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Tribuna
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Una historia de necesidad y amor

Gala Dalí acaba de morir y con ella los restos fósiles de una situación o edad de oro de las artes. Y no es que fuera una figura de clara fisonomía influyente. Si ejerció influencia fue de tipo comunicante a través de la obra de Salvador Dalí. Sin embargo fue polémica esta unión y el hecho de su continuidad, no aquella unión libre que preconizaba André Breton en tina de sus más bellas y exaltadas letanías, esta pererme relación, podemos entenderla hoy, en el momento doloroso en que todo ha terminado, como una historia de amor. Aunque pese a una decrepitud física, a una propaganda en contra, ciertamente razonable, que hundía en el absurdo la evolución de un incontestable artista de la vanguardia, como lo fuera Dalí en sus años de provocación.Pero el movimiento surrealista y Dalí, como uno de sus grandes ejecutores, fueron esencialmente provocativos. Y en la estabilidad de este movimiento Dalí y Gala tomaron el riesgo, no exento del beneficio, de aliarse, en la progresión de una sociedad confusa, con la raíz inicial de la provocación.

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Elena Deluvina Diakonoff, Gala Dalí

Esta provocación todos la conocemos y no hay que insistir en estos momentos. Era reversible, dañosa a la apertura contemporánea y seguía fiel a otra contestación, pero seguía dentro del absurdo surreal.

Pero, por encima de todo, se trata de una historia de amor, la perdurable relación entre Salvador y Gala.

Pronto tendremos investigadores sobre esta figura. Sabemos que Galuchka entraba en los sueños juveniles de Salvador. Que la relacionó con Gradiva, que Paul Eluard regresó a París dejando a Gala en los apasionados sueños de Salvador, que quería oler a morueco para seducirla, que su cuadro El juego lúgubre, de características excrementales, unidos a sus contínuos ataques de risa, dieron origen a esta relación erótico- sentimental. Lo cierto es que Gala pasa de los brazos de Eluard, uno de los más grandes poetas de nuestro siglo, a los brazos de Dalí, uno de los pintores más aceptados de nuestro tiempo. Alguna seducción debe haber tenido esta mujer.

Sabemos que cuando era Gala Eluard realizó, dentro del surrealismo, objetos de funcionamiento simbólico, junto a Breton y a Valentíne Hugo. Pero los historiadores la ignoran y en la bibliograria surrealista aparece tímidamente en el libro de Robert Descharnes Dalí de Gala. Es una dama oscura. O es una dama de características vaso-comunicantes, consagrada al otro, a Salvador, a la vida secreta de un gran pintor del absurdo y de la provocación.

Entre las verdades y mentiras de Dalí poco se puede investigar. Pero la dedicación de su obra a esta mujer: "A Gala-Gradiva, celle qui avance", su invocación: "¡Gala, tú eres la realidad!", sus retratos de Gala y de Gradiva y sus alusiones contínuas a esta mujer, que él consideraba como una aparición estelar, son innegables verdades.

¿Una fuerza poderosa sobre un niño débil? ¿Una conjunción de caracteres y apetencias? ¿Un afán triunfalista sobre una sociedad en crisis? ¿Un odio a la excomunión del grupo surrealista?. ¿Un apoyo a Millet y Meissolier restaurando sus viejas osamentas? Tal vez. Pero en estas vidas a puerta cerrada, oscuras a pesar de la propaganda efectiva, de los posibles ángeles y demonios de las vidas privadas, solamente nos es dado decir que ha existido algo entrañable, que mientras los biógrafos no demuestren lo contrario, se trata de una historia de necesidad y amor.

Eduardo Westerdahl fue miembro del surreafismo internacional en los años 30 y director de la revista surrealista Gaceta de arte.

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