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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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20º aniversario de Amnistía Internacional

El 28 de mayo de 1961 aparecía el artículo de Peter Benenson «Los prisioneros olvidados». Publicado por The Observer y recogido por los más prestigiosos diarios del mundo occidental, seria el punto de partida para que Sean Mac Bride, el propio Benenson, Eric Baker, Salvador de Madariaga, Danilo Dolce, Eric Fromm, Bertrand Russell, Peter Archer, Alan Paton y otras distinguidas personalidades fundasen Amnistía Internacional.La idea era ingenua a fuer de sencilla. Se producen violaciones de derechos humanos en todos los sistemas políticos. En todas partes se encarcela a personas por sus opiniones. Los Gobiernos no tienen interés en liberar a sus opositores, pero no desean tener mala reputación. Han reconocido y a veces suscrito pactos de derechos humanos. Por tanto, el hombre de la calle es quien debe ejercer presión. ¿Cómo? Escribiendo cartas en favor de los prisioneros. Desde el comienzo, una restricción clara: la violencia es un delito en cualquier sistema político. Las personas cuya liberación procuraría Amnistía Internacional no podían haber cometido actos violentos ni preconizado la violencia.

El primer paso fue anunciar una campaña contra el encarcelamiento injusto, contra la tortura y contra la pena de muerte, en este caso sin ninguna clase de excepciones.

Veinte años más tarde, Amnistía Internacional ha obtenido el Premio Nobel de la Paz y numerosos galardones internacionales, comprendido en 1978 el otorgado por las Naciones Unidas. Ocasión singular en la que los Gobiernos del mundo se unieron para honrar a una entidad cuyo trabajo consiste, en parte, en criticarlos.

Amnistía Internacional, en 1981, es universal y sus afiliados pertenecen a todas las culturas y condiciones. Su mensaje sigue siendo la sencillez misma. Los derechos humanos son internacionales y la responsabilidad de su protección reposa en la gente. El poder, naturalmente, lo ostentan los Gobiernos y por eso la capacidad persuasiva de Al se dirige principalmente a ellos. Escribir cartas sigue siendo importante, aunque el programa de la organización incluye hoy la redacción de pactos internacionales, de códigos de ética profesional para médicos, abogados y policía, campañas informativas sobre países, rehabilitación de víctimas de la tortura por grupos de médicos, campaña permanente contra la pena de muerte, publicación de informes, envío de misiones, contactos con Gobiernos, trabajo con otras organizaciones privadas e intergubernamentales.

Interlocutor aceptado

Poco a poco, Amnistía Internacional se ha convertido en, un interlocutor aceptado en las relaciones internacionales. Varias son las claves que explican el desarrollo espectacular de la idea de Benenson.

Primero y sobre todo, su credibilidad. La recogida de información, su proceso minucioso y su difusión es responsabilidad de un cuerpo de investigadores en el Secretariado Internacional con sede en Londres, donde trabajan los profesionales de la organización.

En segundo lugar, su absoluta independencia. Amnistía Internacional comprendió pronto el peligro de que sus fuentes de financiación pudieran sabotearla. Reglas muy estrictas rigen en esta materia. Las secciones nacionales -que se ocupan de todos los países, salvo el propio- costean no sólo el secretariado internacional, sino su funcionamiento. Los afiliados y miembros son voluntarios que dedican su tiempo libre y su dinero a la organización.

Amnistía Internacional funciona democráticamente. El congreso anual es su órgano político máximo. Reúne a los delegados de las distintas secciones nacionales, que eligen un comité ejecutivo internacional, encargado de asumir la responsabilidad política entre congresos.

Resulta difícil evaluar los éxitos de Amnistía Internacional. Aun cuando la valoración de su actuación sólo pueden hacerla realmente las víctimas que han recibido alguna ayuda, parece razonable pensar que Amnistía Internacional ha contribuido de forma importante al reconocimiento de principios de derechos humanos universales y no selectivos a lo largo de estos veinte años.

La creación lenta de una maquinaria de defensa de los derechos humanos en el seno de las Naciones Unidas, del Consejo de Europa, de la Unesco,-organismos de los que Al es un órgano consultivo-, en la Unión Interparlamentaria, en la OEA, la OUA y la OIT puede ser atribuida en parte al impacto del r igor y de la imparcialidad de Amnistía Internacional y su negativa a confundir los síntomas del malestar con el sistema que origina las violaciones. Amnistía Internacional no emite ningún juicio de valor sobre ningún sistema político, económico o social. Amnistía Internacional se reflere siempre a individuos, a personas que por razones de conciencia u otras se han convertido en víctimas dentro de su propia sociedad.

Incidencia política

Amnistía Internacional reconoce, pues, la existencia de una esfera (la de la decisión del que gobierna o del que adhiere a un ideal político a través de organizaciones) en la que no entra o, mejor dicho, sobre la que no toma partido. Recíprocamente, Amnistía Internacional no acepta normas políticas exteriores a las de la organización misma y no existe para ella otra razón de Estado que los intereses de las víctimas de violaciones de derechos humanos deferidas en su mandato.

Es cierto que los principios que defiende Al presuponen una sociedad en la que estos principios puedan ser defendidos, y no es una casualidad que las secciones nacionales mejor establecidas lo estén en países de larga tradición democrática.

Aunque Amnistía Internacional no es una organización política, sería absurdo negar que algunas de sus actuaciones pueden tener incidencia política. El famoso caso de la caída del emperador Bokassa después de la publicación de un informe sobre la masacre de unos niños en el antiguo Imperio Centroafricano es una buena ilustración de esta cuestión.

Debería ser evidente que Amnistía Internacional no apoya las causas de aquellos a quienes pretende liberar, a quienes desea salvar de la tortura o de la muerte. Sin embargo, algunos Gobiernos y algunos sectores de opinión intentan sabotear la organización con etiquetas. Es sabido que en América Latina se afirma que es comunista. En la URSS, que es antisoviética y que está financiada por la CIA. De cuando en cuando, Amnistía Internacional edita folletos que recogen estas críticas.

Las críticas, qué duda cabe, son una prueba más del vigor de esta organización, que ha cumplido veinte años, dedicados a defender el derecho a disentir y a ser diferente en un mundo a menudo represivo, el derecho a la integridad fisica y a la vida en un mundo que frecuentemente apuesta por la muerte. Por estas y otras razones, les invito a unirse a Amnistía Internacional, en palabras de su secretario general Thomas Hammarberg, a conspiracy of hope (una conspiración de la esperanza).

Silvia Escobar es presidenta de la sección española de Amnistía Internacional.

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