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Proposición sobre no numerarios

Fernando Savater

A quien corresponda nuestro destino universitario.Señorías: El que suscribe, modesto profesor no numerario de universidad desde hace la friolera de trece años, no intenta con estas respetuosas líneas sino contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la solución de los graves problemas que asedian el porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza superior. Uno de los conflictos más acuciantes -creo que nadie me lo negará- es la condición (por no decir la simple existencia) de los llamados PNN y su normativa en la actualmente debatida LAU. En este preciso punto es donde quisiera yo echarles una mano, si se me disculpa lo indecoroso de la expresión. Como usías no tienen por qué saber, pues no les faltan otros gatos que azotar, que suelen decir los franceses, algunos llevamos bregando con lo del estatuto de los PNN desde hace más de una década. Digo "llevarnos" y debo corregirme de inmediato, pues no quisiera dar la impresión de que todos hemos luchado por lo mismo (tiempo y razones he tenido para salir de ese error en el que estuve), ni tampoco que lo reivindicado haya sido siempre la misma cosa. Les hablaré solamente de lo que unos cuantos ilusos pretendíamos antaño, creyendo compartir nuestros objetivos con tantas otras personas sensatas y responsables que en verdad sabían mucho mejor que nosotros lo que querían. Nosotros (aunque, ¡ay!, ahora recuerdo la advertencia de Cioran: "Todo el que dice nosotros, miente") detestábamos la universidad jerárquica, las cátedras vitalicias, las oposiciones amañadas y humillantes, la gestión de los asuntos universitarios por parte de un solo estamento, con la aquiescente complicidad de una representación simbólica de los otros. Odiábamos a los funcionarios, señorías, y odiábamos la certeza burocrática de que "quien no está cualificado, no puede decidir sobre lo que aún no le compete" y la obligación implícita de convertirse en burócrata estatal por la sola culpa de gustarle a uno el griego o la arqueología y querer ayudar a otros a desarrollar idéntica afición. Nos negábamos a ver el estatuto de PNN (cuyo mayor encanto era que en lugar de identificarnos por lo que somos nos identificaba hegelianamente por lo que no somos) como un puro primer escalón en la trepa gradual y disciplinada por la pirámide académica, en cuyo ascenso va uno ganando galones, estrellas y charreteras, pero no haciéndose desde luego ni más libre ni más sabio. -

Razonábamos más o menos así. "¿Hay quien quiere ser numerario porque le priva el funcionariato? Santo y bueno; con su pan se lo coma. Pero también es legítimo el deseo de no ser numerario, de permanecer cuanto se quiera y pueda en la universidad como un trabajador independiente, mostrando prácticamente que es concebible otra forma de academia y que la jerarquía burocrática no es columna vertebral obligada del conocimiento".

Reivindicábamos entonces el contrato laboral como una forma de estabilizar nuestro trabajo sin inscrustarnos funcionarialmente en él (no es lo mismo puesto estable que puesto vitalicio: la lucha contra estos últimos es -perdón, era- el abc de cualquier intento de reforma universitaria), para defendernos contra la arbitrariedad sin invocarla a nuestro favor, obteniendo los derechos de cualquier trabajador (paro, trienios, etcétera) y también sus responsabilidades en el cumplimiento de nuestra tarea. Y por supuesto teníamos interés en intervenir paritariamente en la gestión de la universidad -junto a numerarios, alumnos y personal no docente-, aunque los rectorados, decanatos y demás zarandajas hubiésemos de dejarlos a los funcionarios "de carrera". Por absurdo que parezca, había bastante gente entonces que decía luchar por estos, sin duda, modestos objetivos. Pero resulta que murió el nunca suficientemente llorado general Franco y todo cambió por arte de birlibirloque. El contrato laboral se olvidó de un día para otro; los enemigos de las oposiciones (confiando encontrar a miembros de sus partidos en los nuevos tribunales) empezaron a considerarlas "un mal menor" o "la fórmula más racional, aunque no perfecta, de selección", y se lanzaron a opositar como posesos; y los que no opositaban, también quisieron de inmediato ser funcionarios vitalicios, es decir, hacerse numerarios por otro tipo de meritoriaje más paciente y chusquero. En éstas estamos, señorías, como ustedes habrán notado. En la LAU todo el mundo resulta más o menos funcionario: el único problema lo causan quienes quieren llegar a serlo sin pasar por las oposiciones, a las que se enfrentan -lamento decirlomás por temor práctico que por objeción de principio. El sueño de la universidad "otra" se perdió en su limbo correspondiente: tal como están las cosas, que sobreviva ésta ya es utopía suficiente...

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Hay quien se indigna por el "gremialismo" de las reivindicaciones actuales de los PNN, que quieren dejar de serlo: suelen ser ex militantes de antaño, que se lanzaron a opositar en cuanto vieron la primera cara conocida en un tribunal.

Por cierto, que los PNN no son mejores que casi nadie, pero no me cabe duda de que todos los demás son aún peores que ellos. Otros se alarman profetizando que en las nuevas universidades de las autonomías y el funcionariato por habilitación o meritoriaje prevalecerá el "amiguismo", como si las relaciones de amistad no fuesen preferibles a las de vasallaje... Pero, en fin, yo no entro ni salgo en todo esto: lo único que puede reprocharse a las actuales reivindicaciones es su cinismo, y éste, como es sabido, no es más que una variedad tonificante (y, por tanto, preferible) de la resignación. Como verán usías hablo de los PNN desde afuera, aun siendo uno de ellos. Y es que -perdonen la pedantería- le coeur ny est pas, por más que yo secunde con el debido denuedo la huelga y lo que haga falta, pues la convicción de que todas las huelgas deben ser secundadas fue la primera convicción política que adquirí y la última que perderé. Y así llego por fin a la propuesta que quisiera someter a su consideración. Puesto que algunos de nosotros nos sentimos ya PNN raros, fatigados o nostálgicos, carentes de entusiasmo por la nueva legislación que ha de regirnos y del empuje necesario para luchar por mejorarla..., puesto que somos supervivientes de guerras perdidas nadie sabe cómo ni cuándo, y seguimos dolorosa y-escarmentadamente fieles a ideales que por lo visto nadie compartió..., propongo a sus señorías que se nos aplique una especie de ley Azaña universitaria y se nos jubile con sueldo entero.

La medida -de aceptación voluntaria, por supuesto- podría alcanzar a cuantos llevamos más de diez años de penennazgo ininterrumpido (expulsiones manu militari de las aulas cuentan como excedencia por accidente de trabajo). Quien tras esa permanencia en la docencia aún no se ha convencido de que la situación ideal del funcionario que todos hemos de ser es la de jubilado merece llegar a rector. Las ventajas de esta medida providencial saltan a la vista: sin aumento serio de gastos corre el escalafón y se crean nuevos puestos de trabajo, al tiempo que se limpia de elementos proclives al resentimiento y al desvarío las aulas de la radiante universidad que se nos viene encima. Por otro lado, no se trata de una disposición tan insólita. ¿Acaso no va a contarse con un año sabático? Pues bien, esta normativa no haría más que instituir lo que sin falsa modestia de inventor Podrían llamarse "años savatéricos". Y todos, más o menos, tan contentos. Si usías lo desean, puedo aportar una serie de firmas de interesados en apoyo entusiasta de mi propuesta, aunque espero que no sea necesario y la evidencia de su oportunidad se haga patente por sí misma.

Dios no dejará de guardar a sus señorías muchos años, tal como yo no tengo remilgos en desearles.

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