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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Nuestra utopía

A esta hora en que los politicólogos discuten sobre las crisis de las ideologías y los filósofos sobre si la utopía es una esperanza o una escapada de frustrados..., aquí, en un pueblecito pequeño de la provincia de Sevilla y en el corazón de la Andalucía jornalera, nosotros, hombres y mujeres con el azote a cuestas del 65% de la población activa en paro, por pura necesidad y porque es preciso construir a esta hora de tanta palabra inútil en medio de tanta desgracia, hemos decidido ir poniendo de pie nuestra utopía.Sí, oyen bien. Lo hemos decidido, después de cientos de asambleas, de miles y miles de horas de reflexión y acción, después de contemplar y sufrir la terrible crueldad de este orden establecido. Nos hemos percatado de que no basta con definir la utopía, ni siquiera con pelearla frente a las fuerzas reaccionarias, sino que es preciso construirla aquí y ahora, ladrillo a ladrillo, con paciencia pero sin pausa, hasta hacer realidad los viejos pero no imposibles sueños del hombre de tener pan para todos, libertad repartida a trozos entre los ciudadanos y cultura para poder leer con el respeto debido la palabra paz.

Hemos podido descubrir que no podemos perder más tiempo, que hay que poner en práctica desde ya los sueños que pensamos realizar pasado mañana.

Y nos hemos puesto a la tarea. Modestamente. Porque modesta es nuestra utopía. Y modestos son nuestros medios y terribles las resistencias y los zarpazos de un capitalismo en crisis, que necesita alimentarse de los débiles para salir de su muy grave enfermedad.

A sabiendas de nuestras limitaciones y a sabiendas de que nuestro castillo de arena puede ser aplastado por cualquiera de los gigantes que nos rodean, medios ciegos e insensibles y continuadamente amenazantes: con el poder político de reprimir y silenciar o asesinar y el poder económico de decretar el aumento del hambre... En medio de los gigantes, estos hormigos pequeños han decidido utopiar.

Porque desde hace ya varios años, allá por las elecciones municipales de 1979, nos dimos cuenta de algo que habíamos intuido siempre pero que no habíamos sabido nunca: que el poder no es neutro, que todo poder está a favor de alguien y en contra de alguien, que la neutralidad del poder es una pura mentira y que, por tanto, desde el trocito de poder que habíamos conquistado al llegar al Ayuntamiento teníamos que estar clara y descaradamente a favor de los más débiles, de los más pobres, de los explotados.

Vimos que dar riqueza a los ricos, poder a los poderosos y cultura a los cultos era simplemente una indecencia. El poder y los bienestares del poder tenían que estar con el pobre y frente al rico. Que el poder, en fin, tenía que ser desigual en una sociedad tan desigual como es la sociedad de clases.

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Pero fue pasando el tiempo y nos fuimos dando cuenta de que, aunque queríamos estar a favor de los explotados y contra los explotadores, no podíamos. Una y otra vez comprobábamos que nuestra buena voluntad se estrellaba con una herramienta de poder que tenía la facultad de devolver, como un bumerán, nuestras decisiones contra nosotros mismos y contra el pueblo que queríamos defender.

Pronto caímos en la cuenta de otra verdad elemental: el poder que sirve para reprimi no puede servir para liberar. Las leyes, las costumbres, los funcionarios, los hábitos, los presupuestos, los reglamentos y las normas del Ayuntamiento al que habíamos accedido estaban pensadas para otro destino, y eran útiles para el fascismo pero inútiles como herramienta de lucha y libertad para el pueblo. Aquella vieja máquina había que destruirla. Había que crear una herramienta nueva para un poder distinto y una función diferente.

Asambleas populares

Fue entonces cuando dimos total impulso a las asambleas populares. Y fue cuando, rompiendo con leyes, normas, costumbres y preceptos, decidimos llevar los plenos a la calle, darles voz y voto a todos los vecinos que asistieran y escuchar al pueblo en sus decisiones.

Todos los asuntos importantes de nuestro municipio fueron llevados a estos plenos-asamblea, que poco a poco se fueron convirtiendo en el órgano fundamental de reflexión y decisión de nuestro pueblo.

