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Actualidad de Albert Camus

Es sumamente oportuno, creo, que, con ocasión de los 25 años que hace, en 1985, de su muerte en accidente de automóvil, volvamos sobre la obra de Albert Camus, parte de la cual, como vamos a ver, sigue conservando renovada actualidad.No ciertamente la de la primera etapa, a la que pertenecen El extranjero -por otra parte, desde el punto de vista literario, su mejor libro y, desde el punto de vista de una concepción de la vida, la primera y más radical forma de lo que mucho después se llamó, entre nosotros, pasotismo- y El mito de Sísifo. El tema de la primera obra, muy marcado por la época, es el de la sensibilidad indiferente de una vida instalada en la situación límite del hastío radical, que cabría llamar también, haciéndonos eco de terminologías actuales, angustia blanda y también angustia tranquila (recuérdese la desesperación quieta o tranquila de Kierkegaard), y el tema de la segunda es la actitud existencial del sinsentido de la vida y el suicidio como problema filosófico. Sí, se comprende que, entonces, Sísifo fuera considerado el héroe del absurdo, pero la verdad es que aquel modo existencialista de estar en el mundo ha quedado ya muy detrás de nosotros.

Otro tema, presente a lo largo de toda la vida de Camus, común a Sartre y más bien ajeno al tiempo presente, es el del antiteísmo (y no simplemente ateísmo), que en Sartre era metafísico y en Camus ético ("Lo mejor para Dios es que no se crea en Él"). Los existencialistas, en contraste con los grandes filósofos de la existencia, Heidegger o Jaspers y, entre nosotros, en contraste con Xavier Zubiri, vivieron el problema de Dios, bien crispadamente o, por el contrario, exaltándose cuasimísticamente ante su misterio (Gabriel Marcel). Hoy ya no quedan antiteístas, el clima exasperado pasó, quizá porque tampoco van quedando ateístas ortodoxamente iluminados.

Hay dos obras dramáticas existencialistas, Las manos sucias, de Sartre, y Los justos, de Camus, a las que no se refiere centralmente la llamada de atención de este artículo, que conservan, sin embargo, actualidad. Las manos sucias, desde luego, y los políticos de allá y de aquí no paran de hablar de la necesidad política de ensuciarse las manos so pena de, muy éticamente, no usarlas, porque solamente puede conservarlas limpias... el que no las tiene o no le sirven para nada Los justos fue la inmediata réplica de Camus a Sartre, y la obra dramatiza o, mejor, convierte en trágica la contradicción de quienes, por sed de justicia, se hacen terroristas, pero terroristas delicados, que buscan fervientemente la justificación moral de su acción. El tema de la liberación por el decidido (antiteísmo) sigue presente en el autor, pero para sus personajes la cuestión capital es la del homicidio, liberador de la tiranía (adviértase que suicidio, deicidio y homicidio se suceden a lo largo de la obra total en el lugar central de la reflexión filosófica).

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Si en vez de terrorismo ponemos guerrilla, y Latinoamérica en el lugar de la Rusia zarista, el conflicto moral (e incluso religioso: el protagonista, Kaliayev, lo es) sigue vigente (por el contrario, el terrorismo de ETA no es ético; es político, continuación de la política por otros medios).

Creo, sin embargo, que para nosotros conserva mayor actualidad el sentido último de una obra, por lo demás no bien lograda, El hombre rebelde. Camus, completamente désabusé o desengañado (y en la Europa de hoy, ¿quién no lo está?) y relativamente derechizado, opone a la Revolución (que, al triunfar, se toma nueva opresión, y ahí está la URSS, pensaba Camus, para demostrarlo) la Rebeldía, el decir no, la resistencia e incluso la violencia, pero la violencia espontánea o expresiva, no su institucionalización y organización -irracional o racionalista, antiestatal o estatal.

¿En qué consiste, para mí, la actualidad de la rebeldía? No, como en Camus, en el levantamiento frente a la injusticia de los regímenes absolutistas o aquella en la que desemboca, según él, toda Revolución institucionalizada. No, no es ésa la preocupación de la Europa occidental actual. A mi juicio, nuestra situación es subjetivamente (en tanto que sujetos históricos), la impotencia, objetivamente, la imposibilidad, no ya de hacer ninguna revolución, sino siquiera -aunque vivamos en régimen nacionalmente democráticode decidir soberanamente nuestro destino. Por eso, la rebeldía, la protesta, la resistencia -dentro de la legalidad y acudiendo a todos los cauces de discrepancia que ella deja abiertos- constituyen, si no estamos dispuestos a abdicar de la libertad, la única respuesta que, hoy por hoy, nos queda, y la única salida posible del callejón donde la historia nos ha metido. Que, además, y por encima de ella, exista una esperanza contra toda esperanza es, por supuesto, un don, pero también una como compensación y un estímulo del espíritu de resistencia. ¿Puede el pesimismo desencantado resistir con tenacidad? ¿No es el reencantamiento -tantas veces, por desgracia, escapatoria- fuente de entusiasmo? Otras veces lo he dicho: sin utopía -desde la utopía práctica de Bertrand de Jouvenel hasta la trascendente-, sin religiosidad o, para retomar la otra preocupación de Camus, sin actitud ética abierta, el hombre no sería cabalmente hombre: animal racional y político, sí, más también animal moral, trascendente y utópico.

Podemos ser religiosos o no, religiosos heterodoxos, religiosos seculares, religiosos escatológicamente intramundanos; quizá también indiferentes, como El extranjero. Pero ¿antiteístas? Nuestra lucha sí que es hoy completamente intramundana. Hace unos años se decía que Dios ha muerto. La preocupación actual es la de que ahora hay hombres que intentan, malamente, ocupar su puesto.

Contra esa pretensión alzó su voz Albert Camus. Hoy hay que alzarla contra los minúsculos endiosados tecnoburocráticos.

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