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Reencuentro con el talento desbordante de Joaquim Sunyer

Tras haberse exhibido con éxito en Barcelona, se ha inaugurado en la sala de exposiciones que tiene la Caja de Pensiones en Madrid (paseo de la Castellana, 51) una gran muestra antológica del pintor Joaquim Sunyer (1874-1956), figura central del noucentisme y uno de los mejores artistas contemporáneos de Cataluña. Se han seleccionado más de un centenar de obras, entre óleos, acuarelas, dibujos y grabados, además de acompañarse el excelente montaje de las mismas con documentos gráficos, un amplio catálogo y un audiovisual didáctico. Con cuadros representativos de las principales épocas de Sunyer y una presentación cuidada con esmero, hay una nueva posibilidad de volver a apreciar la calidad constante de este refinado pintor.El aprecio crítico por Sunyer aumenta con el tiempo, y éste es el mejor indicio de su valía. Hubo una época en que pareció enterrado en la estereotipación exclusiva de noucentista, pero hoy se reconoce que su talento artístico desborda cualquier fórmula o grupo. Es cierto que Sunyer, que vivió la espléndida Barcelona fin de siglo, formó parte destacada en esa reacción clásica y mediterránea que, a comienzos de la presente centuria, inspiró estéticamente Eugenio d'Ors y que juntó a artistas como Joaquín Torres García, Francesc Galí, Josep Obiols

F. Labarta, Xavier Nogués, Francesc Vayreda, J. Aragay, etcétera, mas hay algo en él, en efecto, que no encaja en un fácil esquematismo. En este sentido, me parece muy oportuna la precisión que hace Albert Ràfols Casamada respecto a la interpretación misma del noucentisme, al que no puede etiquetársele- como una barrera frente a la vanguardia, al menos cuando se trata de figuras como Torres García y el propio Sunyer.

Conclusión del visitante

Ésta es la conclusión que sacará el visitante de la presente exposición, que puede seguir la evolución de Sunyer, desde los primeros paisajes luministas, hechos al modo impresionista del grupo de Colla del Safrà, hasta los desnudos de su etapa postrera. Instalado en París desde 1896, Sunyer vive intensamente la revolución que se cuece artísticamente en la primera década del novecientos en la 'Capital francesa y, en medio de aquellas batallas fundamentales de los nabis' Jauves y cubistas, elige ya su camino, influido básicamente por Gauguin y Cézanne y centrado en una concepción intemporal y ensimismada de la pintura. En cierta

manera, es un clásico-moderno, un poco al :modo de Matisse, al que a veces recuerda, sobre todo por el sentido mágico del ritmo.

Un rápido recorrido por las piezas seleccionadas para la muestra madrileña nos lleva a diferentes sorpresas, empezando por la bonnardiana Toilette, de 1905, y por la serie extraordinaria de cuadros fechados entre 1909 y 1911, como La mujer de las naranjas, los retratos de Rosa, Madre e hijo, La oropéndola y Tototte, o los celebérrimos paisajes Ermita de San Sebastián, Mediterránea, Pastoral y La barca azul. A continuación, ya en plena soberbia madurez, nos encontramos con los paisajes cezanneanos, de construcción sabia y nervio rítmico, y los retratos ingenuistas, pero nunca blandos.

En los años veinte acusa la gravedad solemne y la rotundidad figurativa del clasicismo italiano de mejor estirpe, logrando algunas madonnas inolvidables, como la Maternidad, con fondos rojos, de 1921, o esa otra, de 1927-1928 de la colección del Centro Pompidou, que recrea una de las figuras de La distribución de los bienes de la capilla Brancacci, de Masaccio. Retratos, paisajes, desnudos o escenas intimistas de interiores, la calidad pictórica de Sunyer no decae nunca, así como tampoco pierde jamás la frescura, el toque de gracia, las búsquedas... Emociona verlo así en la última tela que dejó al morir, inacabada, La ventana abierta, de 1956, así como en esos tres desnudos que ocupan una pared de fondo en la exposición, fechados en los años cincuenta, que recrean con rara belleza el tema de la Venus del espejo, el reflejo y la espalda. Este reencuentro con Sunyer nos ha dejado literalmente encantados.

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