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La religión y los misiles desperezan al pueblo checoslovaco

Hay un muro en el corazón de Praga, no lejos del río VIatva, en el que en un tiempo espíritus audaces inscribieron sus grafitos contra la invasión soviética que aplastó la primavera esperanzada que vivía Checoslovaquia en 1968. En fecha más reciente otra víctima recibe su homenaje en los mismos muros. Su nombre es blanqueado de oficio por las autoridades reprobatorias, pero cada vez reaparece nuevamente pintado en un gesto de desafío. El nombre es el de John Lennon.No puede asegurarse que la mención de la estrella del rock asesinada sea una metáfora por el silente recuerdo de la primavera de Praga, en la que brevemente floreció la esperanza de un "comunismo con rostro humano". Pero esta primavera el nombre del cantante muerto parece un emblema apropiado para el repliegue general hacia la desesperanza de un pueblo enfrentado a lo que diplomáticos en el sitio califican de uno de los regímenes más serviles y menos imaginativos de la Europa del Este.

Praga, la ciudad gótica y barroca respetada por las guerras europeas del siglo, es tan bella que en los días soleados parece elevarse triunfante por encima de cualquier avatar político. En medio de un paisaje de cuento de hadas, bajo un cielo de espiras rematadas de oro y callejas de serpenteante empedrado, uno de los pueblos mejor vestidos y alimentados del mundo comunista se dedica a sus ritos cotidianos.

Los establecimientos de alimentación y los almacenes en general se hallan bien provistos de productos del resto de la Europa oriental. Un cargamento de plátanos procedente de Nicaragua desapareció recientemente como por ensalmo de las alacenas del comercio oficial para ser despachado al detalle en un mercado pasablemente clandestino. Las oficinas de viaje anuncian veraneos dorados en la costa yugoslava, aunque haga falta solicitar un pasaporte especial para disfrutarlo porque un creciente número de ciudadanos han elegido en los últimos tiempos la vía del Adriático para pasar a Occidente.

Desde su asunción del poder en 1969, con la normalización impuesta por los tanques soviéticos, los líderes checoslovacos parecen haber llegado a una especie de transacción con sus 15 millones de compatriotas. La mayoría silenciosa vive bien, quizá mejor que en ningún otro país de la zona, sometida a una de las éticas laborales menos exigentes de la Europa del Este; un reducido grupo de disidentes es sistemáticamente hostigado, espiado, interrogado y, cuando cualquier otro recurso falla, encarcelado.

Los diplomáticos occidentales destacados en Praga disfrutan de buena ópera, ocasionalmente de un teatro imaginativo, pero se sienten anonadados por esta paz catatónica. Nada ocurre en Checoslovaquia y todo parece indicar que la vida política consiste en una situación de tablas eternas entre los pragmáticos agrupados en torno al primer ministro Lubomir Strougal y los duros amparados por Gustav Husak, el presidente del país y líder del partido comunista, que cuenta 71 años.

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Misiles soviéticos

El pasado otoño, sin embargo, algo se agitaba en el ambiente. La televisión checa, siguiendo la línea soviética, había predicho el apocalipsis si los misiles norteamericanos se instalaban en la Europa del Oeste. A continuación, sin un solo parpadeo, el 24 de octubre se producía el anuncio de que se estaban instalando complejos de misiles tácticos operacionales soviéticos en Checoslovaquia y Alemania Oriental. Los checoslovacos sí que reaccionaron entonces. Se hicieron circular cartas de protesta en las ciudades de Brno y Praga y el diario oficial del partido, Rude Pravo, informó de que había recibido "rimeros de cartas" de lectores que expresaban su preocupación por que la instalación de los misiles hiciera llover la guerra sobre sus cabezas. El episcopado católico de Eslovaquia -la parte oriental del país- dio a conocer una epístola en la que condenaba la fabricación, despliegue o utilización de armas nucleares como "un crimen contra la humanidad".

"Por supuesto que hubo sorpresa", afirma VIadimir Gorloch, uno de los responsables de Rude Pravo, en una charla celebrada en su oficina, adornada con un busto en mármol de Carlos Marx. "Habría sido sorprendente que no se produjera ninguna reacción. Las cartas procedían de personas que no tenían ni idea de lo que era una guerra moderna".

El Gobierno tiene también que hacer frente a otra fuente de problemas, encarnada en un prelado católico de 84 años, que vive en un palacio adyacente al de Husak. "Los jóvenes están renaciendo a la religión", afirma el cardenal Frantisek Tomasek en una de las pocas entrevistas que haya concedido."Tenemos una gran esperanza en el futuro".

Conocido de antiguo por su celo en la represión de la Iglesia católica, el régimen de Husak ha adoptado recientemente una línea más sutil que le ha llevado a establecer contactos con el Vaticano en la pretensión de impedir, así, que el papa Juan Pablo II agite demasiado las aguas en Checoslovaquia. Hace dos años una prohibición papal de que los sacerdotes desempeñaran actividades políticas causó la mayor confusión en una organización progubernamental de eclesiásticos, Pacem in Terris. Muchos sacerdotes han dejado desde entonces su militancia en la misma. En diciembre el ministro de Asuntos Exteriores, Bohuslav Chnoupek, se entrevistó con el Pontífice en Roma, y el mes pasado el arzobispo Luigi Poggi, tantas veces destacado por el Papa para tratar cuestiones de Europa oriental, hizo una visita a Checoslovaquia.

Según fuentes checoslovacas, el Vaticano quiere encontrar titulares para 10 de las 13 diócesis que no tienen obispo, pero el Gobierno insiste en que los elegidos sean candidatos políticamente aceptables, así como pide también que se destituya a un puñado de prelados que trabaja clandestinamente en la siempre activa Iglesia checa de las catacumbas.

Otra sucesión, la de Yuri Andropov por Konstantín Chernenko al frente de la URSS, ha provocado un suspiro de alivio en la dirección checoslovaca. Según fuentes diplomáticas en Praga, las reformas de Andropov estaban poniendo nervioso a un régimen que ha proscrito la palabra reforma. Los movimientos iníciales del período Chernenko parecen mucho menos perturbadores.

Después de dos años de estancamiento, la economía checoslovaca ha vuelto a crecer y, así, la renta nacional aumentó el año pasado en un 2,2%. Pero ese crecimiento se apoya en el paulatino envejecimiento de una base industrial sólida pero anticuada, que en su tiempo fue el corazón económico del imperio austrohúngaro.

"Sabemos que a algunos les gustaría que la situación checoslovaca fuera como la de Polonia", afirma el portavoz del Gobierno Frantisek Kouril, no sin dejar de pestañear ante la imagen de caos que la sola palabra Polonia evoca.

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