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Reportaje:

Una mañana en la clase del profesor Tierno

Su trabajo como alcalde le ata al despacho de la plaza de la Villa al menos diez horas diarias. Al partido, al PSOE, le dedica muchas menos, casi ninguna. Con un cierto aire de alivio para algunos, con preocupación para otros. Tiene tan probada su capacidad de trabajo que hasta sus nuevos compañeros de profesión, los concejales, casi todos treinta años más jóvenes que él, se quejan con frecuencia de que «el profesor» les agota... «A sus 62 años», dicen. Vive a golpe de teléfono, de recepción oficial y de visitas. Y toma decisiones cada media hora. Pero al profesor-alcalde, o al alcalde-profesor, que a él le da lo mismo, hay una cita que nunca se le olvida, si sus obligaciones de alcalde se lo permiten: su clase de Teoría del Estado en la facultad de Económicas de la Universidad Autónoma.

Si es un viernes, la jornada del alcalde empieza a las 6.45 de la mañana. Tiene dos horas de clase a las 8.30. Y, además, la noche del jueves ha tenido que quedarse un poco más para preparar la clase del día siguiente. No importa. Secundino, el chófer de Tierno, a quien todos llaman Guanche, porque es de Canarias y porque a él le gusta, y porque el profesor también se lo llama, y los policías municipales de-la-escolta-del-alcalde están muertos de sueño este viernes 2 de noviembre. Y de frío. Porque a las ocho de la mañana, en la calle Ferraz, donde vive el alcalde, hace un frío helador, que viene directamente del frontal del Guadarrama, por encima del parque del Oeste.Hasta el taxista sabía donde vive el profesor. «A Ferraz 79». Y el taxista se queda pensando un poco. «Oiga. ¿No es ahí donde vive el profesor Tierno Galván?» El día está frío, la mañana. Aunque apunta el sol. Para Guanche, Secundino, el día tampoco ha empezado muy bien. Era antiguo militante del PSP, de los del despacho de Marqués de Cubas, y se pasó de chófer al PSOE cuando la fusión, «por una cuestión de principio, por el profesor». Y ayer, el jueves, le ha llamado Carmen García Bloise y le ha dicho que, como Tierno ya no es presidente de honor del partido, entonces el PSOE no le puede pagar su sueldo como chófer del alcalde, y que tiene que irse a trabajar a García Morato.

El coche del alcalde

Para Enrique Tierno tampoco. Le han llamado hace dos días de la agrupación de Moncloa, a la que pertenece, y le han dicho que debe siete cuotas (siete meses), 7.000 pesetas, y que los estatutos dicen que, sí un militante de base no paga sus cuotas seis meses seguidos, «bueno, profesor Tierno, ya sabe...Que, el partido, ya sabe.... profesor». Y Tierno les ha dicho que le perdonen, que ha sido un descuido, que cómo les manda el cheque.

Desde Ferraz hasta la Autónoma, por la carretera de la Playa, a Tierno le da tiempo de leer, entre los sobresaltos del tráfico -Guanche, cómo está el tráfico, parece mentira- el primer número de la nueva publicación Documentos 80, dedicado a Suárez. «Esto de las monografías es una lata», dice, «le cogen a uno y va aviado». El coche de Tierno es propio -«es que me parece ostentoso el coche oficial, siempre que no lo exija el protocolo»-, de color verde, y sólo un R-12, pero tan conocido que hasta los municipales, los urbanos, le dan taconazos de saludo por las calles, cuando le reconocen. «Y son muchas veces», dice Guanche. «Tenemos que cambiar de coche, aunque no quiera el profesor. Es que andamos con las amenazas». Y a la puerta de Ferraz hay un zeta, un lechera, con guardias soñolientos, que saludan maquinalmente. Voilá.

A la puerta de la facultad le esperan Rovira, el agregado de Tierno, y Maite, que también es penene, y tiene problemas de dinero, y está haciendo el doctorado y anda un poco deprimida, y el profesor le dice, al poco de verla, entre tanto cemento en plan futurista que es al fin y al cabo la Autónoma, que se anime, que le llame al despacho de la alcaldía, que luego tiene Permanente, que no es para tanto mujer, que todo se arreglará.

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Los pasillos de la facultad son largos, y el tráfico -«tendré que decírselo a Martín Palacín»- ha sido tan denso este viernes que a Tierno no le da tiempo a tomarse su segundo café antes de entrar en el aula de primero. «Pero no puedo hacer esperar a los chicos, porque Alvarez se ha empeñado en verme antes de la Permanente, a las 10.30, y tampoco tienen que pagar los chicos los asuntos de la alcaldía», dice Tierno.

En la clase hay doscientos chicos de primero, esperando al profesor. Tierno entra y, sin saludar, comienza a decir, con cinco metros de encerado, de pizarra, detrás y una mesa anodina, que rezuma polvo de tiza en su superficie, y con un cielo blanco, como de pasta de nata, a través de los ventanales, que, bueno, «ustedes recuerdan de la clase anterior, buenos días a todos señoritas, señores, que nos quedamos en el tema del poder, de la conciencia del poder, de su origen y del origen del Estado».

