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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No todo en Mantua es orégano

La enternecedora historia del desdichado bufón de Mantua y de su cándida hija ha sido la elegida para la apertura de la 33º edición del Festival de ópera bilbaíno, que ha tenido lugar con la solemnidad acostumbrada en estos casos y, como también viene siendo un hábito, con el aforo del Coliseo al completo hasta la noche de clausura, que será la del próximo día 13.Ante este popularísimo melodrama, los riesgos son el primer punto inevitable a considerar (en la memoria de todos está lo sucedido en la última representación madrileña).

Voces y orquesta

Rigoletto, de Verdi

Libro de F. M Piave, basado en una obra Víctor Hugo. Intérpretes: Adriana Anelli (soprano), Danno Raffandi (tenor), Leo Nucci (barítono), Benedetta Becchioli (mezzosoprano), Alfonso Echeverría (bajo). Regidor de escena: Diego Monjo.Coro de la ABAO (Director: J. J. Larrinaga). Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Urbano Ruiz Laorden. Teatro Coliseo Albia Bilbao, 1 de septiembre de 1984

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'Come si dorme con questa musica!'

Por eso hay que comenzar diciendo que Urbano Ruiz Laorden, esa suerte de abnegado kapellmeister de la modesta vida musical de la villa del Nervión, que hizo su debú en el foso hace tres años con esta misma obra, pudo sortear con discreta suficiencia los escollos más temibles de la partitura, logrando mantener una tónica funcional, alejada del perfeccionismo pero también de ese clima catastrófico que más de una y de dos veces se ha cebado sobre el festival.Dentro de un reparto de un buen nivel general, Leo Nucci compuso un Rigoletto espléndido de recursos y de dominio expresivo, al igual que lo hicieron en su papel la soprano Adrianna Anelli y la mezzo Benedetta Becehioli, voces las dos de gran belleza y autenticidad; soberbia la primera, incluso en los pasajes de coloratura. Alfonso Echevetría debutó con dignidad en el papel de Sparafucile. Pero como no todo en Mantua era orégano, las irregularidades vocales -como las morales- vinieron de la mano del Duque, que encarnaba Danno Raffandi.

Raffandi hizo su aparición con problemas en los agudos que no permitían presagiar nada bueno, y, efectivamente, en el tercer acto, tras una Donna è mobile no más que aceptable, falló una y otra vez en su dúo con Maddalena.

La Sinfónica de Bilbao sonó, en conjunto, con seguridad y con toda la redondez que puede dar de sí en las estrechuras inhumanas de un foso como el del Coliseo. En particular hubo solos de oboe, clarinete y violonchelo dignos de ser destacados.

Los manes de la escena (hay quien les concede una importancia superlativa, lo que no resulta desmesurado conociendo las condiciones en que se desarrollan los festivales) no han querido, en suma, estar del todo ausentes en esta primera función.

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