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Tribuna:La cultura marxista / y 2
Tribuna
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La filosofía

Expone el autor en este artículo la tesis de que la filosofía materialista del marxismo en su vertiente realista es válida, pero que la dialéctica es una idea falsa, aunque reconoce que la dialéctica refleja una verdad: el carácter cambiante de las cosas y su devenir incesante.

¿En qué consiste la filosofía que fundaran Marx y Engels hace más de un siglo, y qué queda de ella hoy? La filosofía marxista básica, como cualquier otra filosofía que se precie, trata del mundo y de la manera de conocerlo. La primera parte suele denominarse ontología (o metafísica) y la segunda gnoseología (o teoría del conocimiento). Los marxistas suelen abarcar estas dos ramas bajo el nombre de materialismo dialéctico.La ontología materialista dialéctica es una síntesis de materialismo y de dialéctica. Es una de las ontologías más originales y, a la vez, más toscas y oscuras de la historia. La gnoseología marxista es una variante del realismo unida a tesis empiristas y pragmatistas. Expliquémonos brevemente.

El materialismo sostiene que la realidad está compuesta exclusivamente por cosas concretas o materiales, sean éstas ponderables, como los átomos, o imponderables, como la luz. El realismo, en cambio, sostiene que el ser humano puede conocer las cosas, aunque sólo sea parcial y gradualmente. Se puede ser materialista sin ser realista, y realista sin ser materialista.

Los científicos y técnicos suelen adoptar tácitamente una filosofía que es, a la vez, materialista (ya que no andan a la caza de fantasmas) y realista (ya que se proponen averiguar cómo son las cosas de que se compone el mundo). El materialismo venció hace tiempo en física y química; triunfó en biología con Darwin; se está abriendo camino en la psicología con ayuda de la fisiología, y en las ciencias sociales, con ayuda de algunas ideas de Marx convenientemente modernizadas. En cuanto al realismo, aún está subdesarrollado.

El marxismo ha unido al materialismo con la dialéctica, doctrina confusa formulada en el tosco lenguaje de los presocráticos y románticos. Según Lenin, la dialéctica es la doctrina de la unidad de los opuestos. Todo cuanto existe estaría compuesto de entes, propiedades o procesos que se oponen entre sí hasta que se forma una nueva síntesis o unidad, la que a su vez se escindiría en dos nuevos opuestos, los que lucharían hasta formarse una nueva síntesis, y así sucesivamente. Se dice que cada una de estas etapas niega la anterior.

Desgraciadamente, esta tesis central de la dialéctica es oscura: no se sabe a ciencia cierta en qué consisten la oposición y la negación. Si se afirma que toda cosa concreta está compuesta de partes opuestas entre sí, es fácil encontrar contraejemplos, tales como el electrón, el fotón y el neutrino. Si en cambio la tesis se interpreta en términos de propiedades, la tesis resulta falsa, ya que no es cierto que toda cosa sea a la vez pequeña y grande, valiosa y disvaliosa, etcétera. Tampoco se puede interpretar correctamente como una oposición entre procesos, ya que no puede haber procesos contrapuestos en el seno de las cosas simples, y no todo sistema compuesto está sujeto a transformaciones mutuamente opuestas. Lo que hay es solamente algunos ejemplos de cosas complejas en que algunas partes, propiedades o procesos se oponen entre sí. De modo que la ley de la lucha e interpenetración de los opuestos no es una ley.

La única de las llamadas leyes de la dialéctica que parece gozar de validez universal es la llamada ley de la transformación de la cantidad en cualidad, y recíprocamente. Pero formulada de esta manera es un mero disparate, ya que toda cualidad se da en alguna cantidad, y toda cantidad lo es de alguna propiedad. La formulación correcta es más bien esta otra: en todo proceso de crecimiento o decrecimiento llega un momento en que se produce un cambio cualitativo, es decir, emerge o desaparece alguna propiedad. Por ejemplo, cuando nace o muere un miembro de una familia se forman o' desaparecen ciertos lazos familiares, y el estilo de vida de la familia cambia.

