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Ronald Reagan, teólogo

De pronto, Reagan, fulminado por un rayo de luz intensísima, cayó del caballo tordo y, elevando los ojos al cielo, vio claro, comprendió, se convirtió. La palabra cruzada aparecía nítida en una especie de arco iris sobrecogedor.Días antes, el presidente había tenido que pasar una dura prueba. ¿Cómo convencer a los congresistas norteamericanos para que le aprobaran el presupuesto de defensa de casi 49 billones de pesetas? El mismo día de su discurso sobre el estado de la Unión cumplía 74 años. Y, en verdad, Ronald Reagan estuvo magnífico. Fue un discurso emocionante, enjaretado sobre una estructura patética, que conmovió hondamente al Congreso. A su término, los 535 miembros de las dos Cámaras, puestos en pie, entonaron el Happy birthday to you, cancioncilla que logró arrancar las lágrimas incluso de los más recios halcones. El golpe había sido maestro: transformar el acto solemne del discurso sobre el estado de la Unión en una fiesta de cumpleaños casera.

Sin embargo, la cuenta del presupuesto de defensa quedaba pendiente. El sentimentalismo no había conseguido desarmar a los congresistas, que seguían mostrándose reacios a armarle a él. Pero el presidente es un hombre de suerte. Su conversión no pudo ser más providencial y oportuna: gracias a ella logró montar el número de la cruzada del rearme. Como es sabido, eso de las cruzadas es una vieja arma repetidamente utilizada a lo largo de la historia en los momentos difíciles. Felipe II resulta un buen ejemplo. Aún se recuerdan en la seca Castilla sus machaconas y abrumadoras peticiones de ducados para sus guerras contra los turcos, los flamencos, los ingleses o los franceses. Siempre con la cantilena de la amenaza protestante, de la necesidad de salvar la catolicidad o simplemente porque la Divina Providencia le había asignado el papel de ariete todo terreno.

No es que Reagan pensara en Felipe II, claro. Pero resulta curioso cómo los siglos producen extraños emparentamientos. El caso es que el presidente se encontró, el día arco iris de su conversión, con una especie de construcción teológica, barata en un cierto sentido, pero muy rentable en otro. La teología aplicada al rearme era la solución de todos sus males.

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Y así fue explicando a diestro y siniestro las líneas maestras de su nuevo código trascendente. Una lectura atenta de la Biblia le había llevado a la conclusión de que el libro sagrado apoya el rearme norteamericano. ¿Dónde? ¿Cómo? En Lucas 14-31. Éstas fueron sus palabras ante un grupo de importantes empresarios: "Jesús está con sus discípulos y les habla de un rey que está pensando ir a la guerra contra otro monarca, con sus 10.000 hombres; pero reflexiona mejor y piensa que no tiene posibilidades contra un ejército enemigo de 20.000 hombres y decide que quizá tenga que mandar una delegación para negociar la paz". El presidente hizo la siguiente interpretación pastoral de los versículos de san Lucas: "Bueno, no creo que queramos nunca encontrarnos en esta posición de ser sólo la mitad de fuertes y tener que negociar bajo estas condiciones los términos de la paz con la Unión Soviética".

Ronald Reagan, pletórico tras su conversión, siguió haciendo este tipo de discursos teológicos. En la confianza de estar entre correligionarios, no dudó en afirmar, en una reunión con predicadores religiosos: "No creo que el Señor, que bendijo a este país como no lo ha hecho con ningún otro, quiera que nosotros tengamos que negociar algún día porque somos débiles". De imprudentes podrían calificarse estas palabras, habida cuenta de que hay otros países -España, Polo- Pasa a la página 10 Viene de la página 9 nia, Italia, Irlanda- que se reclaman desde hace tiempo preferidos del Señor. Reagan había puesto en un buen brete al papa Juan Pablo Il.

En cualquier caso, los efectos de esta nueva manera teológica de entender la cosa pública han tenido una inmensa repercusión en Estados Unidos. Las crónicas hablan de que la clase política norteamericana ya se divide entre los true believers (verdaderos creyentes) y los pragmáticos. Los primeros, a partir de ahora, habrán de apoyar sus afirmaciones en citas del Antiguo Testamento, frente al cual no prevalecerá ningún informe estadístico-cibernético. Lo cual puede conducirles a afirmar, otra vez, que el Sol da vueltas alrededor de la Tierra o que la sangre permanece estática en nuestras venas.

En buen lío nos ha metido esta conversión de Ronald Reagan. Y eso que, según dicen, sólo va a la iglesia de higos a brevas. Cuando empiece a ir a diario, las cosas pueden endurecerse hasta el punto de exigir que, por ejemplo, en las reuniones militares de la OTAN, los conspicuos jefes de delegación lleven una Biblia en la mano para zanjar las discusiones estratégicas a golpe de versículo.

Y a todo esto, ¿qué dice el Papa de la nueva teología del rearme? Volviendo a Felipe II, habrá que recordar que tanto Pío V como Sixto V se llevaron muy mal con él, y con razón, pues les quitaba protagonismo teologal.

Pues bien, el papa Wojtyla, también preocupado por la recuperación de los valores tradicionales, aún no ha acusado el golpe. Mientras ocurrían estos sucesos, Juan Pablo II andaba de cruzada por Latinoamérica, combatiendo la teología de la liberación en favor de una teología de la bendición. En Piura, ante cientos de miles de personas, dijo algo altamente significativo. Denunció a los "falsos profetas" que alteran el Evangelio entendiéndolo "no en clave eclesiástica, sino acomodado a interpretaciones inspiradas en la moda o en visiones sociopolíticas, con lo que se transforma el servicio a la verdad en servicio a la confusión, cuando no a la mentira". ¡Vaya varapalo! ¿Sería posible que el Papa fuese tan duro con el presidente, acusándolo de manipular la Biblia en beneficio de sus intereses políticos? Que nadie se asuste: Juan Pablo II no se refería a Reagan, sino a los teólogos de la liberación. Menos mal: el orden vuelve a imperar, y cada cual a lo suyo: el Papa, a la teología de la bendición; Reagan, a la teología del desarme.

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