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Ijon Tichy, el viajero del tiempo

Stanislav Lem es conocido sobre todo por su obra magna Solaris. Llevada al cine, fue uno de los más sólidos aburrimientos que se hayan padecido la pasada temporada en Madrid, entre otras razones por no responder en lo absoluto a unas expectativas muy generalizadas y que recordaban aún los shows de la Guerra de las galaxias. Ocurría que el trabajo de Lem trata sobre todo de profundizar en los diferentes planos (temporales, espaciales) por los que previsiblemente circula la existencia y convertir lo que es alucinante en cosa de todos los días. Las torsiones del tiempo quedan muy bien cuando se escriben con cierto interés dramático, pero se convierten en la vieja historia de la confusión humana ante la paradoja del universo cuando se le encarga a unos actores mediocres trabajando sobre un guión discursivo y plasta. Eso era la película, pero no así el bueno de Lem.Stanislav Lem, que posiblemente pertenezca al mismo círculo de librepensadores polacos que el papa Wojtyla (es profesor de Literatura en la Universidad de Cracovia y mantiene múltiples actividades intelectuales), desbarra ágilmente sobre las páginas de este diario galáctico y alucinado de Ijon Tichy, nuestro creador por partida doble. El diario de vuelo de Tichy se inicia con una pirueta por remolinos del tiempo que unen en la misma nave a una asamblea entera de Tichys de diferentes días de la semana, meses e incluso años. Ya en este primer relato se pueden apreciar defectos técnicos que a estas alturas resultan sorprendentes. Pero es que el viaje de Lem por las dimensiones se dirige hacia su objetivo con una precisión admirable y da saltos en un vacío toti-potencial que su entregado y previsiblemente aturdido lector tendrá a bien rellenar o pasar por alto.

Stanislav Lem

Diario de las estrellasBruguera. Libro Amigo, 1979

El libro, por lo demás, sigue una vieja y astuta intensificación lineal del suspense, con lo cual el sentimiento de cotidianidad se hace patente a través del reverdecimiento de mitos-fórmulas literarios familiares para todo el mundo.

La creación del mundo

Así se llega a enfrentarnos con una paradoja que da lugar a todas las demás y al mismo tiempo es su efecto: la creación del mundo perpetrada por un hombre que con ese acto se ha construido a sí mismo de la nada = Dios. Pero como Tichy mismo explica que no es Dios, resulta evidente que todos, en la recurrencia del tiempo, somos Tichy, es decir: nuestra causa primera.Lo original, profundo y divertido de Tichy es que sus relatos de anticipación encierran nuestro presente, nuestro pasado-recuerdo y nuestro previsible futuro en una especie de tira de Moebius, sin principio ni fin. No es sólo que Tichy (y nosotros) avance o retroceda en el tiempo, es que el hombre Lem consigue, mediante un humor muy cotidiano (también), que todo aquello que cuenta resulte al final en un objeto cerrado y compacto dentro del cual (otra paradoja) puede ser introducido cualquier sueño, cualquier locura personal por restringida que parezca: todo encaja en la vida de Ijon Tichy: su diario es potencialmente el diario del universo y esto ha sido pocas veces contado con una tal desfachatez, amenidad y falta de respeto a la grande y genial idea literaria. Sólo por ello ya merecería la pena.

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