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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Interrogantes en Israel

EXISTE CIERTO peligro de magnificar las elecciones que van a celebrarse el 23 de julio en Israel: como creer, por ejemplo, que un triunfo laborista sería dar la vuelta a la tortilla y en vez de militarismo y agresión, poco menos que reinarían la paz y la cooperación con los países vecinos. Nada, ni la historia ni la realidad política, permite una interpretación tan abusiva. Muchos observadores han anotado la relativa moderación, incluso ambigüedad, que caracteriza la campaña electoral; ello responde a una lógica: la voluntad de los laboristas, al menos de los dirigentes principales, de no acentuar las diferencias con el actual equipo gobernante. Sin embargo, el balance de los siete años en los que ha ocupado el poder el Likud, coalición de partidos nacionalistas de derecha, encabezada ayer por Beguin y hoy por Shamir, es absolutamente desastroso. En el terreno económico, la inflación alcanza ya el 400% anual; el descenso del nivel de vida es acusado, y afecta a capas muy numerosas; el descontento social se expresa en un aumento del número de huelgas. En el plano de la seguridad, el ataque a Líbano, con el pretexto de garantizar la frontera del norte, se ha saldado con fuerte pérdida de vidas y una no menos seria erosión del prestigio político de los dirigentes israelíes. La operación ha sido un relativo fracaso militar y un completo fiasco económico y político; mantener hoy la ocupación militar en el Líbano meridional es una operación costosísima y sin ningún horizonte estratégico que la justifique. Es de suponer, por ello, que los laboristas podrían, con este tipo de argumentos, acorralar a la coalición gobernante contra las cuerdas; pero no es ése el tono de la campaña.Israel vive en condiciones muy especiales, que es necesario comprender para no hacer comparaciones superficiales con otras situaciones. Es una democracia, pero a la vez, en la mentalidad de sectores muy numerosos predomina la creencia, elevada a la categoría de mito existencial, de que el país es una fortaleza asediada. Y de ahí se derivan comportamientos muy particulares. El Likud, ante su fracaso evidente en diversos terrenos, estimula las actitudes militaristas y nacionalistas, que encuentran en las capas menos favorecidas de la población terreno abonado para tantas otras frustraciones. El partido laborista se esfuerza por ganar el voto de los electores del Likud en anteriores consultas. Habla de disminuir el gasto público, pero expresa de forma vaga su compromiso de interrumpir la implantación de colonias israelíes en CisJordania. Se pronuncia por la retirada de Líbano, pero sin renunciar a no determinadas, pero probablemente inalcanzables, garantías en la frontera norte. Es decir, una posición no muy diferente a la del Gobierno Shamir. El principal argumento electoral del Likud, es el de que con los laboristas las fronteras estarían menos seguras.

Sin embargo, una serie de cambios que se han producido en la región pueden permitir alentar algún tipo de alternativa, de forma gradual hasta que fraguara en realidad. Se trataría de normalizar, de concebir sobre nuevas bases, las relaciones con los países árabes vecinos, y de aceptar, por las vías o intermediarios convenientes, una negociación con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Parece claro que en la perspectiva actual ello equivaldría al reconocimiento de un Estado palestino en CisJordania y Gaza. Pero la corriente internacional que se coloca en una actitud favorable a una solución de ese género es cada vez más fuerte. Y el señor Pérez de Cuéllar, secretario general de la ONU, con el apoyo de numerosos Gobiernos, incluido el de España, trabaja para preparar una conferencia internacional que pueda considerar y preparar una solución del problema del Próximo Oriente sobre las bases indicadas. Sin embargo, en la campaña electoral israelí solamente partidos muy minoritarios aceptan una alternativa de negociación con la OLP. No es lo que propugna el frente laborista.

Deducir de la prudencia o timidez de los laboristas a la hora de enfrentarse con el Gobierno Shamir que su victoria no cambiaría nada sería una conclusión exagerada. Un triunfo laborista, que los sondeos consideran probable, desplazaría de posiciones de poder a los sectores más rabiosamente militaristas, como el antiguo ministro de defensa, Sharon. Estimularía las gestiones que Egipto, y en otro plano Jordania, han emprendido para buscar, por un lado, caminos de negociación sobre el terreno, y por otro, garantías internacionales que puedan situar la seguridad de Israel frente a sus vecinos sobre nuevas bases, no exclusivamente militares. La experiencia concreta de las relaciones entre Egipto e Israel ofrece en ese orden un antecedente de sumo interés. El marco internacional sería hoy otro, pero la necesidad de abrir nuevos caminos es apremiante. La victoria del Likud mantendría mucho más cerrada una perspectiva de ese tipo. Ello explica que, por encima de las simpatías ideológicas, haya cierta preferencia en los círculos políticos europeos por una victoria laborista.

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