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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La integración de los clínicos universitarios en el Insalud

La decisión de integrar los hospitales clínicos universitarios en el Insalud le parece lógica y conveniente al autor de este trabajo, a pesar de algunas reacciones involucionistas que se han dado en algunos lugares, como en universidad Complutense de Madrid, cuyo rector ha destituido a los órganos de gobierno democráticos del Hospital de San Carlos. Según este artículo, los hospitales deben conservar su carácter universitario y mejorar de manera profunda su infraestructura.

El acuerdo de englobar el conjunto de los hospitales clínicos universitarios en el Insalud como un paso más para lograr una red única que integre a todos los hospitales del sector público no puede merecer más que parabienes, sea cual fuere la perspectiva desde la que se analice. Lo de menos es que esa integración vaya a tener lugar por la vía de los Presupuestos Generales del Estado.Sin embargo, se trata de una decisión que ha producido una convulsión en diferentes sectores, y muy concretamente en algunas de las facultades de Medicina tradicionales de las que dependían hasta ahora nominalmente dichos hospitales. Este escándalo, que sólo puede entenderse desde la irracionalidad, ha llegado en algunos sitios, como en la universidad, Complutense, a traer como incomprensible consecuencia la aparición de un decreto rectoral que suprime de un plumazo todos los actuales órganos de gobierno (dirección, gerencia, juntas y comisiones) que, democráticamente elegidos, existían en el Hospital Clínico de San Carlos, para sustituirlos en la misma fecha por otros completamente diferentes y nombrados directamente por el rector, en algo que no puede interpretarse sino como un intento de involución, atrincheramiento y cierre de filas ante lo que algún catedrático de la facultad ha calificado como expolio de la universidad.

En todo caso, y buscando alejarse de reacciones apresuradas, el problema de la integración obliga, sobre todo, a plantearse una pregunta: ¿cuáles deben ser las condiciones para que un hospital sirvapara la docencia y, consecuentemente, pueda ser calificado de universitario? Se trata de una cuestión para la que en la mayor parte de los países del mundo, incluido el nuestro, existe una respuesta clara. Lo serán todos aquellos que en función de su rendimiento asistencial y del nivel de investigación que ofrecen puedan ser presenta dos como modelos para el estudioso que a nivel pre o_posgraduado necesite adquirir unos conocimientos clínicos en consonancia con las necesidades de la sofistica da medicina actual.

Ello supone, entre otras cosas, una infraestructura material tecnológica y económicamente suficiente y actualizada, así como unos profesionales con una capacidad reconocida y contrastada a lo largo de los años. También, por supuesto, una adecuación entre las posibilidades reales del centro y el número de alumnos que puede admitir. Lo de menos es la dependencia patrimonial del hospital Que esto es así lo demuestra hasta la saciedad la historia reciente, tanto dentro como fuera de España. Hospitales relativamente nuevos, no dependientes de la universidad pero que reúnen los requisitos arriba indicados, han demos trado sobradamente, y no sólo a través de las clásicas pruebas MIR o Foreign, sino también con el rendimiento profesional posterior de sus licenciados, una capacidad paya la docencia tan buena o mejor que la de los clásicos hospitales clínicos de nuestras facultades de Medicina.

Pero es que la racionalidad de la integración se deriva también de otros aspectos ya directamente relacionados con la propia situación actual de los clínicos. En primer lugar, aspectos legales donde en muchos casos existe un vacío que se hace necesario cubrir con urgencia de una vez por todas. Por ejemplo, el de Madrid se venía rigiendo por un convenio entre los ministerios de Educación y Trabajo de 1968 que fue declarado nulo por el Tribunal Supremo pocos años más tarde, sin que desde ese momento se haya clarificado su situación. En segundo lugar, económicos: los presupuestos y las dotaciones de personal, sobre todo en los estamentos no médicos de los hospitales clínicos, malamente admiten comparación con los de otros hospitales del Insalud de rango equivalente, de forma que los costes por cama y día son, volviendo al Clínico de Madrid, menos de la mitad de los correspondientes a hospitales como La Paz o el Primero de Octubre, por no citar otros mejor dotados como Puerta de Hierro o el Centro Ramón y Cajal.

