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Reportaje:

Un "rastro" para comerciantes, chatarreros y caprichosos

Los postores se conocen entre sí, a pesar de mirarse con cierta reserva. No es la primera vez que se encuentran en una subasta, como la que el pasado jueves celebró la administración de Aduanas de Madrid. Algunos pertenecen al mismo gremio y no son sólo contrincantes fugaces, sino competidores diarios. Casi todos son comerciantes especializados en electrónica o industrias varias, dueños de talleres de compraventa de automóviles, chamarileros-ejecutivos y pequeños reyes del desguace y de la chatarra. Suelen estar suscritos a los dos boletines de subastas de este tipo que se editan en el país y asisten puntuales a todas las pujas provinciales de reputado interés, Algunos incluso se han creado una peculiar red de información y están al tanto de las subastas menos difundidas: «Hace unos días estuve yo solito en Avila y pude hacer un buen saque», comenta seguro un conocido pujador, propietario de un taller de, automóviles en Madrid.La puja es a la llana y, si no fuera por su finalidad económica, recordaría al empeño popular por conseguir uno de los bandos llevar al hombro al santo patrón. Pero hay también una sutil picardía y un afán comercial inequívoco. Los asistentes suelen ser profesionales acostumbrados a hacer negocios rápidos en el despacho de la trastienda o a celebrar tratos con los compadres en el restaurante más concurrido o en la taberna de confianza. Con voz resuelta se adjudican una máquina de juego, una grabadora, un televisor en color, doce cajas de muñequitos Heidi en miniatura, un lote de 1.300 camisetas indias, cerca de cien kilos de discos, un cuadro figurativo, varios kilos de café molido y directamente envasado en Brasil y Bogotá, medallas y esferas de relojes, dos bolsas con colgantes de jade, más de 3.000 kilos de restos de caravanas y cien pares de plantillas ortopédicas. Por el contrario quedan desiertos los lotes de cientos de pastillas para ambientadores, seis agujas de biopsia, nueve fórceps y una respetable cantidad de monturas de gafas. «Las mercancías no adjudicadas en una primera subasta se rebajan un 25% de su tasa inicial y se presentan a sucesivas pujas. Si en la tercera ocasión no han sido adquiridas, se procede a su destrucción», explica Luis Velázquez, administrador suplente de la Aduana de Madrid. «Se trata de cachivaches inútiles, de auténticas maulas que nadie quiere», dice un cliente entendido.

Mercancías heterogéneas

Y es que las mercancías que subasta Aduanas son heterogéneas e insólitas: desde un colmillo de elefante a una colección de libros raros; desde una maleta de ropa usada a siete kilos de cintas grabadas para computadora, e incluso desde un coche seminuevo de una prestigiosa marca extranjera a un Mercedes carrozón, encorvado y carcomido. Se trata de objetos abandonados en las dependencias aduaneras, bultos no reclamados tras sucesivas comunicaciones a los propietarios y, en el caso de los automóviles, máquinas viejas o siniestradas en accidente y coches de matrícula extranjera todavía en buen Uso, pero cedidos a Hacienda, por resultar inviable su conservación.Algunas de estas mercancías, a pesar de su aire misterioso, tienen una historia clara, o, al menos, poco sinuosa. Los tres canales por los que llegan a Madrid son bien conocidos: aeropuerto de Barajas, aduana ferroviaria de Peñuelas (destinada sólo a mercancías) y terminal de Coslada para el TIR (transporte internacional rodado).En Barajas, como se sabe, no todos los productos que alegremente compró el viajero pueden pasarse sin pagar derechos aduaneros. Aquel transistor tan barato o cualquier objeto musical o suntuario que sobrepase las 6.000 pesetas está grabado con un 60% o un 70%. No es extraño que, en ocasiones, el turista prefiera dejar el producto en depósito, sobre todo si se gastó todos sus ahorros en el viaje. «Al retenerle el bulto se le da un recibo de depósito que le permita recogerlo más tarde. Pero si transcurridos tres meses no lo ha recuperado se abre un expediente de abandono provisional, se le notifica al propietario y se reconoce y estipula el valor total del producto más los impuestos correspondientes. En caso de que el interesado no se presente a reclamarlo en un nuevo plazo de quince días, iras publicarlo en el Boletín Oficial de la Provincia, el objeto pasa a propiedad del Estado», dice el señor Velázquez. Todavía el particular puede interponer recurso, pero es raro que lo haga una vez agotados los plazos anteriores. Lo normal es que estos bultos se refundan en lotes afines y se destinen a pública subasta. Idéntico porvenir aguarda a las mercancías importadas por empresas en quiebra o por comerciantes que se desentienden de sus pedidos y los abandonan en Coslada. O las maletas de personas que cambian de domicilio y fallecen Productos, de valor desigual que, sólo en Madrid, aportan al Tesoro alrededor de cien millones de pesetas al año, a tenor de entre ocho y diez millones por subasta. Una cifra pequeña, casi una propina, comparada con los 4.000 millones de pesetas mensuales que se obtienen en Madrid por derechos de aduana.

Los asistentes asiduos

Las oficinas centrales de la Aduana de Madrid se encuentran junto al Rastro. Pero las subastas, prolongación técnica y organizada de la aventura de comprar a ojo de buen cubero, se realizan en la Delegación de Hacienda de la capital. Algunos de los asistentes asiduos tienen negocios en el propio Rastro o en las populares tiendas de decomisos. Otros, como el señor Jiménez Llorente, cuentan con una amplia tienda de radio y cine; este último la tiene ubicada en la calle de Antonio Acuña, de Madrid. Precisamente, el señor Jiménez fue uno de los postores que logró adjudicarse algunos de los lotes más reñidos. Con sus gafas de comerciante listo y ligeramente despistado y una sonrisa entre afable y maliciosa, creó cierto suspense al elevar las pujas de quinientas en quinientas pesetas. Sólo una vez cedió un lote a otro, pero luego se le acercó conciliador.En la subasta del pasado día 29 había una importante partida de 53 automóviles, expuestos previamente en un almacén de Majadahonda. Muchos de ellos, destinados al desguace y la chatarra, estaban tasados en menos de 25.000 pesetas. «Cuando la tasa inicial no llega a las 25.000 pesetas, el adjudicatario no recibe certificado de matrícula, y así se garantiza que el coche no será reconstruido.» Pero los coches que despertaron interés fueron precisamente los todavía vivos, los recuperables. Así, un Mustang valorado en 40.000 pesetas, alcanzó 160.000 de remate.

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