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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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Armas y estrategias en el escenario de guerra europeo

¿Cómo podría desencadenarse una guerra nuclear? ¿Cuáles son los planes estratégicos de una y otra superpotencia? ¿Qué papel jugaría cada una de las zonas europeas en un conflicto, y en concreto España como parte del flanco sur de la OTAN? ¿Hasta qué punto incrementa el riesgo de implicación en un conflicto el formar parte de un bloque? ¿Un incidente como el de Sarajevo podría hoy dar lugar a una guerra nuclear, o el peligro viene de fa combinación del desarrollo de unos arsenales cada vez más diversificados, con unas doctrinas militares cada vez más inclinadas a la intervención, a ganar a cualquier precio, aun al nuclear? Muchas de estas preguntas y otras similares, inquietan a los europeos, que ven que nuestro territorio es objeto de discusiones y pulsos entre las superpotencias en los que somos el convidado de piedra. Un repaso a la evolución de las doctrinas y los armamentos puede contribuir a responder a esas preguntas y darnos, de paso, una visión (conjetural, aunque alejada de la ficción política o el catastrofismo) de los posibles derroteros de la guerra y de sus primeros pasos.Las estrategias sobre cómo librar guerras se han visto afectadas por el advenimiento de la era nuclear. Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki significaron un golpe de gracia a las doctrinas clásicas de la guerra, ejemplificadas en la obra de Clausewitz. Para éste, la guerra era una forma de proseguir la política por otros medios; nadie, decía, empieza una guerra sin saber qué pretende conseguir y cómo quiere conducirla. El enorme potencial destructivo de las armas nucleares parecía comportar un cambio cualitativo: la devastación final impedía pensar en la victoria; el método del ensayo / error (forma habitual en que los militares aprenden a usar las nuevas armas y a conducir las guerras) resultaba inviable. Jacob Viner, profesor de Economía en Chicago, fue el primero en teorizar, en la década de los cuarenta, a propósito del cambio: "La bomba atómica sirve como disuasión de la guerra, es una fuerza creadora de paz". Aparecía en público la teoría de la disuasión. Se trataba de algo muy peculiar, de una antiestrategia, pues no hablaba de cómo ganar una guerra, sino de cómo no usar unas armas. La teoría de la disuasión, empero, ha demostrado ser muy cara, en costes materiales y en conocimiento humano, y poco real: en el fondo encubre una larga carrera hacia el uso de esas armas, lo que Theodore Draper ha llamado las "tentaciones nucleares". El perfeccionamiento de las armas. y la evolución de las estrategias han hecho pensar lo impensable, el considerar las armas nucleares como armas convencionales, como armas con las que se puede ganar una guerra.

Las armas y sus estrategias de uso son las que definen los escenarios de las posibles guerras. El análisis estratégico es un terreno casi metarisico. Ivan Selin, antiguo jefe de la división de fuerzas estratégicas en la oficina del vicesecretario de Defensa del Pentágono, lo expresó brutalmente en 1966: "Bienvenidos al mundo del análisis estratégico, donde programamos armas que no funcionan para afrontar amenazas que no existen".

Lo malo es que estos pensamientos trascienden los despachos y penetran en los presupuestos: se gastan miles de millones de dólares y rubios en construir armas y bases que se justifican como disuasión o defensa contra amenazas en giran parte imaginarias; el otro bloque considera esos avances amenazantes y responde con nuevas armas, bases y estra tegias, y así sucesivamente. Valga un ejemplo, recientemente aducido por E. P. Thompson, como botón de muestra: la importante y cara contribución británica a las fuerzas navales de la OTAN en el Atlántico Norte se justifica diciendo que contribuye a evitar que la flota, soviética se cuele entre Noruega e Islandia; durante la guerra de las Malvinas, dos tercios de esas fuerzas se desplaza ron hacia el Atlántico Sur, con lo que el paso quedó abierto durante tres meses y pese a todo no se produjo invasión alguna. Las estrategias nucleares siempre han servido para justificar nuevos programas de armas nucleares ante políticos y opinión pública. Suele presentarse una imagen de una maquinaria industrial-militar subordinada a una estrategia de defensa bienpensante y elaborada, y lo cierto es que las armas se producen como resultado de influencias burocráticas, técnicas, militares y econórnicas, así como por conveniencias políticas a corto plazo.

