Simone
Cuando Simone Signoret publicó en Francia su autobiografía, La nostalgia ya no es lo que era, tenía 55 años. Ahora el libro se ha editado en España, y Simone alcanza los 62. Parecen pocos para acuñar a una mujer de su calibre.De los Prévert y el Café de Flore al París posterior al 68 hay tanta distancia como de Casque d'or a Madame Rosa. Y, no obstante, leyendo este volumen, que es también parte de la historia de Occidente, te resulta difícil no ir viendo en cada frase, en cada explicación -que no justificación- a la misma persona, haciéndose y creciendo a través del vivir. Cierto, los magníficos ojos ya no relumbran como antaño, el cuerpo ya no es bello y las arrugas se dan la mano, estrechando cada vez más el cerco. Simone ya no es la mujer que enloquecía a Serge Reggiani y acababa conduciéndole al patíbulo. Ahora puede convertirse en coja alcohólica, mujer de servicio, campesina, paralítica omnipotente, anciana colmada por la ira o vaciada por la falta de amor.
Y el cambio se produjo sin fracturas. Quizá se estaba gestando desde siempre, pero seguramente empezó el día en que, a los cuarenta y tantos, Simone Signoret decidió aceptar la inevitable -pero tan aplazable para las actrices- decrepitud. El día que dijo no a la cirugía estética, los postizos y las torturas físicas inherentes al deseo de prolongar la juventud.
Tenía una buena razón para ello: "Es más fácil", escribe, "seguir funcionando al ritmo de nuestros contemporáneos, madurar y envejecer con ellos". Es más fácil, sí, aunque poca gente lo sabe, permanecer en el propio territorio, ocupando ese hueco generacional cuyos contornos te acarician el alma haciéndote compañía. Y es una presunción inútil creer que la juventud, por sí misma, es un valor positivo. Esa lozanía falsa, sea fruto de plancharse el rostro o de apuntarse siempre a la última, sólo conduce a la monstruosidad: a la soledad de no pertenecer a nada, de no compartir la aventura de quienes han ido a nuestro paso a lo largo de todo nuestro tiempo.
Dice Simone que, cuando se envejece, no se interpreta mejor: se es. Eso vale también para la vida. Uno ha aprendido lo poco que resisten las convicciones de quita y pon. Y uno es.