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La educación y el poder

Con la vuelta del nuevo curso ya tenemos otra vez encima toda la tabarrosa retórica de la cultura con que está de moda atosigarnos ahora a los españoles. Si el día de mañana los americanos y demás estudiantes con medios técnicos y mentalidad tecnocrática -que es el último grito- someten a los medios de comunicación españoles a un chequeo de palabras, como se hace con Galdós, por ejemplo, para inquirir si en una novela prevalece el amor o el odio por la frecuencia de cada una de esas dos palabras, los resultados van a ser esplendorosos: este país va a parecer la Florencia de los Médicis, una república de talentos.Pero lo que iba a decir es que comienzan de nuevo los cursos escolares y que mucho me temo que, pese a estos aires florentinos, proseguirán las luchas y discusiones sobre la famosa libertad de enseñanza, que son pura y simplemente las luchas por imponer cada cual su catecismo -una versión muy indígenea, diríamos, del asunto de los güelfos y gibelinos- y, desde luego las pequeñas escuelas rurales, con sus cristales rotos, sus esfuerzos por arrancar algún tipo de calor a arcaicas estufas y la indecente pobretería de sus instalaciones. ¿Y con qué programas?

Ni por un momento quiero insinuar que sea un comportamiento general y sistemático el de ciertos funcionarios de Educación que en pasados cursos escolares aconsejaban a maestros yprofesores de EGB de zonas rurales y suburbiales que diesen un contenido muy limitado a su enseñanza, porque en esas áreas sociales los niños no necesitaban más: «Con las cuatro reglas», venían a decir, «y un poco de gramática y ortografla, estos muchach'és tienen suficiente». Pero ese comportamiento no es raro. Y, de manera similar, he oído expresarse a representantes de los partidos para estas cuestiones de educación y enseñanza: la educación de los niños de ciertos ambientes hay que dejarla como está, porque no se puede hacer nada.. ¿Piensan incluso así muchos profesores abrumados por el inconmensurable atraso de esos niños o descorazonados por el ambiente hostil en que tradicionalmente se ha venido desenvolviendo su tarea? ¿Y acaso las más altas instancias del país no siguen hablando tranquilamente de «cultura popular» y hasta de «Ofertas culturales» y «promoción cultural», que son algo así como ofertas y promociones de venta de jabón o latas de sardinas que hay que liquidar de alguna manera?

Toda esta casuística, todos estos lapsus de lenguaje burocrático me parece que demuestran muy a las claras que el problema de la educación y de la enseñanza y, sise quiere decir, de la cultura española, sigue girando más o menos en los mismos goznes que siempre, sólo que ahora en medio de una barroca verborrea burocrática y tecnológica: asociaciones de padres de alumnos, pedagogía audiovisual y estadísticas sobre el número de hijos de obreros que llegan a la universidad y meditaciones sobre la famosa igualdad de oportunidades, que se decía en el régimen anterior y que parecía una cuestión teológica tan profunda como la del número de los elegidos y de los que se salvan. Pero, mientras tanto, ahí están, como digo, las escuelas abandonadas con su cristal eternamente roto, miles de niños condenados -Le antemano a no pasar de las cuatro reglas, bachilleres destinados a una cota previamente marcada de cultura subalterna o de franca subcultura e incluso universitarios cuyo destino, también marcado de antemano, no. parece ser otro que el de convertirse en «cabeza de obra» en espera de colocación para subsistir meramente. Ninguno de estos «predestinados» recibirá educación adecuada, eso está prescrito. El Estado mismo lo tiene decidido.

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Ciertamente, esto de la educación y de la cultura es demasiado serio, y los Estados y sus clasesdirigentes han sido siempre muy conscientes de ello. Las conquistas democráticas occidentales implican, desde luego, una igualdad educativa para todos los ciudadanos, pero claro est ' á que es puramente teórica. La burguesía francesa del siglo pasado, cuando el problema se le planteó a la República, estuvo en seguida de acuerdo en que los hijos del pueblo adquiriesen un volumen de conocimientos que les hicieran presentables como ciudadanos, pero sobre todo útiles y utilizables como productores. En rriodo alguno, sin embargo, permitió que en las cabezas de esos muchachos se introdujesen ideas filosóficas que pudieran fermentar o que se les proporcionara una sensibilidad estética. Y del lado de acá de los Pirineos se era aún más franco y se decía, como Bravo Murillo: «Aquí no necesitamos gentes que piensen, sino bueyes que trabajen», 0 como J. M. Aicardo, se señalaba el gran inconveniente del estudio para los jóvenes de extracción popular, porque esto, según unas estadísticas científicas que se presentaban como testimonio, sólo llevaba al aumento de criminalidad. 0 a la infelicidad, como todavía escribía un periódico madrileño hace solamente tinos años.

Pero del lado de allá de lo que se viene llamando el «telón de acero» se tienen poco más o menos las mismas ideas sobre la cuestión, y las escuelas nocturnas introducidas en los años cincuenta y sesenta por el señor Kruschev, que iban produciendo jóvenes pensativos y refinados, fueron liquidadas en seguida porque la producción, bajaba y las gentes se aburguesaban: es decir, pensaban al margen de los esquemas debidos y amaban lo bello. Mala cosa, pecado original y horrible para todo poder.

Lo mejor para un Estado y toda estructura de poder será siempre, en efecto, en este plano de la educación y de la cultura, la cota de las cuatro reglas, o sea, de aquel mínimo imprescindible -aunque este mínimo puede ser naturalmente el cálculo diferencial, la cibernética o la biología de la reproducción de los delfines- para lograr que las gentes sean capaces de servir, de ser rentables, de utilizar máquinas, incluidas las máquinas de muerte, cada vez más sofisticadas y de tornarse sensibles no a la verdad o a la belleza, sino a las fascinaciones de la propaganda, de producir y consumir. Para que la vida del termitero, del inmenso y tecnológico termitero que es hoy nuestro mundo, continúe.

Será suficiente llamar a todo ese entrenamiento cultura o educación y que los mass media condicionen los reflejos.

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