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Opciones estratégicas limitadas

Las estrategias, de la mano de las nuevas armas, han ido deslizándose de la disuasión a la capacidad de librar guerras. Y eso es válido tanto para las doctrinas de EE UU y la URS S como para las de la OTAN y el Pacto de Varsovia, siempre la remolque de las de los aliados. Durante los primeros 15 años de la posguerra, EE UU creyó que cualquier conflicto con la URSS podría ser breve, de naturaleza nuclear y que acabaría con victoria norteamericana. De ahí su política de represalia masiva, que contraponía una respuesta nuclear masiva a un ataque soviético, convencional o nuclear, a EE UU o sus aliados. La credibilidad empezó a descender cuando los soviéticos, tras el lanzamiento del Sputnik, fueron capaces de amenazar el suelo americano con sus misiles. estratégicos. En 1962 (Administración Kennedy), McNamara formuló la doctrina de no atacar ciudades. Se empezó así a diseñar una estrategia de contrafuerza, en que los blancos eran aeropuertos, silos nucleares, centros de mando e inteligencia, etcétera. Era un primer paso hacia la flexibilidad, que generá el Plan de Operaciones lntegrado Simple (SIOP), que identificaba los blancos enemigos: 10.000 en la URSS en 1965, 40.000 en la actualidad. La convicción de que la URSS contaba con una capacidad de segundo golpe, de inflingir serios daños aun después de un ataque inicial (como sucedía con Estados Unidos) trajo el concepto de Destrucción Mutua Asegurada (MAD), que reforzó la triada disuasoria nuclear: tierra, mar y aire. Pronto (principios de los años setenta) se dijo que: el presidente estaba atado de pies y manos: sólo podía escoger entre el suicidio (respuesta nuclear global) o la rendición (respuesta convencional), y que el MAD era irracional, puesto que no disuadiría a la URSS de ataques limitados, dada la poca credibilidad de una respuesta que supusiera el uso de todo el arsenal nuclear. La flexibilidad, la posibilidad de usar política y militarmente las armas nucleares, la preparación para guerras nucleares limitadas se impuso como nueva consigna. Se empezó a hablar de "opciones estratégicas limitadas". Esta orientación ha ido desarrollándose desde 1974, incluyendo la preparación para poder atacar primero.

Y la disuasión sigue siendo el pretexto: ésta sólo opera se dice ahora- si se cuenta con capacidad para librar guerras limitadas, si éstas pueden limitarse y si el otro lo cree firmemente. Di suadir se ha convertido en sinónimo de hacer creer al otro que estamos preparados para ganar y de estarlo realmente. Las armas nucleares se piensan ya como armas que pueden ser usadas.

Influencia en la OTAN

¿Cómo afecta esto a,la estrategia de la OTAN? Desde su fundación, las armas nucleares han desempeñado un papel crucial en su estrategia. Durante la década de los cincuenta el arsenal nuclear estacionado en Europa formaba parte de la estrategia de represalia masiva: un ataque convencional se frenaría con armas nucleares tácticas lanzadas contra los Ejércitos del Este o blancos de Europa oriental, mientras los bombarderos emplazados en el Reino Unido lanzarían armas nucleares en territorio soviético. El paraguas nuclear pareció gotear cuando la URSS estuvo en condiciones de alcanzar territorio norteamericano. ¿Se suicidaría EE UU para represaliar un ataque contra Europa occidental? Esa preocupación justificó la force de frappe francesa, reforzó el arsenal británico y llevó a EE UU a proponer una fuerza multilateral instalada en barcos de la OTAN que evidenciara los vínculos entre la metrópolis y sus aliados. La doctrina se desechó en 1965 por estéril (la argumentación es, dicho sea de paso, más que actual): el control multilateral significaría menor probabilidad de uso, menor credibilidad y, por consiguiente, el efecto contrario al deseado.

