única esperanza de quienes ven en el ejercicio de la política el reflejo de una actividad ideológica creadora, y no un mero artilugio determinado por la teoría estadística. Quizá sea esa, también, una posibilidad sobre la que quepa con una mínima holgura la más prudente y desapasionada reflexión.
Copyright Camilo José Cela, 1985.
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