Ya no era una minoría la que decidía ocultamente lo que había que hacer. Era la mayoría la que, colectiva y públicamente, ejercía su voluntad. Era una especie de reparto del poder. De devolver al ciudadano la posibilidad, robada desde hace mucho tiempo, de decidir por sí mismo los problemas que le afectaban a su propia vida.

Las asambleas populares se convirtieron así en el centro de la vida del pueblo y en una especie de universidad popular donde todos aprendíamos de todos, y cada uno de los asistentes nos sorprendíamos de la experiencia, la generosidad o la capacidad de los compañeros más humildes e impensados.

Esto nos lleva a un nuevo descubrimiento: el poder de elite, aunque se llame de izquierdas, es siempre una tiranía. El poder es elitista porque sólo se educa para gobernar a unos pocos.

Descubrimos también que es mentira ese mito burgués que dice que la clase obrera no es apta para gobernar. Porque, en la medida en que la participación se fue extendiendo, pudimos comprobar con los hechos en la mano que la generosidad, que es la mejor forma de ejercicio del poder, se multiplicaba y era mucho más honda y profunda en los trabajadores.

Fue entonces cuando decidimos aumentar la participación y la capacidad de participar y dimos lugar a un senado popular formado por unas 70 personas, repartidas por calles, que se reunían mensualmente y que se dedicaban a reflexionar de una manera más organizada y pausada sobre los diversos asuntos de interés para la colectividad.

Poco a poco el viejo poder desaparece, y aparece una experiencia nueva de poder popular en el que el poder se ha transformado en una herramienta sencilla y manejable por todos, para ser dirigida en lucha o en gestión por la tierra y la cultura, el pan, la vivienda o cualquiera de nuestras necesidades.

Pero aunque la herramienta es nueva y podemos ya decir que hemos roto, en cuanto a estructuras, con el pasado, sin embargo el hombre es viejo, el egoísmo es viejo, y comienzan a verse ciertos fallos que es preciso rectificar.

Por eso se estableció una exigencia, recogida en documento público, para evitar estas debilidades, y que obliga a todas las personas que tengan alguna responsabilidad en Marinaleda a que su cargo sea revocable en todo momento por la asamblea, a someterse a la crítica pública y a ser el último a la hora de cualquier beneficio que venga para la comunidad.

El amiguismo, la corrupción y la visión del poder como un botín se alejan definitivamente. Pero no basta. Hemos de decir nuestra palabra. Hemos de desarrollar nuestra cultura, enterrada y prohibida. Hemos de pronunciar nuestro mundo, ansioso de libertad, frente a la esclavitud establecida.

Y nos damos cuenta de que la subversión no es sólo un derecho de los hombres y de los pueblos cuando son amenazados por el terrorismo del hambre, sino que es una necesidad histórica y vital. Que subvertir es la tarea mientras esté establecida la injusticia, pero que para que cualquier proceso subversivo o revolucionario sea auténtico tiene que estar cargado de generosidad.

Es cuando aparecen los domingos rojos o trabajos voluntarios, a los que asisten más de 200 personas, y que van desde la recogida de basuras y la limpieza de calles a la realización de obras de interés para la comunidad o a la realización de fiestas autogestionadas.

Con estos domingos de trabajo voluntario no sólo conseguimos aumentar la generosidad colectiva, sino que comenzamos a darle un nuevo sentido al trabajo, que ya no es trabajo para la riqueza del otro que nos explota sino trabajo para nosotros mismos y para la comunidad en la que habitamos...

Así, a rasgos muy generales, es como en Marinaleda realizamos nuestra utopía mientras otros la discuten.

Así, entre ocupaciones de fincas y luchas por el trabajo y la tierra, es como vamos construyendo, en este aquí y en este ahora, un poder paralelo, una cultura paralela, una sociedad diferente que trata de contener en su interior la sociedad futura por la que luchamos.

Porque pensamos sinceramente que no hay futuro que no se construya en el presente ni hay fines que no se contengan en los medios puestos en práctica y porque no hay más remedio que la esperanza.

Juan Manuel Sánchez Gordillo es alcalde de Marinaleda.

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