Al estar convencidos de la necesidad de las armas nucleares para defender Europa, los Gobiernos europeos de la OTAN se han visto obligados a aceptar estrategias que hagan creíble el uso ,de la fuerza nuclear estadounidense, y eso significa aceptar políticas que contemplan guerras nucleares limitadas. De ahí la adopción de la política de respuesta flexible en 1966, que sigue siendo la política oficial de la OTAN. Se combinan las nociones de disuasión y de capacidad de librar guerras nucleares. Sea cual sea el nivel de ataque, la OTAN ha de poder responder y estar en condiciones de conducir el conflicto a un nivel superior (escalada controlada). La respuesta flexible presupone estar dispuesto a atacar primero, con lo que aumenta la probabilidad de que un conflicto convencional se convierta en nuclear. Añádase a esto las recientes armas de primer golpe (Cruise, Pershing II, SS-20), que por su rapidez, precisión y capacidad de penetración son armas destinadas a intentar sorprender al enemigo con el objeto de destruir su capacidad de represalia o hacerla soportable. Ganar una guerra nuclear en suelo europeo es la nueva fantasía de los estrategas.

Amenazar intereses vitales

Pero no acaban ahí las cosas. Al creciente énfasis en lo operacional que muestran americanos y soviéticos, es decir, a su insistencia en dotarse de medios para intervenir en los conflictos, se unen otros factores preocupantes. Con respecto al caso norteamericano, hay que señalar el dominio de los conceptos ofensivos sobre los defensivos, el nuevo desarrollo del armamento convencional, las mejoras navales y aéreas, las nuevas doctrinas de ataque en profundidad (deep strike) y demás factores que señalan un importante giro estratégico para el resto de década y años venideros. El 2 de diciembre de 1982, tras la reunión de ministros de Defensa de la OTAN, se redactó un informe final que decía lo siguiente: "Los ministros han subrayado su interés común en la seguridad, estabilidad y soberanía de los países situados fuera del ámbito cubierto por la OTAN... Admitiendo que el objetivo de la OTAN es preservar la seguridad de la zona del Atlántico Norte, los ministros han entendido que desarrollos exteriores a esa zona podrían amenazar los intereses vitales de los países que forman la Alianza... Han aceptado también la necesidad de incrementar la coordinación de la planificación, señalando que los dirigentes de la Alianza están preparando un informe de las implicaciones para la OTAN del plan norteamericano para las fuerzas de despliegue rápido". Este documento, posterior a la integración española en la OTAN, permite aislar cuatro elementos de la política de la OTAN (y, obviamente, de la norteamericana): a) la extensión del área operativa de la Alianza; b) la primacía de los "intereses vitales"; c) el énfasis en la capacidad ofensiva; d) los vínculos con las fuerzas de despliegue rápido norteamericanas, de gran importancia para el área mediterránea y con graves iinplicaciones para España.

Los dos primeros elementos no son en absoluto nuevos. La estrategia norteamericana -tendente a la globalización de medios y escenarios (más control directo con más armas en más sitios), al control del Tercer Mundo, a una estrategia marítima más agresiva (maniobras en todas las aguas) y a plantear un desafío global a la URSS- intenta involucrar a sus aliados en una política explícita de intervención. La posibilidad de intervenir bajo amenaza de los "intereses vitales" permitiría inmiscuirse en países con políticas económicas o exteriores molestas.

