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Liberalismo frente a desesperanza

Francisco G. Basterra

El Norte "rico", encabezado por Estados Unidos, y el Sur "pobre", representado por catorce países del Tercer Mundo, que van desde la indigencia de Bangladesh (con cien dólares de renta per cápita anual) hasta la influencia de Arabia Saudí, pasando por la India y China, representantes ellos solos de la mitad de la población mundial, van a intentar esta semana, en Cancún, desbloquear el diálogo Norte-Sur, cuyo inalcanzable objetivo final es, ni más ni menos, la revisión del actual orden económico internacional. Una apuesta casi imposible.Las circunstancias mundiales son las peores que puedan imaginarse para lograr reactivar un diálogo planteado en las Naciones Unidas en 1974 por los países no alineados, que denunciaron la injusticia del orden económico imperante, reivindicaron para los países en vías de desarrollo la plena soberanía sobre sus riquezas nacionales, y una mayor participación en el comercio internacional. El mundo industrializado se encuentra sumido en una recesión de la que, en el mejor de los casos, no saldrá hasta finales de 1982. Las economías de los países ricos sufren grandes presiones internas para realizar políticas comerciales proteccionistas, y, lo que es más importante, un viento desatado de liberalismo económico sopla sobre la economía norteamericana.

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A esta realidad económica se une otra política que viene a completarla y a dificultar aún más el diálogo entre el Norte y el Sur. Los intentos regionales y no alineados de superar la bipolarización de la política internacional, impuesta desde finales de la segunda guerra mundial por Estados Unidos y la Unión Soviética, han fracasado. Se ha iniciado una nueva carrera de armamentos, y las crisis de Afganistán, Polonia, Oriente Próximo, el Cono Sur africano y el sureste Asiático, creadas y aprovechadas en gran medida por los dos grandes, sirven para reforzar la confrontación Este-Oeste y mantener la supremacía de las dos superpotencias. Soplan, en definitiva, nuevos aires de guerra fría.

El Este, ausente

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La insistencia del ex canciller alemán Willy Brandt, a través del informe que lleva su nombre, apoyada por la labor diplomática de persuasión realizada por México y por el canciller austriaco, Bruno Kresisky, han logrado el primer paso de sentar a la misma mesa a los veintidós de Cancún. El Norte, representado por Estados Unidos, el Reino Unido, la República Federal de Alemania, Francia, Suecia, Austria, Canadá y Japón. Catorce tercermundistas, cinco de ellos catalogados como muy pobres (Bangladesh, Costa de Marfil, Guayana, Filipinas y Tanzania) y otros cinco exportadores de petróleo (Argelia, Arabia Saudí, México, Nigeria y Venezuela). Brasil, China, la India y Yugoslavia completan la lista de los asistentes a la cumbre.

Estados Unidos ha sido prácticamente arrastrado a la reunión, a la que sólo dijo sí cuando las presiones de Washington lograron la exclusión de Cuba y consiguió que la reunión fuese informal y sin orden del día previo. La URSS y el bloque oriental se excluyeron automáticamente de esta cumbre. La tesis de Moscú es que el desequilibrio de las relaciones económicas internacionales es responsabilidad de los países capitalistas, que ejercieron el colonialismo sobre el Tercer Mundo.

El gran objetivo de Cancún es llegar a un acuerdo político que permita relanzar las negociaciones globales sobre el desarrollo económico entre el Norte y el Sur, paralizadas prácticamente desde 1975. Esta globalización cuenta en principio con la negativa de Estados Unidos. El presidente Ronald Reagan va a México como cruzado del liberalismo y dispuesto a vender su receta mágica: una nueva estrategia del crecimiento basada en la libre economía de mercado. Ya el secretario de Estado, Alexander Haig, advirtió el pasado mes, ante una ONU estupefacta, que una política de transferencia masiva de recursos de los países industrializados al Tercer Mundo subdesarrollado "es impensable y no es realista".

La receta liberal

La libertad, acaba de afirmar Reagan, es la única receta para lo grar el progreso y el desarrollo económico. El desarrollo es el resultado del esfuerzo individual; "si no, miren a los primeros colonos norteamericanos, quiénes eran y en qué han convertido a nuestra nación", afirma el presidente.

Esta Filosofía de "ayúdate tú primero, que luego América ya te ayudará", basada en la creencia de que hay que limitar la ayuda al Tercer Mundo hasta sanear las economías de las naciones desarrolladas (según Reagan por cada descenso de un punto de los tipos de interés norteamericanos, gracias a un mejor control de la inflación, se mejoran en mil millones de dólares las balanzas de pagos de los países del Tercer Mundo), no va a provocar precisamente entusiasmo entre los países del Sur asistentes a Cancún. ¿Cómo va a poder solicitar Bangladesh créditos al Chase Manhattan Bank? El libre juego del mercado sólo ha conseguido hasta ahora empobrecer aún más a los países subdesarrollados.

El Banco Mundial prevé que de aquí a 1990 aumentará aún más la distancia que separa a países ricos y pobres, y aumentará en más del 10% la parte de la población mundial que vive en la miseria más absoluta. Estados Unidos quiere reducir también la financiación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial al desarrollo del Tercer Mundo, endureciendo al mismo tiempo los términos y las condiciones de los créditos.

Frente a esta posición de Reagan, Francia y la mayoría de los asistentes a la cumbre caribeha defenderán la idea clave de interdependencia que justifica la intensificación de los programas de asistencia al Tercer Mundo, único camino para conseguir la recuperación económica del mundo industrializado. La nueva diplomacia miterrandista, encarnada por Claude Cheysson, un hombre particularmente sensible a estos temas, debido a su anterior cargo de responsable de los temas de desarrollo de la CEE, defenderá la reanudación del diálogo global entre el Norte y el Sur. La posición europea, aunque a Cancún los países sólo van como representantes de sí mismos, es favorable a las negociaciones globales.

Europa occidental es muy vulnerable a la inestabilidad económica y política en los países del Tercer Mundo y, con matices, trata de despegarse de la obsesiva y maniquea política norteamericana que ve el mundo sólo en la dimensión Este-Oeste, o lo que es lo mimo, en blanco y negro.

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