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Tribuna:TEMAS PARA DEBATEEl futuro del Mercado Común
Tribuna
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La solución ha de ser política

Hace veinticinco años se firmaban en Roma los dos tratados por los que se creaba la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Económica de la Energía Atómica. Culminaba así un proceso fundacional, sorprendentemente corto, iniciado por Robert Schuman el 9 de mayo de 1950 al dar estado público al plan que lleva su nombre y que ya en 1951 conduciría a la firma del Tratado de París, del que nació la primera Comunidad, la del Carbón y del Acero.Comunidad: un término nuevo en las relaciones internacionales, y también un experimento radicalmente nuevo para la construcción de Europa. Los Tratados de Roma, como ya antes el de París, abrían paso a un concepto original, a lo que el presidente de la Comisión Europea, Gaston Thorn, ha calificado de "tipo de organización sin precedentes en la historia".

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Como un corredor exhausto

El experimento de Roma fue desde su origen el resultado de una opción política. La Comunidad Europea nace como una apuesta por la realización europea por la vía poco espectacular, pero eficiente, de una edificación por pasos, orientada a la creación de intereses comunes y al surgimiento de una mentalidad y de una estructura de base propiamente europeas. Es, pues, una concepción radicalmente optimista, en cuanto que da por sentada la estabilidad, la permanencia de los ideales democráticos; en cuanto se funda mucho más en la preexistencia y en la fuerza de esos ideales que en una necesidad coyuntural de cooperación entre los Estados.

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En este empeño esperanzado de Robert Schuman, de Jean Monnet, de Alcide de Gasperi, padres fundadores de la entonces pequeña Europa comunitaria, como de otros precursores como nuestro Ortega, adelantados, visionarios lúcidos de Europa, está la clave de la pervivencia de la Comunidad tras un cuarto de siglo que ha visto anquilosarse, desaparecer o quedar a un lado del proceso histórico tantos proyectos europeístas nacidos, en el fondo, de unos mismos objetivos.

En veinticinco años, "a golpes de crisis", como decía el propio Monnet, la Comunidad Europea ha profundizado en su esquema, se ha enraizado en la estructura económica de Europa y ha sentado las bases de su desarrollo institucional. Quizá siendo la obra más evidente no sea la más importante, sin embargo, la realizada en el terreno económico: una unión aduanera, una política agrícola común, el andamiaje de un mercado común, los primeros pasos hacia una unión económica a través de la libre circulación de capitales y del sistema monetario europeo, una financiación comunitaria para la política regional y social.

Tal vez, decía, sea, en cambio, lo más importante el marco institucional creado por la Comunidad, que es un marco de decidida vocación democrática, un paso no sólo verbal hacia la supranacionalidad, hacia la unión europea. La elección del Parlamento Europeo por sufragio universal ha dado, como acaba de afirmar su presidente, una nueva legitimidad a 434 parlamentarios comprometidos en la tarea de dar a esa institución democrática el papel propio de un proyecto de legislativo elegido por 110 millones de ciudadanos de Europa.

Cada vez que los avatares de la integración han conducido a la Comunidad a una encrucijada de su crecimiento, la respuesta a la crisis ha venido de un nuevo esfuerzo político. Como ha dicho el ministro de Asuntos Exteriores español, José Pedro Pérez-Llorca, en su mensaje con ocasión de este aniversario, las crisis europeas, a la larga, han sido siempre positivas. También en el centro de los problemas internos actuales de la Comunidad, agrícolas, presupuestarios e institucionales, la salida de la crisis vuelve a estar en un proyecto político.

Europa sólo puede evitar los pasos atrás con un nuevo impulso hacia adelante. A esta conciencia del peligro que representa todo estancamiento en los logros del pasado es a lo que responde el proyecto de relanzamiento europeo. Simbólicamente el relanzamiento es, por un lado, el plan Genscher-Colombo, una construcción alemana e italiana, y por otro, el espacio social europeo un diseño francés. Las mismas fuentes de voluntad europeísta que en 1957 en una Comunidad que ha crecido para acoger a cuatro nuevos miembros en 1973 y 1980.

En el debate frente a la crisis interna y en la preparación de un nuevo desarrollo que, en base a esos planes, haría entrar en el ámbito comunitario al Consejo Europeo, la cooperación política, la cultura y la coordinación del diálogo social y de la política de empleo, la Comunidad acomete lo que el vicepresidente, Lorenzo Natali, ha denominado el reto de la segunda generación de la integración: la reunión, bajo unas mismas instituciones, de la gran mayoría de los pueblos de Europa que se han dado regímenes democráticos. En esta operación, decisiva para la identificación entre Comunidad y Europa, para la credibilidad misma de la construcción europea, la adhesión de nuestro país es un paso fundamental. Paso que España asume, reafirmando su fe europea unánimemente compartida, en lo que el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, ha confirmado como eje principal en nuestra política exterior. Es esta nuestra mejor contribución a las bodas de plata de una Europa comunitaria en marcha: en palabras del ministro de Asuntos Exteriores, "seguir en la dirección que nos hemos marcado y que responde al general sentir de nuestro país: la pronta integración en la CEE

Raimundo Bassols es secretario de Estado para las Relaciones con las Comunidades Europeas.

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