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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El cine de arte y ensayo frente a la censura cinematográfica

Presidente de la Asociación de Exhibidores y Distribuidores de Cine de Arte y Ensayo

Desde 1967 existe en España un fluctuante número de salas de exhibición cinematográfica dedicadas a una fórmula convencional y un tanto ambigua: Arte y Ensayo. La denominación no es de cuño doméstico. Cubre en Francia, Italia, República Federal de Alemania y una veintena de países más, unas fórmulas de exhibición no marginales, pero sí minoritarias, que posibilitan a los públicos más exigentes el contacto, la revisión, y a veces el descubrimiento de autores, títulos, escuelas cinematográficas nacionales, portadores de cuanto de fermento cultural y de testimonio de nuestro tiempo se produce en el cine. Polanski, Chytilova, Pasolini, Bellochio, Fassbinder, Bertolucci, Saura o Ferreri no dispondrían de la audiencia que hoy tienen sin el largo peregrinar de sus filmes por salas como el Estudio de las Ursulinas, de París; el Academy, de Londres; el Filmstudio, de Roma; el Arsenal, de Berlín, y el Alphaville, de Madrid, o los Arkadin, de Barcelona.

La existencia de auténticas salas de Arte y Ensayo en nuestro país se ha visto amenazada por las maniobras de una censura tan desvergonzada como vergonzante, que ofrecía esta vía de permisibilidad para productos vetados para el español medio. Las grandes casas de distribución -compañías multinacionales han utilizado este canal para explotar cintas que debieran haberse mostrado dobladas y en los circuitos normales. Estos han destinado de forma esporádica algunas salas a la especialidad Arte y Ensayo. Pero ha llegado el momento de la clarificación y con él el peligro de confundir los vicios de funcionamiento con la descalificación de una fórmula.

A finales de 1977 se constituyó la Asociación de Distribuidores y de Exhibidores de Cine de Arte y Ensayo, adherida al CICAE (Confederación Internacional de Cinema d'Art et d'Essai). Agrupa a quienes articulamos nuestro trabajo en torno a un doble principio: creer que la función del distribuidor y del exhibidor, como en el caso del director teatral, el editor o el programador de radio y TV, no se deben únicamente a las leyes del mercado, sino también a criterios éticos y culturales.

Es necesario señalar que España es el único país donde el cine de A. y E. no goza de ningún tipo de protección, no se beneficia de ninguna desgravación fiscal o subvención. Con ánimo de establecer comparaciones basta decir que la distribución y exhibición en Francia de un filme como El espíritu de la colmena están subvencionadas por el Ministerio de Cultura.

La situación en España es radicalmente distinta. El Ministerio de Cultura no solamente no se ha interesado por esta actividad, sino que, en la práctica, ha intentado liquidar administrativamente su existencia, una vez pasada la utilidad de la misma para justificar una relativa apertura y hacer beneficiar de la misma a las grandes compañías. El Ministerio -y no es extraño, teniendo en cuenta que la Dirección General de Cine sólo ha sido ocupada una vez por un hombre interesado por el cine, José María García Escudero- ignora nuestra actividad, desprecia nuestras dificultades y no tiene en cuenta nuestra inferioridad frente al cine comercial, los grandes circuitos de exhibición y los intereses de las multinacionales.

Ilustra de modo flagrante este trato el caso del filme de Nagusha Oshima El imperio de los sentidos. El filme ha sido aceptado por la Junta de Clasificación para el circuito especial, es decir, dedicado al cine pornográfico o/y violento. Ante el recurso presentado por su importador, dedicado exclusivamente, desde 1967, al cine de Arte y Ensayo, la Administración, atendiendo a razones formales y amparándose en la pura técnica administrativa, ha confirmado -sin oír a los críticos y especialistas, ni revisar el filme-, el destino de El imperio de los sentidos para las salas pornográficas. Se favorece así la creación de salas porno, dotándolas de un formidable alibi, digno y culto como la obra de Oshima.

Actitud hipócrita

Prueba de la actitud hipócrita del Ministerio -que afirma, una y otra vez, que la censura ha desaparecido, cuando continúan prácticas administrativas que equivalen a aquélla- es que, festivales apoyados por el Ministerio, como son los de Barcelona, Benalmádena y San Sebastián, han proyectado el filme, hecho que el propio Ministerio ha utilizado para proclamar a los vientos su nueva imagen liberal y tuteladora de la libertad de expresión. Nos consta que la Semana de Valladolid realiza también gestiones para la inclusión de El imperio de los sentidos en su programación.

Es por lo menos curioso que la ley para salas pornográficas (especiales) prevé su instalación en locales de un aforo máximo de doscientos espectadores. La mayoría de salas que en España cumplen este requisito son precisamente Salas de Arte y Ensayo, y ni sus propietarios, ni sus programadores están dispuestos a abandonar su actual actividad en beneficio del circuito pornográfico que se apunta. Pero aun en el caso de que aceptasen la calificación especial propuesta por el Ministerio para exhibir un filme como el de Oshima, típicamente de Arte y Ensayo, no podrían. En efecto, el Ministerio ha concedido la casi totalidad de licencias posibles para este tipo de salas (limitado por la ley) a sedicentes empresarios, en la mayoría de los casos sin cines en sus manos. Sería interesante examinar atentamente la relación de licencias concedidas, las fechas de concesión de las mismas, determinadas vinculaciones y algunos otros datos por lo menos inquietantes.

Concluyendo con los aspectos formales de la cuestión: relegar El imperio de los sentidos a las salas especiales equivale, en la práctica, a una prohibición. La decisión estimula a los comerciantes de porno y desanima a los que se dedican al « Arte y Ensayo ».

Quiero, esto sí, señalar que la vida de las salas de Arte y Ensayo es difícil y que no siempre los filmes que se exhiben en ellas rompen las fronteras que delimitan a un público más culto. Pero que algunos éxitos percutantes son necesarios para que la labor diaria y continuada pueda seguir desarrollándose. De persistir la miopía administrativa, el trabajo de un núcleo preocupado de hombres de cine puede irse al traste. De ser así, sin duda, a la vuelta de unos meses en nuestras pantallas no se verán obras de Guzmán, Oshima, Sjóman, Troell, Tavernier o Konchalovski. Ello significará una dificultad más para la libre circulación de las ideas, un empobrecimiento cultural y moral de nuestro público.

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