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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El viejo periodismo

Se convoca de nuevo el Premio César González Ruano para artículos periodísticos y literarios y me parece que lo que ha ido decantando ese premio, como sin querer, más que el nuevo periodismo mimético de los yanquis, es el viejo periodismo español, valedero y necesario en una democracia como los viejos vinos, los viejos par lamentos y los viejos parlamentarios como Azaña.

Este premio y sus premiados su ponen un corte como otro cual quiera, una cala que se puede hacer en la Prensa española transicional, y, por tanto, en la democracia entera, para saber por dónde van las cosas o, lo que es más importante, de dónde vienen. Antonio Asensio me ha enviado, como regalo de Navidades, una pluma estilográfica de las de antes, negra con corona y punto de oro, gorda como la que yo le veía usar a César cuando ya no le daban el palillero y el tinterillo de los cafés. Recuerdo, de su Diario íntimo, su crónica a la muerte de André Gide. Hacía falta escribir con un par, en los carcelarios y lluviosos cincuenta, para glosar a André Gide como el gran maestro vivo y muerto de Europa en la literatura y en la vida. Sus flagelaciones de censura le valió el artículo a nuestro escritor de café. Pero reincidió. De modo que lo que ha generado su premio -un premio comercial con que le honra Mapfre- es todo un venero de viejo periodismo, de periodismo «de antes de la guerra», salvo excepciones. Todo está inventado en periodismo,, como en política, y hay que sospechar de los que abominan la democracia, por ejemplo, en nombre de «algo mejor». El primer premiado por este concurso fue Antonio Gala, y yo he. tenido siempre a Antonio (al margen de sus Petras y teatros, en que apenas entro, porque no es lo mío) como prosista nato, desde su Solsticio de invierno y aquellas cosas que escribía en los primeros sesenta, cuando andábamos todos en la bohemia lírica de las suramericanas y los turcos que, entre otras cosas, nos echaban de comer.

Otro premiado que recuerdo, así entre el metralleo de mi máquina -ay si uno tuviera tiempo y tempo para escribir a mano, con la pluma gorda de Asensio-, es Martín Descalzo, cura que ya en el Valladolid de los cincuenta era vanguardia del clericato con sus libros, sus versos, sus artículos y sus cinefórum (lajoven Iglesia española, no sé por qué, se agiornó mediante el cine). Desde entonces no ha dejado de vivir y escribir del «otro mundo» a su manera, que casi nunca es la manera manierista de la Iglesia más impávida. O Manuel Alcántara, poeta que jamás le ha hecho concesiones a «lo periodístico», haciendo periodismo-toda su vida. Al personal le conviene leer un poeta todas las mañanas, en el autobús, aunque sea en prosa. O Manuel Vicent, de este mismo periódico nuestro, que tiene una de las fórmulas más personales para la crónica plástica, levantina, violenta, entre la técnica fallera y el estilismo de Ruano (de quien conserva, como yo, memoria entrañable, siquiera lo entrañable no sea la especialización de Vicent). Este articulista nato es como un Gabriel Miró pasado por Celine y Genet. O uno mismo, que, a fuerza de continuar la anciana tradición del cronista español y francés (modelos franceses de Larra, como Courier) ha: llegado a ser leído como «nuevo periodismo». Nada tan innovador como lo de toda la vida, y, sobre todo, que, en este tercer intento del siglo por democratizar y civilizar la vida nacional (ética y estética de lo civil), me parece a mí que había de volver al viejo/nuevo periodismo.

Gala, Vicent, Umbral. Podrían elegirse otros tres lanceros bengalíes, ya que Bengala es aquí mismo. Tres nuevas /viejísimas maneras de escribir en los periódicos para una coyuntura tan nueva como es la democracia. Tan nueva que nació en Grecia. (Gala, que estaba allí, lo sabe).

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