El tercer elemento, las nuevas doctrinas ofensivas y el énfasis en lo convencional que posibilitan las tecnologías emergentes, va a acaparar muy pronto la atención europea, junto al debate de la propuesta franco-alemana de convertir a Europa en la tercera superpotencia. El movimiento pacifista ha expresado su preocupación en la reciente convención del END en Perugia. El dueño de la Fiat, Giovanni Agnelli, ya ha dicho que Europa necesita esas tecnologías, aunque no tan sofisticadas (lo que daría más cancha a la industria armamentista europea). Todo parece indicar que se trata de una nueva burla a la población: se explota el justo miedo al conflicto nuclear, se habla de desarrollar la defensa convencional ofensiva mediante la rapidez y precisión de las nuevas armas, y de paso se dice que eso (el precio del miedo) sólo costaría un incremento real del 4% anual de los presupuestos (Bernard Rogers, comandante supremo del mando conjunto de la OTAN). Las cosas empiezan en 1976, cuando EE UU adopta la doctrina de la defensa activa: hay que agotar y aislar las fuerzas de ataque del enemigo antes de que pasen a la acción. Algunos países de la OTAN la hacen suya, pero pronto se critica, arguyendo que, aun destruyendo las fuerzas de primera línea del Pacto de Varsovia, la OTAN sería incapaz de defenderse de las oleadas sucesivas. El segundo escalón del Este tendría aún libertad de acción y posibilidad de elegir tiempo y lugar para atacar puntos fuertes de la Alianza. El defecto fundamental, se dijo, es la falta de integración suficiente de las armas y estrategias nucleares y convencionales. En agosto de 1982 entra en escena la doctrina de la Air-Land Battle (US Army Operations Field Manual, FM-100-5). Se presenta como algo meramente operacional, es decir, como una forma de leer e interpretar la estrategia oficial de respuesta flexible.

Se considera que en los conflictos futuros será fundamental ampliar el campo de batalla rápida y profundamente. Un ataque coordinado con misiles y aviación debería golpear las unidades del Pacto de Varsovia unos 150 kilómetros más allá de la frontera del primer escalón u oleada, para interrumpir, desviar y/o destruir el segundo escalón. La doctrina contempla el uso coordinado de armas químicas, nucleares y convencionales para destruir refuerzos y abrir ventanas para la acción ofensiva. Al propio tiempo deberían atacarse las fuerzas aéreas enemigas y sus principales vías de comunicación.

Pese a cierto escepticismo inicial, a comienzos de 1983, el mando de la OTAN adoptó los principios básicos de la doctrina de la batalla aeroterrestre, aunque un ataque en profundidad sólo debía usar armas convencionales dirigidas contra blancos fijos a más de 550 kilómetros en la retaguardia La defensa pasa a realizarse en territorio enemigo, y de ahí su carácter agresivo. Por caminos; diferentes llega a idénticos resultados que la evolución del arma nuclear: hay que sorprender al enemigo, adelantarse, atacar antes de que nos ataque; d nuevo, el primer golpe.

España y el intervencionismo

Por si fuera poco, un repaso de la situación militar europea en 1983 señala que se avanza realmente en esa dirección. Se habla de reducir las armas nucleares tácticas y de modernizarlas (Rogers llegó a decir que prefería un buen arsenal de armas químicas que más obuses de neutrones). Se producen importantes programas de mejora de la defensa aérea (compras de misiles Rapier por parte de Estados Unidos y Turquía) y en los sistemas de alerta temprana (radares aerotransportados); se espera contar con tres escuadrones de seis AWACS para 1985; se investiga intensivamente en los sistemas de guerra electrónica, que resultaron decisivos en Líbano y, en las Malvinas. Conforme a la doctrina, se da gran importancia a la aviación: Holanda, Noruega, Bélgica y Estados Unidos compran en 1983 F-16; Italia, el Reino Unido, Dinamarca y la RFA adquieren los polivalentes Tornado. También se están produciendo cambios en la doctrina naval equiparables a la Air-Land Battle, como evidencia el aumento de submarinos nucleares de ataque (pese: a la reducción general de navíos a partir de 1969) o la instalación en el Conderoga del sistema Aegis de defensa aérea, especial para zonas con mucha aviación enemiga y misiles de crucero antibarcos.

