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La soberbia de la violencia

Argentina está tratando de comprender la magnitud alcanzada por el terrorismo de Estado que asoló al país durante siete años. Los diarios descubrimientos de cárceles y cementerios clandestinos permiten deducir que los crímenes no sólo respondieron a una ideología criminal de la seguridad nacional elaborada en los cuarteles militares. Es obvio que fueron el resultado de un sistema organizado en sus más mínimos detalles. Y si hubo sistema e ideología, los culpables deben ser infinitamente más numerosos que el par de decenas de individuos acusados hasta el momento; conocidos o anónimos, se esconden entre los vericuetos de los reglamentos y las tesis de la obediencia debida.Sin duda, todo este andamiaje militar se verá confrontado a la realidad, a una de las tantas facetas de la trágica realidad de estos últimos años: ¿torturar a una mujer y sus hijos hasta aniquilarlos y arrojar sus cadáveres al mar responde a la teoría militar que preconiza el aniquilamiento del enemigo?

¿La obediencia debida rige en el marco de una guerra sucia que lleva al borde de la desintegración nacional a la propia patria?

Resulta patético ver a los conservadores argentinos proclamar que la difusión reiterada de los horrores implica un exceso. Una falta de respeto a las jerarquías, diría en una carta pública el general Ibérico Saint Jean, otrora orgulloso difusor de la ideología represiva e implacable enjuiciador de la más moderada disidencia, aspirante eterno a un sillón presidencial que le fuera concedido sin elecciones.

Resulta triste asimismo que las manifestaciones del dolor colectivo puedan parecer un exceso, incluso al gran Jorge Luis Borges. Finalmente, resulta peligroso para la salud espiritual de -los argentinos que los diarios se hayan encolumnado nuevamente en su eterno ejercicio de la autocensura, minimizando los acontecimientos que a diario se suceden en torno a la comprobación de las espantosas violaciones contra la criatura humana cometidas por los militares argentinos.

Dolor 'excesivo'

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Es probable, o casi seguro, que una vez más la realidad circule más nítidamente de boca en boca. Pero aun así, el carácter ético del debate sobre la magnitud que debe alcanzar la difusión de los hechos y la individualización de los militares culpables no podrá ser disimulado. Y la ética no estará del lado de quienes aspiran a limitar los alcances horripilantes de la guerra sucia.

El, debate seguirá, y seguramente entroncará hacia el mes de marzo con otro que, esta vez, tratará de comprender la locura que creó un sistema de violencia a partir de una ideología casi superrealista, el terrorismo de la izquierda peronista.

Es posible que hacia finales de marzo aparezca publicado en Buenos Aires el libro La soberbia de la violencia, del periodista argentino Pablo Giussani, exiliado en Roma desde casi los comienzos de la dictadura militar.

Difícilmente puede haber alguien con más antecedentes en la izquierda argentina en orden a garantizar credibilidad y objetividad. Con este bagaje y una larga trayectoria en el periodismo argentino, Giussani desmonta todos los engranajes de quienes se titularon soldados de Perón y avanzada del socialismo, los montoneros, y descubre que en realidad sus actitudes e ideología respondían a los métodos, simbolismo y sofismas del fascismo italiano.

El papel jugado por los montoneros en la vida argentina ya fue enjuiciado por numerosos escritores, incluso desde el origen de esta organización, a principios de la década de los setenta, cuando surgió desde los abismos del nacionalismo católico de derecha. La importancia del libro de Giussani radica más en los testimonios que presenta como testigo de primera fila, por un lado, y en segundo lugar, en el hecho de indicar claramente que el movimiento montonero era una típica organización fascista, tanto por sus métodos y por su ideología como por el culto a la muerte de que hacía gala.

El papel de los montoneros

Varias veces quedó planteado, en términos políticos, un debate en tomo al papel de los montoneros como agente provocador de la guerra sucia. Los hechos verificables en cuanto al accionar montonero indican con claridad que, efectivamente, jugaron ese papel, y que no les disgustaba hacerlo. La soberbia de la violencia abunda en material original, inédito hasta ahora, sobre este aspecto del terrorismo de la izquierda peronista, sobre esta tesis de que la represión servía a la causa de la revolución popular. Pero donde Giussani logra descubrir una nueva dimensión del tema, sospecliada algunas veces pero nunca explicitada, es en su descripción del paralelismo entre los. montoneros de Perón y los fascios de Mussolini. Giussani transcribe una definición de Umberto Eco en la cual el escritor italiano sostiene que el culto a la muerte es una exclusividad del fascismo y lo define por sí solo. Dice Eco: "Hay una componente a partir de la cual el fascismo es reconocible en estado puro. Donde quiera que se manifieste, sabemos con absoluta seguridad que de esa premisa no podrá surgir otra cosa que el fascismo: se trata del culto a la muerte".

Toda la trayectoria de los montoneros indica que la muerte, propia o ajena, era considerada un impulsor o detonante de la historia más calificado que la acción política en condiciones dadas, o la modificación de esas condiciones por una política revolucionaria. Giussani acumula datos sobre coyunturas en las cuales el camino político se manifestaba óptimo y eficaz, pero era suplantado por una acción violenta en la cual el terrorismo quería ser disimulado mediante una terminología militar.

Dice al respecto Giussani: "A los montoneros les tocó vivir una realmente dramática contradicción entre la mayor oportunidad jamás concedida a un grupo de izquierda en Argentina para la construcción de un gran movimiento político y la cotidiana urgencia infantil por inmolar esa posibilidad al deleite de ofrecer un testimonio tremebundo de sí mismos. Esta acción autotestimonial, arquetípicamente presente en cada gesto montonero, es siempre inhibitoria de la acción política".

El debate que hoy tiene lugar en Argentina, tendente a minimizar el crimen de los militares y salvar a algunos centenares de culpables, es una continuidad de la Argentina que permaneció silenciosa y cómplice durante los años criminales. Pero el segundo debate, que posiblemente alcanzará un mejor nivel y mayor dignidad, será consecuencia de la Argentina que votó en las elecciones de octubre contra la represión de los iluminados militares y la violencia de los iluminados del fascismo de izquierda. El libro de Giussani será el detonante del más importante debate político que habrá en Argentina en los últimos 20 años. Seguramente, como consecuencia, la izquierda podrá encontrar un lugar político y una posibilidad de organizarse, y el terrorismo se desintegrará gracias a un enjuiciamiento político, así como la teoría de la seguridad nacional se desintegra en los estrados de la justicia, a los cuales fue llevada por el presidente Raúl Alfonsín.

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