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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las "vías" universales hacia la profesionalidad y la unidad de los periodistas españoles

Vicepresidente de la Unión de Periodistas de MadridCuando por fin se habían iniciado, en Madrid, negociaciones para la unidad entre periodistas titulados por las antiguas escuelas, licenciados por las nuevas facultades y los formados por la larga y dura vía de la práctica profesional cotidiana, las negociaciones se han roto. La razón: el intento paralelo de una de las partes (las Asociaciones de la Prensa) de mantener la vía universitaria como única forma de acceso profesional, amenazando con relanzar la caza de «instrusos» que ni bajo el franquismo pudieron llevar a cabo eficazmente. Se han antepuesto los intereses de grupo privilegiado por las leyes y organizaciones restrictivas franquistas, a los intereses unitarios generales.

Y, sin embargo, pese a lo enconado de las posiciones, aún es posible la unidad, porque sigue siendo necesaria, si se anteponen los intereses generales a los particulares. Si se antepone el objetivo unitario al problema de las «vías» que entorpecen su consecución.

El interés unitario es claro. Nuestra profesión, se quiera o no, se nutre de tres canteras históricas, que son, la titulación, la práctica y la licenciatura. Las tres comparten, codo a codo, el trabajo informativo, mientras se dividen y enfrentan a escala asociativa. Otras múltiples divisiones nos separan, por las formas y medios de información, en periodistas de prensa impresa, radiofónicos, televisivos, de expresión escrita, gráfica o hablada. También nos separan opciones ideológicas, políticas y sindicales, así como barreras generacionales entre el pasado franquista y el presente democrático.

Todas estas divisiones, latentes en los últimos años del franquismo, han estallado en multitud de organizaciones que expiden su correspondiente carnet acreditativo, paralelo al todavía «oficial», controlado por la Federación Nacional de Asociaciones de la Prensa en virtud de un conjunto de normas heredadas del franquismo y hoy, de hecho, anticonstitucionales, por conculcar las libertades de expresión y asociación. Esta multiplicidad de organizaciones se está hoy decantando a favor de dos, al menos en Madrid: la Asociación de la Prensa y la Unión de Periodistas. Pronto, los licenciados, hasta ahora rechazados, al igual que los titulados de las escuelas en paro, por la Asociación de la Prensa, van a tener que optar masivamente por integrarse en ésta -ahora abierta oportunistamente a ellos- o en la Unión de Periodistas -que desde su origen, hace un año, los ha admitido automáticamente junto a titulados y periodistas «prácticos»-, si no quieren seguir en el gheto de una asociación extraprofesional de licenciados en paro.

En ese momento, que ya se perfila, tendremos consumado un hecho más peligroso todavía, que la proliferación organizativa: la decantación de las opciones organizativas profesionales en dos, enfrentadas entre sí. La ruptura, que corta a la profesión en dos, se refuerza con la presencia, al lado de la Unión, de las centrales sindicales democráticas, cuyas concepciones sobre la profesionalidad coinciden, básicamente, con las de la Unión, porque coinciden con las de las organizaciones de periodistas del resto de Europa, al admitir como afiliados a quienes realmente ejercen la profesión, al margen de su titulación.

Organo unitario

Otro peligro, no menor, de esta división: ante la presencia de organizaciones antagónicas, ni el Gobierno ni el Parlamento podrían dar a ninguna el control del carnet de prensa, que todos queremos sea autocontrolado por un órgano unitario como en la mayoría de los países europeos. Y serían las empresas periodísticas, y no los periodistas, las que otorgasen sus propias credenciales a sus redactores, sin discriminar,eso sí, entre licenciados, titulados y no titulados, como no sea para explotarlos salarialmente y domesticarlos moral e ideológicamente. Los grandes perdedores de esta división seríamos todos los periodistas, pero también todos los receptores de información, al no poderles garantizar, mediante un estatuto profesional, un código deontológico (como pide la Unesco) y un órgano unitario fuerte, la independencia de conciencia y la responsabilidad social que exige nuestra misión de intermediarios a sueldo del derecho de la sociedad a una información plural y veraz. Seguiríamos siendo simples «conciencias de alquiler».