El cuarto elemento es el que más implicaciones tiene para España. Me refiero a las fuerzas de despliegue rápido norteamericanas, creadas por Carter en 1977 para garantizar la capacidad de intervención en las diversas emergencias que pudieran producirse en el Mediterráneo, Oriente Medio, Pacífico y golfo Pérsico. Originariamente se concebían como una unidad flexible capaz de operar con independencia de las bases de aliados o amigos, con una capacidad de penetración y rapidez excepcionales. En la actualidad las fuerzas han aumentado su número de hombres (230.000) y su dotación de armas (vehículos acorazados lanzables en paracaídas, cazas tácticos, barcos ... ), de las que ni siquiera podría descartarse las armas nucleares tácticas (habida cuenta de que han de resolver rápidamente crisis y conflictos y evitar que se extiendan). Gozaron en 1983 de un presupuesto de 30.000 millones de dólares. Un presupuesto así sólo puede justificarse por el papel que las nuevas doctrinas les atribuyen por su relación con la infraestructura de bases y sistema de comunicación de euromisiles, y con los misiles emplazados en el mar y demás sistemas de armamentos: pueden servir para controlar las materias primas del Tercer Mundo y para asegurar la viabilidad de la escalada controlada de la respuesta flexible. En definitiva, unas fuerzas de intervención en el Tercer Mundo apoyadas por las armas nucleares usadas como instrumento de chantaje.

Las FDR están estacionadas en Hawai y Okinawa, y, por ejemplo, para llegar a la isla de Diego García (su trampolín) sólo cuentan con dos caminos: el sureste de Asia (a través de Filipinas) y el Mediterráneo. Dada la imperiosa necesidad de rapidez, si el volumen de fuerzas a desplegar fuera alto, probablemente no quedaría otro remedio que usar ambas vías. Y ahí entra, en juego España. Además de las bases, de Turquía, Egipto, Grecia, Italia y Marruecos (todas preparadas para su use eventual por las FDR), las bases de Torrejón, Morón y Zaragoza son cruciales para que reposten los G5 y G-141 destinados al traslado de las FDR.

Es obvio que estos nuevos elementos de la estrategia de la OTAN incrementan el riesgo de guerra, al favorecer la política de primer golpe y diluir en gran medida la frontera entre armas nucleares y convencionales. La mejora en la precisión, los avances en la guerra antisubmarina, la investigación sobre defensas eficaces contra misiles balísticos emplazadas en el espacio, los sistemas de emplazamiento avanzado, etcétera, son tecnologías desestabilizadoras que incrementan la posibilidad de desencadenar una guerra por error y contribuyen a adoptar políticas de ataque preventivo. Peligro, además, que aumenta, porque (aunque eso no era tema de este artículo) también las doctrinas y la tecnología bélica soviéticas parecen evolucionar en idéntico sentido.

Queda, sin embargo, una última pregunta: ¿hasta qué punto afectan estos cambios a España, dada su posición geoestratégica? Por un lado, la política de defensa del Gobierno parece casar con los tiempos: incremento de los presupuetos de defensa, mejora de las armas convencionales, negativa a adoptar una postura neutralista, mayor vinculación militar con Estados Unidos. En suma, aceptación del papel que la Alianza Atlántica concede a España: base de apoyo logístico y plataforma de desembarco de refuerzos, retaguardia a nivel marítimo y aéreo (las zonas vitales serían el área del Estrecho, la pirenaica, la zona noroeste -llegada de refuerzos-, los espacios insulares). Los objetivos estratégicos de nuestra actual política de defensa parecen implicarnos más en la protección del flanco sur de la OTAN, de acuerdo con los confesados planes de ampliar el área de influencia de la OTAN fuera de su ámbito inicial y de facilitar la intervención (a través de las FDR), en Oriente Medio y el norte de Africa. Sólo así puede entenderse el énfasis puesto en el reforzamiento de la posición de las Canarias, como contribución al geobloqueo del norte de África occidental, un escenario de guerra ajeno al estrictamente español. De esta forma, España se une, aunque todavía lentamente, a lo que los pacifistas norteamericanos han denominado la conexión mortal: unas estrategias de intervención, unos sistemas armamentistas polivalentes, unas doctrinas cada vez más operacionales que nos acercan más y más al desastre. Las nuevas estrategias no ofrecen a Europa otro paraguas. Sigue siendo el mismo, aunque más apolillado que antes.

Rafael Grasa es redactor de la revista Mientras Tanto y de la publicación pacifista En Peu de Pau.

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