Y entonces Tierno despliega su sabiduría de más de treinta años de cátedra -más de diez en su propia casa, porque un día, en el 65, se le privó de la cátedra, junto a Aranguren y a García Calvo-, para anunciar que va a explicar un método analítico que consiste en la aplicación de esquemas racionales a la teoría del origen del poder, que no debe de confundirse con el origen del Estado.

«Cuando la organización del poder se ejerce sobre toda la comunidad por unas personas que han sido elegidas, estamos ante el verdadero germen del aparato del Estado», afirma el profesor, antes de pasar a explicar el método analítico del poder y del Estado y también el método histórico, que deja un tanto confusos a los alumnos de primero -una media de diecinueve años-, que, a lo mejor, no entienden la fina ironía del profesor y se sonríen en alta voz cuando Tierno dice que Hobbes decía de Suárez «que siempre se andaba por las ramas». Risas, y la voz profesoral de Tierno, una mano en espalda -la izquierda-, la otra en sube y baja, apuntando con un trozo de tiza blanca: «Señores, estamos en el siglo XVII. Estoy hablando del jurista y filósofo Francisco Suárez.»

Maquiavelo, Freud, Hobbes, Roisseau, Bodino...

Después de la teoría analítica y de la explicación del método histórico, escolástico por el medio, Tierno explica la teoría del Estado de Freud, según la cual existe un subconsciente colectivo que se aplica a la necesidad de la existencia de un poder que pueda librarnos de un problema intimo en la vida exterior. «Dicho en otras palabras», dice Tierno, «como somos todos enfermos, el Estado es consecuencia de nuestra propia enfermedad». Y los alumnos se ruborizan. Se ruborizan tanto como dicen que se ruborizó aquel señor (es dificil saber de quién es la frase) que mentía tanto que se puso colorado cuando dijo la verdad.Su impenitente traje gris, cruzado sobre el pecho. Y sus gafas. Sus dos gafas. Dice Tierno que cuando cambia unas gafas por otras le da tiempo de pensar. Es su truco. «El gran enemigo de Hobbes son anarquistas y explícitamente, Rousseau. En cualquier caso, el Estado se configuró hace siglos como un aparato de represión necesario. Y esta es una afirmación grave, porque en la misma es implícito el proceso de legitimación de las dictaduras. El poder tiene que constituir un aparato de poder, y ése es el Estado. Entonces, el origen del poder se confunde con el origen del Estado, concepto que sólo aparece en el siglo XVI, cuando Europa tiene una clara conciencia burguesa. »

Tierno cita la polis griega y res-publica romana, para pasar en seguida a Maquiavelo, según el profesor, el primero que vio claro el concepto del Estado; el primer aunque su contemporáneo, Bodino, que sobrevivió a Rousseau avalase y apuntalase la teoría, en sentido de que el poder no existe en sí, sino que el poder es la expresión del aparato del Estado, del Estado en sí, que es el auténtico reflejo del poder.

Libros recomendados: "El Leviathan" y "Las confesiones"

Tierno recomienda a sus alumnos varios libros, entre ellos, el Leviathan, de Hobbes, y Las confesiones, de Rousseau, libro del cua asegura «es el más auténtico de cuantos se han escrito en mucho siglos».Y cita al general Franco, sin que haya un solo murmullo entre lo doscientos alumnos, para apoyar su teoría de que Franco, como De Gaulle o como Hitler, no obstentaban el poder en sí, sino que eran símbolos del poder que daba el control del aparato del Estado.

La vuelta a la realidad del profesor-alcalde, o del alcalde-profesor -que a él le da lo mismo-, coincide con esa oleada de aire frío, también llegada directamente de la sierra norte, en el aparcamiento de la facultad, donde le espera Guanche Secundino, y donde le espera la agenda de alcalde, que dice, impenitente, como su traje gris, cruzado sobre el pecho, más oscuro, más claro, según las ceremonias, que a las 10.30 le espera Alvárez («el problema de Alvarez es que le pierde su propia desconfianza; por eso casi siempre le doy la razón») para una reunión pedida por el propio Alvarez y donde le espera Tamames («Tamames es como el gas; está siempre esperando encontrar un hueco libre para meterse en él»), y donde quizá tenga que ver a Alonso Puerta («Es buen chico. No da la lata. Llega casi siempre con prisas porque siempre viene de la federación y dice que ha ganado un par de votos más»)... Y, donde le espera, en fin, la reunión de la Permanente, que casi siempre es de trámite, pero que nunca se sabe.

La mañana del viernes, ocupado, desde las siete. Y a las dos, la comida con el embajador americano Todman. Y a la tarde... Bueno, a la tarde.... no me acuerdo, tendré que preguntarle a Ana (Ana Tutor, su secretaria de despacho) qué tengo que hacer por la tarde.

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