Sin embargo, la todavía posible y más que nunca vital unidad podría basarse en tres principios democráticos, universalmente reconocidos y acuñados: el de libertad, el de igualdad y el de fraternidad.

Libertad de acceso de todos los ciudadanos a la profesión informativa, en uso de su derecho a la libertad de expresión, sin obligatoriedad de cursar cinco años de estudios en un sistema universitario clasista, y sin más trabas que las impuestas por su propia capacidad y la posibilidad de ejercerla en un medio informativo durante un período mínimo estipulado -quizá el equivalente al de los estudios de periodismo, que darían, no obstante, el acceso automático al carnet.

Libertad de acceso en la que los licenciados en periodismo podrían tener la prioridad, aunque no la exclusiva por decreto, y la ventaja de su mejor capacitación de salida, y, si no la tienen hoy, como es notorio, serviría de acicate para mejorarla. Libertad, también, que permitiría la promoción profesional a muchos trabajadores de la información y el acceso al poder de informar de muchos periodistas natos que no tienen los medios de cursar largos estudios universitarios. Libertad que estaría autocontrolada por los propios periodistas, a través de unas normas objetivas elevadas a rango de estatuto profesional y aplicadas por una comisión de admisión.

Igualdad de derechos de todos los periodistas, cualquiera que sea la vía de su procedencia profesional y su situación laboral, en ejercicio, en subempleo o en paro. Igualdad que evitaría la competencia salarial y por el puesto de trabajo que aprovechan muchas empresas para mantener sueldos bajos y fomentar la colaboración y el paro encubierto. Igualdad de consideración profesional para las distintas formas y medios en que se ejerce la profesión hoy.

Fraternidad de todos los que formamos una misma profesión y solidaridad de todos nosotros, sindicados o no, con los demás trabajadores de la información y las centrales sindicales democráticas. Un órgano unitario profesional, basado en los principios de libertad e igualdad, que dejase en manos de las centrales sindicales la defensa laboral de los periodistas y guardase relaciones fraternales con ellas, podría recibir a cambio la colaboración de éstas en el terreno laboral y su «visto, bueno» para el autocontrol del carnet profesional. Visto bueno fundamental, a la hora de elaborarse un estatuto alternativo de la profesión, dada la fuerte proyección parlamentaria de los sindicatos mayoritarios. Dentro de esta colaboración, las centrales, igual que ocurre en otros países, oirían las reivindicaciones laborales de los periodistas y podrían incluir en los convenios colectivos cláusulas de prioridad en la contratación para los periodistas en paro (lo que sería mucho más efectivo para paliar el paro de los mismos licenciados y titulados, que su agrupación parcial en un colegio de vía única y estrecha, rechazado expresamente por las centrales y que se vería abocado al amarillismo»

Convivencia en libertad

Se nos acusará de que, precisamente, estos que proponemos como base para la unidad son los tres principios que animan a la Unión de Periodistas, donde conviven libre, igualitaria y fraternalmente periodistas de todos los medios, de todas las formas de expresión, de todas las procedencias formativas, de todas las opciones ideológicas, de todas las centrales sindicales o no sindicados. Pero unos principios universales no tienen por qué ser privativos de unas siglas. Y nosotros seguimos dispuestos a compartirlos, sentándonos a una mesa de negociación para la unidad profesional en Madrid y a ir con ellos a un congreso estatal de periodistas, que debe tener la última palabra.

Unidos sobre esos principios, los periodistas podríamos hacer frente a los temidos «asaltos» extraprofesionales, que proceden, principalmente, de quienes intentan monopolizar y manipular la información con nosotros dentro.

Lo demás, es pretender meternos a los periodistas en una «vía única» muerta, como parte de una maniobra de división y de diversión del auténtico problema de fondo. O, más mezquino aún, intentar aferrarse a privilegios corporativos heredados y quedarse con un patrimonio histórico de todos los periodistas para un solo sector de la profesión. O peor todavía: intentar combinar esas dos pretensiones con la de mantener a los periodistas como una casta social privilegiada, cerrada, satisfecha y al servicio de unos intereses de clase contrarios a nuestra condición de profesionales-asalariados que manejan el más político de los productos.

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