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Asistencia masiva a un acto de homenaje a Miguel Hernández

Intervenciones de Concha Zardoya, Buero Vallejo, Tierno Galván y Vicente Aleixandre

Centenares de personas se quedaron sin poder entrar en la sala de la madrileña Torre de los Lujanes donde, en la tarde del pasado miércoles, se le tributó un homenaje, organizado por la Asociación Amigos de Miguel Hernández, al autor de El rayo que no cesa. El numeroso público asistente al acto escuchó, tras las palabras iniciales de Juan Becerril, las exposiciones de Concha Zardoya, Buero Vallejo y Tierno Galván sobre el poeta de Orihuela. Vicente Aleixandre, a causa de la enfermedad que padece, estuvo presente por medio de un mensaje grabado. Al término, María Cuadra y Etelvina Astrada recitaron poemas del homenajeado.

En primer lugar, Concha Zardoya, presidenta de la asociación organizadora del acto, señaló: «El mundo poético de Miguel Hernández, como el de todo poeta verdadero, es un mundo transfigurado. Así, toda su obra no es más que la transfiguración poética de ásperas, fuertes y tremendas realidades. Todas sus experiencias, desde la de pastor adolescente hasta la de preso condenado a la última pena, se transmutan en poesía por el milagro de una intuición lírica, purísima y en agraz, primero, y madura, después, por el dolor y la muerte».El dramaturgo Antonio Buero Vallejo evocó su gesto de reafirmación al colocar, en 1950, como lema de una de sus obras, unos versos de Miguel Hernández. Recordó luego los tres encuentros que tuvo, siempre en ámbitos carcelarios, con el autor de Viento del pueblo. Del segundo de ellos, el más prolongado, extrajo una imagen humanísima del poeta, «un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra». Para desmitificar lo solemne y exclusivamente patético, contó que a Miguel Hernández le gustaba contar chistes verdes y canturrear cosas así: «En un convento de frailes, / de frailes de san Benito, / todos los frailes sabían,/ saoían tocar el pito».

El alcalde de Madrid comenzó extrañándose de que, según el programa, se aguardara de él «una alocución, acaso por lo de ser alcalde». La extrañeza era comprensible, a poco que recordemos la definición que de tal palabra da el diccionario: «Discurso que, en ocasión solemne, dirige un superior a sus inferiores».

El profesor hizo luego un sosegado recorrido de la extrañeza a la maravilla. Para él, Miguel Hernández, como todo gran poeta, se asienta en lo elemental. Además, nunca estuvo seducido o alucinado por la independencia, sino por la libertad, por lo profundo, por lo solidario: « Detrás de toda poesía se halla lo primitivo y ese amor por la libertad».

Citó Tierno a Góngora y a Juan de Mena. Y subrayó que el don del poeta consiste en troquelar el mundo. Citó también a Salinas, Guillén y Alberti. E insistió en el hallazgo del troquel: «La poesía configura el mundo, frente a lo inconforme y deforme». De ahí, añadiría, su relación con la escultura. Insistiendo en lo primitivo, como desencadenador de lo súbito, y del espanto, súbita congoja, retomó a lo maravilloso: «Uno está siempre maravillado. Y uno llega a preguntarse por qué el mundo español es un mundo maravilloso».

Tierno Galván finalizó su intervención con este anhelo: «Que nunca nos maraville el imperio del poder injusto». María Cuadra y Etelvina Estrada leerían luego los maravillosos poemas de Miguel Hernández. Pero antes pudo escucharse una cinta con la voz de Vicente Aleixandre: «No puedo verles," pero sí presentirles». Recordó a su amigo como «hombre aparentemente mustio, de ojos esclarecidos, de voz pastosa y alta».

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