Hay, pues, algo de cierto en la dialéctica: la afirmación del carácter cambiante de todas las cosas y de la emergencia de nuevas propiedades en el curso del desarrollo. Pero estas ideas no son exclusivas de la dialéctica materialista. Además, los marxistas siguen formulándolas en el lenguaje esotérico que han heredado de Hegel, y no han logrado sistematizarlas en una teoría coherente y conforme con las ciencias naturales y sociales. Lo que es peor, la dialéctica ha infectado al materialismo tornándolo casi ininteligible y llenándolo de tesis no materialistas. Una de éstas es la afirmación de que toda sociedad se divide en una infraestructura material (la economía) y una superestructura ideal (la política y la cultura), que unas veces estarían de acuerdo y otras lucharían entre sí. Otra tesis no materialista es que el cerebro es la base material de la mente, pero ésta es inmaterial y se opone a aquél al modo en que el idealismo se opone al materialismo. Un materialista consecuente afirmaría, en cambio, que tanto la cultura como la política son subsistemas materiales de la sociedad, y que la mente es un conjunto de funciones cerebrales.

En cuanto a la gnoseología marxista, se afirmó más arriba que su tesis realista es importante y verdadera. Desgraciadamente, nunca ha sido desarrollada en una teoría. Además está contaminada por tres tesis que, en el mejor de los casos, son verdaderas a medias. Una es la tesis empirista de que todo concepto se origina en la experiencia. Contraejemplos: los conceptos abstractos de la matemática (por ejemplo, estructura algebraica, espacio topológico, tautología, consecuencia lógica). Otra tesis verdadera a medias es que el criterio de verdad es la práctica concreta. La praxis pone a prueba las reglas de acción, no los teoremas matemáticos, ni siquiera las hipótesis de la ciencia factual, las que deben examinarse a la luz de experimentos controlados, no de aplicaciones. Por ejemplo, el éxito de la ingeniería egipcia no convalida la tosca física egipcia, sino más bien las reglas prácticas de que se, valían los artesanos e ingenieros egipcios.

Finalmente, la gnoseología marxista está contaminada por la tesis sociologista, según la cual la estructura social no sólo estimula o inhibe los procesos cognoscitivos, sino que los determina incluso en cuanto a su contenido. Por ejemplo, se ha llegado a afirmar que la obra de Newton reflejó la primera revolución industrial, lo que no explica por qué no hubo centenares de miles de Newton. Esta exageración del contexto social hace per der de vista el cerebro individual, la creación propia, y se acerca al mito hegeliano de que el sujeto no hace sino aprehender el espíritu de los tiempos.

Pero el error gnoseológico más funesto que suelen cometer los marxistas es la hermenéutica o escolástica: la creencia de que la verdad se encuentra hurgando textos canónicos. Althusser sostenía que Marx había encontrado sus ideas leyendo a Ricardo, y esperaba encontrar las propias leyendo a Marx; un discípulo de Althusser aplicó el mismo método escolástico y escribió un libro titulado Leyendo a Althusser. Por supuesto que ni Althusser ni su discípulo descubrieron nada nuevo. Para descubrir la realidad hay que estudiarla científicamente en lugar de limitarse a leer textos que, aunque pueden haber ayudado a comprender el mundo en el pasado, ya están enmohecidos.

En conclusión, la filosofía marxista, ayer revolucionaria, es hoy conservadora: ha permanecido en el nivel impreciso de la filosofía romántica y ha resistido toda novedad producida fuera de su seno. De este modo ha dejado de ser filosofía propiamente dicha para convertirse en sirvienta de la ideología. A su vez, esta ideología se ha anquilosado por no fundarse sobre una filosofía y una ciencia social al día. En resolución, el marxismo ha envejecido mucho y está condenado a morir pronto a menos que se renueve radicalmente. Esta renovación debiera comenzar por adoptar el enfoque científico y debiera desembocar en una ciencia social que represente la realidad actual, así como en una filosofía acorde con la ciencia actual. Sólo una ciencia y una filosofía que armonicen entre sí y que estén de acuerdo con la realidad pueden ayudar a entenderla y a construir una sociedad carente de los vicios que aquejan a todas las sociedades actuales: una sociedad equitativa, libre, sin miedo, culta y dinámica.

Mario Bunge argentino y físico de formación, es autor de más de 300 publicaciones de ciencia y filosofía, entre ellas La investigación científica, Filosofia de la física, Epistemología, Materialismo y ciencia y Economía y filosofía. Ha enseñado en la universidad de Buenos Aires, así como en diversas universidades americanas y europeas. Actualmente es profesor de Filosofía y director de la Foundations and Philosophy of Science Unit de McGill University, Montreal.

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