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CUARTO FESTEJO FALLERO

Un torrestrella de calidad excepcional

La maravilla del toro bravo la llevó Alvaro Domecq a Valencia. Llegó por sorpresa, pues estaban anunciados novillos de Diego Romero; pero el día anterior se produjo el cambio, «a petición de la empresa y con permiso de la autoridad», según indicaban claramente los avisos oficiales.De manera que, en lugar de lo de Diego Romero -que sale mu güeno, dicen taurinos- los torrestrellas, que son reses. comercialitas de siempre, muy recortaditas de tipo. Y con estas nos dispusimos a presenciar la novillada.

Más lo que salió por los chiqueros, todo lo comercial que se quiera, tuvo casta, y por aquí ya hay que empezar a dar la enhorabuena al ganadero. Y en ciertos casos, bravura, que en el cuarto de la tarde llegó a ser excepcional. Lo que no tuvieron, en cambio, es fuerza, alguno hasta alcanzar la inutilidad absoluta para la lidia, como ocurrió con el tercero, al que ni siquiera se picó, sólo pudo soportar el escozor de dos banderillas y aún así se caía.

Plaza de Valencia

Cuarto festejo fallero. Novillos de Torrestrella, desiguales de presentación, flojos, con casta y nobleza. Muy bravo el cuarto. Luciano Núñez: dos pinchazos y estocada (aplausos y salida al tercio). Pinchazo y descabello (oreja). El Manqui: tres pinchazos (aplausos y salida al tercio). Estocada perdiendo la muleta y dos descabellos (vuelta con protestas). Paco Ojeda: estocada desprendida (oreja). Dos pinchazos y dos descabellos (palmas). Llovió torrencialmente durante la lidia de las dos últimas reses.

De esta forma, el festejo se planteba delicioso para los novilleros punteros del cartel: sangre brava en unas reses de pujanza corta que no debían plantear problemas. El éxito estaba asegurado. Sin embargo, los propios novilleros punteros se encargarían de echarlo todo por tierra. En ellos mismos están todas las culpas de que no alcanzaran un triunfo memorable.

Cuando salta a la arena el toro güeno, el torero no puede salir a pegar pases. Mejor quedarse en casa. Las orejitas y los aplausos que el bondadoso público valenciano regaló no pueden engañar a nadie. Los tres espadas desperdiciaron lamentablemente la novillada. El Mangui estuvo tosco y forzado; casi todo lo que hacía era una mala imitación de Palomo. Núñez puso la buena voluntad de intentar el toreo serio, pero con demasiados alivios de pico y sin ángel ni profundidad. Ojeda muleteó al inválido con el empaque y la serenidad que le caracterizan, más cuando se vio delante de un novillo bien presentado y con genio, como era el sexto, no encontró el sitio y a punto estuvo de perder los papeles.

¿Serán figuras de verdad o las están prefabricando, como ha sucedido tantas veces? De momento -y dejamos a salvo la inexperiencia propia de todo novillero- son pegapases, porque alguien les equivocó y les hizo creer que eso es el toreo. La mercantilización de la fiesta ha dado por buena la especie de que torero con futuro es aquel que iplas! (pegan una palmada y hacen como que citan con la izquierda) se pone «ahí», ¡je!. Y torero no es eso, o no es únicamente eso, sino el que lleva en la cabeza la teoría del dominio, en el corazón el sentido del arte y sabe, o quizá intuye, que hay una amplia tauromaquia para acoplarla a las distintas condiciones y estados de las reses.

Torero es, en fin, el que, así se hunda el mundo, no dejaría escapar jamás, sin hacerle el faenón soñado, a un novillo como aquel cuarto torrestrella, recortadito y muy bien armado, que apareció por los chiqueros como una flecha, pidiendo pelea, alegre, y remataba en tablas. Bravo como era, se entregó en el puyazo. Embestía incansable, con suavidad y codicia, a todos los cites que le hizo el matador. Fue de tal calidad ese novillo que el toreo lo hacía él, no el espada. Repetía una vez y otra, pronto y fijo, a la muleta, y tras los remates, como si en la dehesa jerezana le hubieran enseñado el arte de torear, permanecía a la espera, aparentemente relajado. Seguro que no para coger resuello, sino para que lo cogiera el torero y dar tiempo a que este recibiera, de una vez, los vientos de la inspiración.

Más no había cuidado. Al voluntarioso Núñez lo más que le llegó, después de muchos derechazos y naturales insípidos, fue la ocurrencia de los circulares, y ponerse de rodillas, y demás inventos propios de los que prefieren impresionar a la galería antes que realizarse como toreros. Será una especie de milagro si le vuelve a salir otro toro como el torrestrella guapo, bravo y noble. Ya se acordará de él.

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