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El novelista Juan Antonio de Zunzunegui fue enterrado anoche en Portugalete

El orgullo de haber superado en páginas a Balzac

El novelista Juan Antonio de Zunzunegui fue enterrado anoche en Portugalete, su lugar de nacimiento hace 81 años y donde tiene una calle con su nombre muy cerca del cementerio que ahora acoge sus restos. Zunzunegui falleció el lunes en el hospital de la Cruz Roja de Madrid, ciudad de su residencia habitual, como informábamos ayer. El gran narrador de la ría de Bilbao había expresado su deseo de ser enterrado cerca del que fue principal tema de su novelística, que calificó de flota de gran tonelaje. Era hijo de una familia acomodada de Bilbao, de la que supo emanciparse pronto, con una dedicación plena a la literatura y, desde muy joven, al periodismo. Fue un escritor que intuyó como nadie lo que había de dramático, de poético y de literario en las orillas del Nervión. En palabras de José María de Areilza, "Zunzunegui era un eslabón más en la serie de escritores vascos que, desde 1898 acá, han honrado la lengua castellana con su talento y su creatividad".

En su cuidada biblioteca del salón en la madrileña casa de la calle de Viriato, Juan Antonio de Zunzunegui presumía con los amigos al extender los brazos sobre las estanterías y señalar las obras completas de Balzac, que ocupaban un respetable sitio. Acto seguido, bajaba los brazos a la estantería inferior para demostrar que las obras completas de ZZ llenaban más espacio. Para este vasco, recriado en Madrid y Salamanca, éste era su mayor orgullo. Haber escrito más de 15.000 páginas, con letra menuda y picuda, en folios con renglones que se iban hacia arriba como queriendo escapar del blanco papel.Más de medio siglo separan la primera (Vida y paisaje de Bilbao) de la última de sus narraciones. Ha sido el más fecundo de los novelistas españoles contemporáneos. Ahí quedan como muestra sus ventiséis novelas de gran tonelaje, seis tomos de cuentos y novelas breves y dos tomos de artículos y apuntes. Es ya un clásico de la literatura española. Su pujanza en el arte de novelar y la capacidad creadora no ha sido igualada en el último medio siglo. Escritor costumbrista, ha reflejado, a partir de los años veinte, las distintas etapas de nuestra sociedad, sin evitar nunca el compromiso con su época. El, como su admirado Balzac, intentó reflejar, tal como es, la comedia humana. Por eso una de sus últimas novelas, El don más hermoso, no pasó en los años setenta la vergonzosa lupa de la censura, que entendía inadmisible la dura crítica que uno de los personajes de Zunzunegui hacía sobre el Opus Dei.

La sociedad no perdona

A Juan Antonio de Zunzunegui y Loredo, descendiente de Zunzunegui y Sarasola, que fue a poblar la vega del Juncal en las Encartaciones de Vizcaya, a finales del siglo XVIII, nunca se le perdonó su decidida personalidad y rebeldía para seguir una vocación que dejaba en entredicho los hipócritas ambientes a los que tenía acceso por nacimiento. Decide no seguirla trayectoria marcada por su familia, que le hacía heredero de los negocios del hierro que había iniciado su bisabuelo.

Unico varón de seis hermanos, no aguanta a la cuarentona francesa mademoiselle Eloise, que les cuidaba. Era díscolo y reflexivo al mismo tiempo. Huía de jugar al diábolo y la comba con sus hermanitas, recluidas en el pequeño parque junto al puente colgante de Portugalete, y se escapaba hasta la punta del muelle para jugar con sus amigos, los chicos del puerto, que le enseñaban a sacar una perra gorda (forrada con papel) del fondo de la ría. Una familia con posibles no admitía esta situación del muchacho. Ir a un colegio era para sus progenitores un peligro y fue un seminarista el que, en su propia casa, le enseñó la educación elemental.