El espectáculo lamentable de tener que ahorrar en material elemental de laboratorio, jeringas o compresas a partir de agosto por haberse agotado los presupuestos correspondientes a ese ejercicio es moneda corriente en los últimos años. Cabe esperar que con la integración, el Insalud, al tomar como propios los clínicos, ponga remedio a esta discriminación negativa, sin poder argumentar como hasta ahora falta de claridad en lo que a sus responsabilidades y gestión se refiere.

Agravio comparativo

Desde el punto de vista docente tienen también los clínicos una limitación absoluta a la hora de establecer el número de estudiantes a quienes pueden admitir en función de su capacidad, ya que se ven obligados a aceptar a todos aquellos que r ebasen el número de los explícitamente solicitados por el resto de hospitales asociados de la misma facultad de Medicina, lo que constituye un agravio comparativo tanto más irritante cuanto que se vuelve contra el hospital propio de quienes teóricamente distribuyen y controlan la enseñanza.

Y por si todo lo anterior fuera poco, los clínicos han disfrutado de una incomprensión histórica, cuando no de una hostilidad más o menos larvada de las sucesivas autoridades no médicas rectorales y ministeriales, quienes les han visto como un monstruo que les desborda por todas partes y al que nunca saben cómo meter mano. Esto tiene cierta lógica si se considera que, tanto en número de trabajadores como en lo que se refiere a presupuestos, cualquier hospital clínico supera hasta en ocasiones duplicar o triplicar las cifras de todo el resto de la universidad en la que se halla inserto, con la peculiaridad de que tan sólo una mínima parte de esos trabajadores, alrededor del 5%, tiene una dependencia clara de la universidad. Se trata de una patata caliente de difícil manejo, que tanto las autoridades académicas de máximo rango como las ministeriales han estado siempre propicias a soltar. El ex rector de la Complutense Vian Ortuño señalaba en cierta ocasión que él se sentía preparado para entender cualquier tema, incluida la teoría de la relatividad, sí se le explicaba adecuadamente, pero que era absolutamente incapaz de comprender la problemática del Hospital Clínico de su facultad de Medicina.

Bienvenida sea entonces la integración. Así lo han entendido desde hace muchos años las juntas de gobierno de los diferentes hospitales implicados y las distintas representaciones de los trabajadores: comités de empresa, secciones sindicales, delegaciones de médicos, etcétera, para quienes tanto antes como ahora el tema siempre ha estado claro.

Cuestión formal

Las comisiones de trabajo para la integración entre quienes trabajamos en los clínicos son tan viejas como el propio derecho de asociación intrahospitalario. Las objeciones que ahora parece poner algún sindicato concreto sobre temas puntuales relativos a la concreción final del acuerdo de integración son más una cuestión formal que de fondoy tienen mucho que ver con afanes de protagonismo y con razones extrasindicales de índole partidista, orientadas a negar el pan y la sal a cualquier decisión que proceda de la Administración actual.

Queda el mítico miedo academicista a que nuestros hospitales pierdan su carácter universitario. Pero ello debe quedar claramente superado si se hace una lectura honesta del texto sometido a las Cortes, cuyo punto tercero dice que "dichos hospitales conservarán en su integridad las funciones docentes e investigadoras que venían desempeñando en la actualidad". Y por supuesto, nadie discute que vayan a seguir siendo las facultades de Medicina las que establezcan y supervisen los planes de estudio y las que, en definitiva, den o no los títulos, con lo que ninguno de los aspectos básicos que permiten asegurar la calidad de la enseñanza va a escapar a su control.

Muchos hemos aprendido de esos mismos profesores que desde un romanticismo nostálgico y añorante hablan hoy de derrota, entierro y liquidación, que ese talante universitario no radica en las paredes ni en los ladrillos, sino en la capacidad del maestro para saber transmitir al alumno una actitud y unos conocimientos; y eso ninguna disposición transitoria va a modificarlo.

Planteadas así las cosas, la integración de los clínicos en la red hospitalaria del Insalud, además de responder a la lógica de la más elemental planificación sanitaria, se convierte en una absoluta emergencia para la misma supervivencia de estos hospitales y en su única esperanza para un futuro más halagüeño que el que en estos rnomentos tienen ante sí.

José Manuel Ribera es profesor titular de la Facultad de Medicina de la universidad Complutense y ex presidente del comité de empresa del Hospital Clínico de San Carlos.

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