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La galaxia de la imagen

En el año 1923, Charles Francis Jenkins consiguió en América transmitir directamente imágenes del presidente Harding, de Washington a Baltimore. Como Gutenberg siglos antes, nunca supo que inauguraba una era que, junto al vídeo, hoy nos invade. No hay sino que ver las marcas y modelos que se exhiben en grandes y pequeños almacenes. Desde filmes escogidos del repertorio clásico, realizados siguiendo el arte de los hermanos Lumiére, a los filmados para ser exhibidos directamente en los hogares y círculos privados, una avalancha de títulos nos asalta, abarcando temas nuevos o tradicionales. De la industria al puro entretenimiento, desde la ciencia al arte, el mundo de la imagen se extiende más aprisa cada día, tal como le sucediera al cine en un principio, hasta ganar la estima de sus espectadores. Pues en sus tiempos de esplendor se le trató de hermanar con las demás artes, haciéndole ocupar un séptimo lugar, iniciándose una industria a la que en un principio nadie concedió demasiada importancia. Se le llamó, como se sabe, "el teatro de los pobres", porque su público se hallaba consituido por gentes de humilde condición social.Hoy, el mundo de la imagen es de todos y para todos, tal como se ha podido comprobar en la reciente Bienal de Cine y Vídeo organizada por la Dirección General de Bellas Artes. Orientada hacia el cine que recoge de un modo o de otro nuestro patrimonio, ha sido una buena muestra del camino que aún falta por recorrer cuando se quiere descubrir nuestro auténtico rostro a través de sus diversos caracteres. Pues aunque el arte de los hermanos Lumiére se inicie entre nosotros a poco de nacer, prosperó poco hasta el tiempo en que Griffith se -ocupó de él.

Barcelona, pionera de toda novedad, abrió sus puertas al nuevo medio, que, sin embargo, duró poco en ella, trasladándose pronto a Madrid, en donde se transforma, en espectáculo mediocre, sin la más leve inquietud y cuya falta de inspiración se trata de encubrir con tosco folclor y mal entendido patriotismo. Aquí se haría viejo velozmente. De ello tuvieron culpa en cierta medida los intelectuales. No hay sino recordar las palabras de Antonio Machado llamando al nuevo hallazgo "invento de Satanás", en tanto la industria desconfía y adapta malas novelas y teatro para sus películas.

Por entonces, Chaplin discutía sobre sus preferencias a favor delmudo, que acabaría triunfando con el famoso Aleluya.

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Como todos sabemos, el primer filme de la historia fue justamente un corto que perpetuó la salida de los obreros de una fábrica; el primer corto español repitió el tema fotografiando también otra salida, esta vez en Zaragoza: la de la misa de 12 en su templo del Pilar. El cine corto entonces no existe por la sencilla razón de que todos lo son en mayor o menor medida y a pesar de que se incluya en ellos alguna anécdota sencilla.

Es cierto que fuera de España tampoco interesa demasiado antes de que los ingleses busquen la vida en torno con sus cámaras. Es Grierson quien por primera vez arremete contra los filmes realizados en estudios, desdeñando la realidad. Afirma que el cine también es capaz de retratarla en películas de puro carácter documental. Las escenas, las personas arrancadas de la vida suponen una mejor interpretación de nuestro mundo que la de una realidad elaborada; su espontaneidad es fruto de la tradición y el tiempo, y la costumbre nos acerca a ella más que los diálogos y los gestos.

Grierson echa así los cimientos del documental como género definido. Del Reino Unido tal modo nuevo de entender el cine pasará a toda Europa, incluso a España, donde Buñuel realiza tres años después Tierra sin pan, su documental más famoso y discutido. Hasta entonces, los filmes no eran nada como arte ni como creación menor ni como testimonio. Sin embargo, en España llegó a haber incluso locales de exhibición dedicados en exclusiva a ellos, desaparecidos tras la guerra civil. En nuestra contienda se realizan en uno y otro bando, destinados a propa-

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gar cada cual sus ideas o razones y, una vez vuelta la paz, los vencedores crean el No-Do, de proyección obligatoria y casi gratuita, que prácticamente cierra el paso a cualquier intento más o menos privado.

Alguna leve excepción se permite a fin de competir en certámenes de más allá de nuestras fronteras, mas casi siempre su validez se empaña con un tosco matiz propagandístico. Con los archivos de No-Do hoy sólo pueden hacerse documentales a favor de Franco o en contra de Franco, lo cual parece ser bastante limitado desde el punto de vista cinematográfico.

Con la primera y tímida apertura política, el interés por el documental pareció renacer. Por aquel tiempo, Carlos Saura filma Cuenca, medionietraje contemporáneo de España 1800, ensayo realizado por mí sobre un momento histórico: la época de Goya, siguiendo los pasos del Van Gogh, de Resnaís. Desde entonces hasta la llegada de la televisión, el cine corto ha arrastrado una vida más o menos lánguida en España.

La falta de interés por nuestra historia real tras tantos años de fervor patriótico, la escasa atención a nuestras artes y modo de ser, han sido la causa principal de tal penuria, a la que en cierto modo puso fin la televisión con una etapa que llega hasta hoy prácticamente.

Siempre se aseguró que hacer un corto suponía aprendizaje. Puede ser. Quizá enseñara a peregrinar de oficina en oficina conociendo productoras, a escuchar negativa que sólo una tenaz vocación era capaz de salvar y hasta enseñara a buscar, en amigos y familia, un dinero con el que nunca se contó, hasta acabar en la casa de empeño. Luego vendría la exhibición con nulos beneficios y, una vez la economía a cero, de nuevo vuelta a empezar. El porvenir no es tan negro hoy. Algo ha cambiado. La televisión -como se sabe- devora cuanto se le ofrece; sin separar la paja del grano ni detenerse demasiado a calcular la calidad de lo que sirve, su censura fue dejando filmar a los nuevos realizadores temas prohibidos hasta entonces.

Tras su desaparición y la nueva protección al cine, los cortos han seguido aquejados de los males de siempre: falta de público, distribución y capital que, sin embargo, no le han impedido, mal que bien, seguir adelante.Hoy día se producen y realizan en España más cortos que nunca, regulares o excepcionales, para ser distribuidos comercialmente o transmitidos por televisión. Su presencia y escuela se nota en las películas largas, argumentales, que nacen cada día creando un nuevo público, comenzando a llenar salas antes contrarias o todo tipo de cine nacional.

Este cine español, abierto a todas las tendencias, mirando hacia dentro de nuestro país con pasión y a la vez con rigor, puede ganar en poco tiempo lo que a lo largo de tantos años de copiarlo fuera nunca se consiguió. Esperemos que por el bien del cine y la cultura, tal cine nazca de una vez y vuelvan a darse en España, si no Tierra sin pan, sí directores como el gran Buñuel.

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