El fútbol, que luego reflejaría en una de sus primeras novelas, y el frontón eran sus deportes favoritos. Leía a escondidas a Galdós, Pereda, Dostoievsky, Tolstoi, Proust, Dickens y, cómo no, a Balzac, autores que el padre tenía vedados en su biblioteca. Al término de un curso, su madre le regala el libro de un joven autor, Rafael Sánchez Mazas, Pequeñas memorias de Tanis. Juan Antonio queda impresionado por su excepcional calidad literaria y todas las tardes, después del correspondiente partido de fútbol con sus íntimos Juan María y Pedro Gandarias y los hermanos Vallejo, se enclaustra en su habitación y decide escribir una novela, que nunca llegó a terminar después de emborronar setecientas cuartillas.

Archivo: una caja de zapatos

El incipiente escritor almacena en una caja de zapatos sus descripciones. Casi todas son puestas de sol. Su padre, que no es ajeno a la inclinación del muchacho, aprovecha todas las oportunidades para imponerle en el negocio. Cartas comerciales, libros de cuentas, trato con los clientes y los empleados de la oficina, los emplea más tarde el escritor para sus ambientes y personajes. Cuidadoso y metódico, conserva durante años el talismán de la caja de zapatos llena de ideas. Estudia en Orduña e intentan que termine Derecho en Deusto. Pasa por una crisis religiosa, su madre le daba veinticinco pesetas por cada día que iba a comulgar. Crítico de sí mismo, intenta estudiar y escribir y casi no tiene tiempo para descansar. Enferma y es don Enrique, padre de José María de Areilza, el médico que se convierte en amigo y confidente de Juan Antonio, quien aconseja a la familia que manden al muchacho a Salamanca, donde él tiene un catedrático amigo, Miguel de Unamuno, rector de la Universidad.

Juan Antonio de Zunzunegui firma entonces su primer artículo en la revista Semana, de Bilbao, en una entrevista que hace a Unamuno bajo el seudónimo de Zalacaín. El estilo claro y sincero de don Miguel influirá decisivamente en la formación del novelista, que admira la solidez, profundidad y originalidad del pensamiento expresado a través de su diáfano lenguaje.

Estudiantes, toreros, figones y tabernas. Amistad con Granero, novio, por supuesto, de la moza más guapa de Salamanca, son la vida del novelista, que llega a figurar en un cartel de toros como primer espada de una novillada. Los inejores años de su vida los pasa Zunzunegui en Salamanca, "increíble ciudad de la meseta, por donde corre un río que no trae ni lleva más que sus aguas". La primera novela de Juan Antonio lleva prólogo de Unamuno.

Las fábulas que le tendieron

De Salamanca a Madrid. Aquí conoce a José Antonio Primo de Rivera. Gracias a algún enchufe, como el de Félix de Lequerica, termina la carrera elegida paternalmente. Después escribe y escribe. Frecuenta la tertulia del Lyon d'Or, famosa por los intelectuales que la frecuentan: Pedro Eguillor, Enrique de Areilza, Gregorio Balparda, Juan Cruz, Lequerica, Ramón Basterra, Joaquín de Zuazagoitía y su preferido, Rafael Sánchez Mazas. "En un Bilbao donde hasta las criadas de servicio soñaban con las cotizaciones de bolsa, en la tertulia de Madrid creía vivir en una isla", comentaba Juan Antonio.

Después Madrid se le volvió entrañable e incómodo. Entrañable porque escribía sin prisa, "soy muy perezoso, me cuesta mucho ponerme a relatar". Se casó con Teresa Marugán, Tere, que supo entenderle admirablemente. Incomodó porque Juan Antonio era un crítico no sólo de sus propios defectos, que siempre se reprochaba, sino de las miserias de otros escritores, famosos ahora, que le crearon un ambiente insoportable y fabularon contra él, que nunca aceptó prebendas de la situación política establecida. Habrá que pedirle a Tere que publique ahora las dos últimas novelas entrelazadas De la vida y la muerte, escritas por Juan Antonio, para conocer este último capítulo de un tremendo escritor crítico que nos ha abandonado.

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